Pico y pala, de sol a sol. Hambre y condiciones insalubres. Noches al raso, humillaciones, palizas, muertes. Una tras otra. Uno tras otro. Vae victis. Esta fue la suerte de los vencidos en la Guerra Civil de 1936-1939.
Una vez desatada la guerra civil provocada por el golpe de Estado militar fascista de julio de 1936, las autoridades franquistas se apresuraron a desarrollar una política represiva, que con el paso del tiempo fue tomando forma y cuerpo a través de diversas disposiciones.
Una de las vertientes de esta política represiva fue la detención y confinamiento de personas que, desde la perspectiva del régimen dictatorial que se iba imponiendo en los territorios ocupados por las tropas franquistas, podían ser hostiles a este nuevo régimen, así como el encuadre de miles de personas en batallones de trabajo forzado.
Las condiciones de vida en los diferentes centros de detención y de concentración, y los batallones de trabajadores forzados, eran variables en función del lugar, pero en términos generales eran absolutamente deplorables, y los castigos físicos y humillaciones de todo tipo eran frecuentes. Muchas personas perdieron la vida en estos campos y centros de detención, o tratando de escapar de ellos. Muchas la perdieron debido a los trabajos forzados que se les exigían.
Algunos de los campos y centros de detención sobrevivieron años después del final de la Guerra Civil, y así ocurrió también con los batallones de trabajadores forzados, que existieran bajo diversas fórmulas (Batallones de Trabajadores de Prisioneros de Guerra, Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores y Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores Penados).
Como en el resto de España, en Catalunya, a medida que las tropas franquistas se fueron adentrando en su territorio, llegaron también los campos de detención y concentración, y los batallones de trabajos forzados. Hasta el momento ha sido difícil establecer un listado completo de los campos de detención y concentración existentes en el territorio de Catalunya, pero podemos mencionar los siguientes: Lleida (Seu Vella, Seminario Viejo y Seminario Nuevo), Reus, Tarragona (Convento de las Carmelitas y convento de las Oblatas), Cervera, Manresa, Mollerussa, Barcelona (dos en Horta, el Palacio de las Misiones de Montjuïc, y el de El Cànem), Figueras, Puigcerdà, la Seu d'Urgell, Granollers, Bossòst, Igualada, Mataró y Vilamitjana (Pallars Jussà).
Estos campos y centros de detención, junto con otros que pueden no haber sido incluidos en este listado, conformaban un auténtico sistema concentracionario en Catalunya, perfectamente integrado en el sistema concentracionario del franquismo en toda España. Algunos campos cumplían funciones especiales, tales como la clasificación para la redistribución de los internos hacia otros campos, la asignación de internos a varios batallones de trabajos forzados, o bien el internamiento de personas con otras nacionalidades. Algunos tuvieron una duración efímera, mientras otros existieron hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.
El trabajo forzado fue empleado básicamente para tareas relacionadas con las necesidades del ejército franquista, incluyendo las tareas de fortificación iniciadas a finales de la Guerra Civil, y por otra parte para tareas de reconstrucción de los estragos de la guerra, así como para la construcción de nuevas infraestructuras. Sin embargo, también se cedieron trabajadores de los batallones de trabajo forzado a empresas civiles que desarrollaban trabajos considerados estratégicos para el nuevo régimen, y en tareas de todo tipo en interés de particulares afines a la Dictadura.
Hay que vencer la desinformación y la desmemoria, elaborar el censo completo de los campos de concentración, de los centros de detención, y de las ubicaciones de los diferentes tipos de batallones de trabajadores forzados, entre el inicio de la Guerra Civil y el final de la dictadura franquista. Hay que elaborar el censo completo de las infraestructuras y obras elaboradas total o parcialmente gracias al trabajo forzado de personas encuadradas dentro de los batallones de trabajadores forzados.
Hay que iniciar la señalización, adecuación, dignificación y conservación de estos espacios, y consignar los nombres de los internos, los trabajadores forzados y los que perdieron la vida en un campo o haciendo una obra, para permitir que generaciones futuras puedan conocer aquellos hechos, aquellos lugares, y la extraordinaria voluntad de vivir e inalienable dignidad de aquellas personas que fueron víctimas.
Hay que, en definitiva, rescatar del olvido a las miles de personas que pasaron por este trance deshumanizador, nombrar los muertos y ejecutados, los desaparecidos, en desagravio de los que han sobrevivido hasta ahora y los que no, y de sus familiares y amigos .
Parlamentarios socialistas hemos impulsado iniciativas, en el Parlament y en las Cortes Generales, para hacerlo. Estamos seguros que muchos otros, de otros colores y signos, dan pleno apoyo. Nadie podrá resarcir realmente a las víctimas, pero honrar su memoria, dignificarla, es un acto de justicia. Es la mínima de las reparaciones posibles, y es lo mejor que podemos hacer para evitar que nunca, en ninguna parte, vuelva a pasar.