Catalunya, como es sabido, es un oasis donde se cultiva la unanimidad. Es más apariencia que realidad, pero en política la apariencia es una parte muy importante de la realidad. Hoy el independentismo, más o menos intenso, emocional o racional, es hegemónico. El derecho a decidir tiende a confundirse con la independencia. No es lo mismo ni mucho menos, pero la cerril posición de los gobernantes y líderes del PP -y del PSOE- convierte a los no independentistas en independentistas, y -atención- más racionales que emocionales. Es la gente a la que le parece lógico y democrático consultar a los ciudadanos, pero el gobierno español parece empeñado en empujarles hacia el apoyo o la aceptación de la independencia, aunque sólo sea para forzar un diálogo y una solución pactada. ¿Sin declaración de independencia acaso los gobernantes del Estado escucharán a los catalanes? Pero sin un discurso que integre los objetivos sociales el souflé independentista puede rebajarse bastante. Aunque mientras gobierne el PP el independentismo mantendrá o aumentará su fuerza.
En vez de abrir vías de diálogo, el gobierno del PP manda invectivas amenazadoras con el estilo chulesco y despreciativo que le caracteriza y promueve iniciativas legislativas y administrativas recentralizadoras. Y para poner más pólvora en el ambiente aparece Wert para reactivar el fuego, no sea que bajara la tensión. Obviamente, o bien son irresponsables cegados por la ignorancia y la prepotencia o bien han optado por forzar un choque de trenes y celebrar a su manera el tricenentario de la ocupación de Catalunya. Me temo que hay de las dos cosas.
Por su parte, los múltiples portavoces del mensaje libertador ofrecen un fruto que parece estar al alcance de la mano., mientras en realidad en las cúpulas institucionales no pasa nada. Todo el mundo se mueve pero ningún proceso, por muy anunciado que esté, avanza, excepto la vitalidad que emerge en la base de la sociedad. El tándem CiU y ERC, dicho con todos los respetos, me parece que por ahora ladra pero no muerde. Los sectores críticos del catalanismo y de las izquierdas les reprochan no tener una estrategia, unos objetivos claros y una escalada visible. Creo que sí tienen una estrategia: mantener la tensión pero sin ir más allá, ganar tiempo no se sabe muy bien para qué, apoyar o promover algunos momentos fuertes (once de septiembre, festival en el campo del Barça, etc) para que el personal viva “momentos históricos” de emoción colectiva. Se trata de que el tren se mueva pero sin avanzar.
El PSC, por su parte, fue a Granada. Como aconsejaban a García Lorca algunos amigos, mejor no hubiera viajado a Granada. Nos hubiera gustado escuchar a un ‘aparatchik’ del PSOE decir que al PSC “no está ni se le espera”. Asistir a un contubernio destinado a proclamar un federalismo fraudulento era una trampa destinada exclusivamente al PSC. El documento no tiene ni vigencia actual ni propuesta de futuro, pues a casi nadie interesa. Pero sirve para dejar al PSC fuera de juego en Catalunya. Era difícil oponerse a pesar de sus flagrantes omisiones y limitaciones, pero como la retórica inoperante utiliza términos propios del federalismo imagino que podía parecer incongruente no aceptar lo que parecía un pequeño progreso terminológico. Pero en Granada el socialismo catalán, o por lo menos su actual dirección, allí dejó su alma. Algo así como si Lenin se hubiera quedado en Finlandia. Asumir el proyecto del PSOE es como retirarse de la Catalunya actual. Intuyo que el PSC ha decidido que en esta era histórica no tiene papel en la obra e intenta mantenerse congelado algunos o bastantes años.
Iniciativa-EUiA está rotunda y sinceramente a favor del derecho a decidir, pero parece que aún no ha decidido (o no lo ha hecho público, lo cual en política vale muy poco) qué decisión tomará cuando llegue el momento de decidir. Por lo menos hacen un esfuerzo meritorio para articularse con los movimientos y organizaciones sociales que plantean políticas alternativas pero por ahora se trata más de comportamientos expresivos que transformadores. En todo caso es el partido que sitúa en primer plano el cambio de modelo económico y el rol de los sectores populares movilizados.
Las CUP son los personajes simpáticos que presumen de “amateurs”, lo cual confirman las otras fuerzas políticas. Podrían ser estimulantes por su presencia en los ámbitos locales y en los colectivos dinámicos, pero tienen algo de “soñadores de tortillas” como indica su vocación libertadora de los “Països Catalans”, aunque me temo que no han ido a Valencia o a Mallorca a contar cuántos comparten tan histórico y poético objetivo. Hay que reconocer también que su práctica y su discurso aparece cada vez más “alternativo” en lo económico-social. En este sentido es bastante similar a ICV-EUiA, lo que puede llevar a un acercamiento o a una competencia.
