Como muchos grandes nombres de las artes catalanas, Eduard Alentorn permanece en el anonimato del ruido urbano. Más allá de Gaudí, Domènech i Montaner o Puig i Cadalfach el resto de nombres que forjaron la belleza de Barcelona son desconocidos por la mayoría porque sus obras forman parte del mobiliario urbano.
Alentorn fue un buen escultor. Se puede apreciar con la Venus de la cascada del parc de la Ciutadella o en cualquiera de las tres fuentes públicas que ornamentó con originalidad. Una de ellas está en Diagonal con Bruc y nace de una historia bien curiosa. El escultor adoptó a un niño negro que pensó eliminar su color original lavándose, por eso en la estatua una niña que es su hermana le pasa una esponja por el rostro. El conjunto se conoció antaño como la fuente del negritu y ahora aparece en las referencias como la de la palangana.
La anécdota vista desde nuestra época es graciosa porque han pasado muchos años y la mentalidad es otra. Pedimos eliminar el monumento a Comillas y no nos quejamos de otros monumentos que reflejan actitudes propias de una sociedad colonialista que contemplaba a cualquier otra raza como inferior.
Por supuesto no pido que se quite la fuente de la palangana. Me gusta, crea un bonito conjunto visual con la casa de les Punxes y es parte de nuestro patrimonio. Muchas veces las polémicas del espacio urbano nacen, y no importa el bando que las genere, a partir de una absurda negación del pasado. Está bien criticar a los esclavistas, pero sí así fuera quizá deberíamos derribar medio Eixample y nadie lo contempla, sería una verdadera catástrofe que liquidaría un período fundamental para entender cómo Barcelona se refundó tras el derribo de las murallas y la creciente inseguridad de las colonias de Ultramar a partir de la primera guerra cubana de 1868.
Pertenezco a una generación que oyó hablar de Franco en casa y lo vio constantemente relegado de los libros de texto. Hasta que no hice el Doctorado de Historia con los profesores Termes y Fontana no tuve ninguna asignatura que lo abordara directamente, y lo mismo pasó con la Segunda República. Para saber de estos dos momentos clave de nuestras peripecias contemporáneas debía recurrir a la oralidad familiar o al alud de fuentes disponibles en las bibliotecas, gran parte de ellas extranjeras.
Así como durante años hemos loado en exceso la Transición también hemos silenciado en exceso todo un pasado sin el que entender ciertas derivas presentes es muy complicado. Durante los años de consistorios socialistas Barcelona hizo tímidos gestos de simpatía republicana, tan tímidos que los monumentos que la homenajean están en la periferia, como la escultura en honor a las Brigadas Internacionales del Carmel o el inaccesible Pabellón de la República en Can Travi. El resto es, o era, silencio.
Con el nuevo ayuntamiento se han dado una serie de pasos muy interesantes para desterrar determinados errores del pasado que, vista la polémica de estas semanas, se deben en parte a la voluntad de la clase política de manipular la Historia e hilvanar un discurso hegemónico. El último, huelga decirlo, es el que desde hace un lustro basa su fuerza en el agravio de 1714, con el Born de epicentro, cuna de la esperanza hacia un nuevo estado, con y sin mayúscula.
Por eso mismo la futura exposición 'Franco, Victoria, República: impunitat i espai urbà' sirve muy bien para demonizar las ideas culturales del equipo de Colau, sobre todo del magnífico Ricard Vinyes, a partir de la táctica de coger un trozo de la parcela, vaciarla de significado y obviar el resto. El primer motivo de ofensa, fundamental, es haber transformado el Born Centre Cultural en un lugar de memoria no excluyente, capaz de englobar el recuerdo de todas las Catalunyas y Barcelonas que hemos sobrevivido.
El segundo, la excusa, es la ubicación en la explanada de dos estatuas, una de Franco decapitado que criaba malvas en los almacenes municipales de via Favència y la de la Victoria de Frederic Marés, presente en el obelisco del Cinc d’oros hasta hace bien poco. Marés, por cierto, restauró con empeño muchas estatuas que se fundieron durante la guerra, como la del General Prim que sirve de preludio al camino hacia el Parlament, pero claro, en estos casos la información se usa de modo interesado.
Ante las críticas Gerardo Pisarello ha dado una respuesta cabal que esgrime la pedagogía como motivo esencial. Para eso, no para otra cosa, se organizan determinadas exposiciones. Algunos han dicho que en Alemania eso sería impensable y los ejemplos que desmienten la afirmación han surgido con naturalidad porque, básicamente, los países capaces de comprender su pasado son los que lo analizan sin miedo.
El museo de Historia alemana de Berlín es espectacular y no omite ningún aspecto, y lo mismo sucede con la educación de los adolescentes germanos, obligados a empaparse de Tercer Reich porque el país gobernado por Ángela Merkel sabe muy bien que para no reincidir en horrores lo mejor es asumirlos desde la autocrítica y darlos a conocer a sus ciudadanos.
Por otra parte la futura exposición tiene un planteamiento muy original que quiere mostrar cómo la dictadura llenó de sus símbolos el espacio urbano para intentar conseguir beneficios políticos, nada nuevo bajo el sol pero importante remarcar. Al fin y al cabo la Historia se repite siempre. En este sentido sería muy bueno que el Museu d’Història de Catalunya organizara una exposición sobre Francesc Cambó, nombre clave del Catalanismo que a lo largo de estos años de Procés no figura mucho en las crónicas por las zonas oscuras de su biografía, algunas de ellas muy bien relatadas en el último ensayo de Borja de Riquer.
Termino. La crítica fácil en este tiempo de mucho ruido y pocas nueces aburre. Estaría bien que además de lanzar dardos contra Ricard Vinyes se dijera, por ejemplo, que está en proyecto una exposición sobre los atentados del carrer dels Canvis Nous y el proceso de Montjuic contra los anarquistas de finales del siglo XIX, una vergüenza del sistema de la Restauración, en el castillo de la montaña olímpica, el mismo que tanto terror ha simbolizado.
El objetivo de estas muestras es muy loable porque significa reformular una idea histórica monocroma para permitir que se vean todos los colores, también, ya lo loamos en un artículo de hará unos meses, en las calles, donde se recordará el pasado obrero de Barcelona, tan importante y tan olvidado durante decenios. Si leemos todos los versos de la canción la música suena bien distinta. ¿Por qué no lo hacen? No les interesa.