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La Diada cumple, ahora Escocia

El proceso en favor del derecho a decidir se juega como una partida de ajedrez entre los gobiernos de Catalunya y de España. Con la inmensa V que ha llenado la Diagonal y la Gran Vía de Barcelona, el independentismo permite mover pieza a Artur Mas. El clamor en defensa del voto el próximo 9-N sigue en plena forma y el President de la Generalitat puede recordar la evidencia: él solo es el intérprete de una parte muy importante de la sociedad catalana. El movimiento soberanista no muestra signos de fatiga pese al caso Pujol o las diferencias entre el bloque político que impulsa la consulta. El mensaje es claro, la movilización es la expresión de un problema político de primer orden, de un problema de Estado para España.

El soberanismo acaba de mover pieza, pero la jugada decisiva tendrá lugar el próximo día 18, en Escocia. Si gana el ‘sí’, las aspiraciones de las naciones sin Estado se convierten en una cuestión europea. Y este es el mejor escenario posible para el soberanismo, ya que Catalunya es la nación que en estos momentos defiende con mayor convicción sus derechos. Si el independentismo escocés pierde por la mínima, el Gobierno británico deberá concretar las promesas de más autogobierno que ha formulado a última hora. En ambos casos, los resultados interpelarían directamente a Mariano Rajoy y dejarían en evidencia su temerario inmovilismo. Sólo una victoria rotunda del ‘No’ representaría un triunfo del Gobierno de Mariano Rajoy.

El resultado del referéndum de Escocia marcará el escenario donde se librará la nueva fase de la partida, la hora de la verdad en la aplicación de las reglas del juego. El Parlament aprobará la Ley de Consultas con el voto del bloque soberanista y, también, del PSC. Seguidamente, Artur Mas firmará el decreto de convocatoria del 9-N; el Gobierno recurrirá y el Constitucional prohibirá la consulta. Y entonces surge el gran dilema: ¿obedecer o desobedecer? Reconocer o no la legalidad. Y, evidentemente, no es igual plantearse este dilema con una Escocia en vías de ser independiente o no. Con una Unión Europea desconcertada por el ‘sí’ escocés o con unos Estados convencidos de que no quieren pasar jamás por un trance parecido.

Llegan los movimientos decisivos y aquí nadie debería tener la mínima tentación de hacer trampas. Porque lo que está en juego es la legitimidad ante las propias sociedades, catalana y española, ante Europa y ante el mundo. Hasta ahora Catalunya ha cumplido escrupulosamente las reglas frente a un jugador que sólo hace movimientos oportunistas a la espera de lograr un jaque al movimiento soberanista. Por eso es la hora de la inteligencia. La hora de evitar a toda costa la fractura civil en Catalunya. La hora de mirar y confiar en Escocia.

El proceso en favor del derecho a decidir se juega como una partida de ajedrez entre los gobiernos de Catalunya y de España. Con la inmensa V que ha llenado la Diagonal y la Gran Vía de Barcelona, el independentismo permite mover pieza a Artur Mas. El clamor en defensa del voto el próximo 9-N sigue en plena forma y el President de la Generalitat puede recordar la evidencia: él solo es el intérprete de una parte muy importante de la sociedad catalana. El movimiento soberanista no muestra signos de fatiga pese al caso Pujol o las diferencias entre el bloque político que impulsa la consulta. El mensaje es claro, la movilización es la expresión de un problema político de primer orden, de un problema de Estado para España.

El soberanismo acaba de mover pieza, pero la jugada decisiva tendrá lugar el próximo día 18, en Escocia. Si gana el ‘sí’, las aspiraciones de las naciones sin Estado se convierten en una cuestión europea. Y este es el mejor escenario posible para el soberanismo, ya que Catalunya es la nación que en estos momentos defiende con mayor convicción sus derechos. Si el independentismo escocés pierde por la mínima, el Gobierno británico deberá concretar las promesas de más autogobierno que ha formulado a última hora. En ambos casos, los resultados interpelarían directamente a Mariano Rajoy y dejarían en evidencia su temerario inmovilismo. Sólo una victoria rotunda del ‘No’ representaría un triunfo del Gobierno de Mariano Rajoy.