Los movimientos sociales se han convertido en “la gran esperanza”, en “el séptimo de caballería”, un mesías redentor confuso y heterogéneo en sus contenidos, difuso y fragmentado en el territorio, con objetivos muy diversos y que obviamente no han podido hacer aún un proceso agregador que permita fijar un programa político básico y compartido. Para simplificar, hay tres tipos de movimientos. Primero, las “organizaciones sociales” consolidadas y estructuradas que en momentos como el actual pueden tener o recuperar una dimensión de movimiento social con objetivos que vayan más allá de sus metas y prácticas: las centrales sindicales, las organizaciones de la enseñanza y de la sanidad, etc. CCOO, por ejemplo, se ha definido en muchas ocasiones como movimiento sociopolítico. Son movimientos fuertes por su estructura, pero ésta precisamente no tiene una predisposición a correr riesgos y a promover innovaciones. Que es lo que más se necesita.
En segundo lugar hay los movimientos nacionalistas o independentistas que han generado o están vinculados a una estructura preexistente. Los casos más visibles son la Assemblea Nacional Catalana y Òmniun Cultural, pero existe una miríada de asambleas o foros locales más o menos próximos a los ejemplos citados. Pueden estar más o menos relacionados con algunos partidos políticos, pero poseen una dinámica propia. Tienen capacidad de movilización y proponen un objetivo muy claro, la independencia, pero no aparece una estrategia, unos objetivos intermedios, una política de alianzas. Adolecen en muchos casos de un sesgo ideológico que se impone a un proyecto político más integrador y de una cierta dificultad en generar estructuras representativas y articuladoras que garanticen la realización de proyectos a medio y largo plazo.
Finalmente se han generado o desarrollado movimientos sociales estimulados en unos casos por la crisis económica, o por la regresión democrática y el deterioro de las instituciones o por la emergencia independentista y el derecho a decidir. O por todo a la vez. Colectivos sindicales y de desocupados al margen de las centrales mayoritarias, plataformas de desahuciados, promotores de la desobediencia civil y de las acciones contra el actual sistema bancario, etc. Estos movimientos generan entornos que alumbran dos tipos de estructuras. Unas de carácter estrictamente político que pretenden sustituir a los partidos o más modestamente suplir sus actuales deficiencias, su devaluación social y su falta de arraigo: asambleas, plataformas, frentes, foros, etc. Otras estructuras se presentan como referencias y experiencias alternativas, pretenden demostrar que “otro mundo es posible”: desarrollo del movimiento cooperativo en todas sus facetas, colectivos solidarios, moneda alternativa, minibancos éticos, intercambios de bienes y servicios, etc. Hay todo un mundo de pequeñas minorías que sumadas no son una mayoría pero sí que cambian el paisaje y que probablemente pueden modificar los comportamientos sociales y políticos de una parte de la ciudadanía.
Catalunya, como es sabido, es un oasis donde se cultiva la unanimidad. Es más apariencia que realidad, pero en política la apariencia es una parte muy importante de la realidad. Hoy el independentismo, más o menos intenso, emocional o racional, es hegemónico. El derecho a decidir tiende a confundirse con la independencia. No es lo mismo ni mucho menos, pero la cerril posición de los gobernantes y líderes del PP -y del PSOE- convierte a los no independentistas en independentistas, y -atención- más racionales que emocionales. Es la gente a la que le parece lógico y democrático consultar a los ciudadanos, pero el gobierno español parece empeñado en empujarles hacia el apoyo o la aceptación de la independencia, aunque sólo sea para forzar un diálogo y una solución pactada. ¿Sin declaración de independencia acaso los gobernantes del Estado escucharán a los catalanes? Pero sin un discurso que integre los objetivos sociales el souflé independentista puede rebajarse bastante. Aunque mientras gobierne el PP el independentismo mantendrá o aumentará su fuerza.
En vez de abrir vías de diálogo, el gobierno del PP manda invectivas amenazadoras con el estilo chulesco y despreciativo que le caracteriza y promueve iniciativas legislativas y administrativas recentralizadoras. Y para poner más pólvora en el ambiente aparece Wert para reactivar el fuego, no sea que bajara la tensión. Obviamente, o bien son irresponsables cegados por la ignorancia y la prepotencia o bien han optado por forzar un choque de trenes y celebrar a su manera el tricenentario de la ocupación de Catalunya. Me temo que hay de las dos cosas.