Está claro que el 27-S son unas elecciones que se interpretarán en clave plebiscitaria. Más allá de todas las dudas de cómo y qué se hará después del 27-S, tanto si gana una opción como otra, hay algo que me preocupa mucho, y creo que a mucha gente que, como yo, lleva tiempo luchando por una sociedad más justa y más igualitaria.
Me refiero, básicamente, en el intento de unos y otros de separar y enfrentar las fuerzas políticas y sociales que se consideran de izquierdas, progresistas y radicales. Y esta separación tiene un punto flaco que creo es muy peligroso: y es la identificación del independentismo con la izquierda, la mejora social, la ruptura... y el no-independentismo con la derecha, la involución, la imposibilidad de cambio...
Están saliendo artículos, declaraciones, discursos, tweets, etc. que asimilan a la gente ya los partidos de izquierdas no independentistas con “el régimen”, con Aznar, con el PP... y acusan a sus líderes de estar “vendidos” y ser una “traba, un escollo, un instrumento reaccionario” que hace imposible el “cambio social”. Y, al mismo tiempo se habla de la independencia como “rupturista” y como la salvación de todos nuestros males.
Yo no voy a entrar en la defensa o no de la independencia. Pero sí en la defensa de la democracia y por tanto, del derecho a decidir una opción u otra. Pero esto no significa confundir al personal. Hay que decir, y no esconder, que hay fuerzas políticas y sociales y muchas personas que son independentistas pero son de derechas, ya la inversa, también hay fuerzas políticas y sociales y muchas personas que son de izquierdas pero no son independentistas. Habría que no mezclar las cosas, ni poner una etiqueta al independentismo que no le corresponde.
Asegurar que con la independencia llegaremos al cambio social es un acto de fe. Es posible, pero nadie lo sabe. Cambiaremos las fronteras, las normas del juego, el poder de la Generalitat, pero no hay ninguna certeza de que vamos a mejorar las condiciones sociales, ni que vamos a revertir los recortes, las leyes laborales, la privatización de los servicios públicos, la corrupción de nuestros antiguos dirigentes... La independencia no asegura nada de eso. La hipotética futura Catalunya independiente será más o menos social, más o menos justa, depende de quien la gobierne, de quien tenga la hegemonía y de quien tenga la mayoría social para impulsar el cambio y la ruptura. Por lo tanto la independencia es una opción, deseable para muchos e indeseable a por muchos otros, pero lo único que asegura es un nuevo Estado, que tanto puede ser muy social como muy neoliberal.
Asegurar que todo “irá mejor porque nos lo haremos nosotros y lo haremos mejor” es una gran falacia (¡y un ejercicio de prepotencia!). Los “catalanes”, o sea, las personas que vivimos, trabajamos y amamos Catalunya, tanto si han nacido fuera de Catalunya como si tienen los antepasados nacidos aquí (como yo), no somos ni mejor ni peor que nadie. Hay de todo. Y, como en todas partes, desgraciadamente, algunos se han enriquecido a costa de muchos otros. Y es que, una cosa es que la opción independentista sea interclasista y otra muy diferente es que con la independencia desaparecerían, por ensalmo, las diferencias de clase. Las clases sociales existen y seguirán existiendo tanto en un Estado propio como en lo que tenemos.
Y a la inversa, creer que sin independencia estaremos mejor es también un acto de fe. Apelar al miedo y al desastre si el proceso saliera adelante, es también una falacia. Pero pensar que dentro del Estado tenemos más posibilidades de cambiar las cosas es tanto lícito como el contrario, ya que igualmente dependerá de quien tiene la hegemonía, el poder, la fuerza, etc. en el Govern y en el gobierno autonómico. En el resto del Estado también hay fuerzas políticas y sociales que están luchando por la ruptura del Régimen del 78 y para enfrentar las políticas antisociales del PP. Por lo tanto, desestimar el cambio social para que no se opta por la independencia creo que también es un error. Un error que, además, debilita la izquierda y hace un gran favor a la derecha, sobre todo a esta derecha que ha gobernado Catalunya durante tantos años y que ha dado todo el apoyo a las medidas antisociales del PP y que ahora se esconde bajo el ala de Junts Pel Sí. Yo creo que las izquierdas, políticas y sociales, tienen muchos objetivos en común, y, por tanto, siempre se deberían considerar aliadas, aunque en la cuestión nacional opten por fórmulas diferentes y, juntas, deberían denunciar con fuerza la expolio social que ha tenido y tiene lugar dentro de Catalunya y que, como muy bien señala Vicenç Navarro, es tanto o más grande que el expolio nacional.
¿Qué sería mejor, socialmente hablando, una Catalunya independiente gobernada por la derecha, o una Catalunya dentro del Estado español gobernado por la izquierda? De momento, parece que la pregunta no tiene demasiado sentido, básicamente porque ni la izquierda de Catalunya ni la izquierda de España no parece que tengan todavía la fuerza que necesitamos para cambiar cosas sustanciales. Y esta es la batalla, como agrupar fuerzas para poder enfrentar las políticas de la Troika y las políticas de los que hasta ahora nos han gobernado, tanto en Catalunya como en España. Y cuando hablo de coger fuerzas me refiero tanto dentro de las instituciones como fuera de ellas. La organización y la movilización son absolutamente necesarias para poder tumbar los grandes poderes que tienen los bancos, las multinacionales y los políticos que los apoyan.
En unos momentos en que los Estados están totalmente secuestrados por la Troika, el Bancos y la UE, (sólo hay que mirar Grecia), si las fuerzas socialmente progresistas y radicales no tenemos mucha fuerza, mucha más de la que tenemos ahora, tendremos los mismos problemas con un Estado propio o con el que ahora tenemos. Por lo tanto, si bien es totalmente lícito que las diferentes izquierdas defiendan su opción nacional, no hay que perder de vista que, al fin y al cabo, si todas estas fuerzas no se suman, no avanzaremos en absoluto en nuestros derechos sociales, laborales y democráticos, tanto si conseguimos salir de España como si nos tenemos que quedar.
Creo que haríamos un gran favor a la ciudadanía, si todo esto quedara claro, y sobre todo, si en esta campaña tan crispada, las izquierdas, independentistas o no, no se visualizaran como enemigas, sino todo lo contrario.