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Con permiso de Gallardón

Margarita Rivière

¡2014 ya está aquí! Es para salir corriendo si sólo nos trae maravillas “progresistas” a lo Gallardón. Como esta: a partir de que se apruebe su increíble ‘ordeno y mando’ (la llamarán ley, pero tengo suficiente respeto a las leyes como para abstenerme de utilizar ese nombre que simboliza un pacto de convivencia entre personas) todo niño nacido en este país lo hará ‘con permiso de Gallardón’. Y uno se imagina al excelso ministro ‘trabajando’ dentro de todos los úteros y cerebros femeninos (y masculinos) para ‘crear vida’, por supuesto, a su imagen y semejanza, ya que lo contrario estará prohibido.

O sea que en España, si nada lo impide, nos acercamos a los ‘niños modelo Gallardón’: ¿unos personajillos clónicos, fatuos y engreídos? Da la impresión de que este ministro es incapaz de concebir otra cosa que no sea él mismo, así que nos ha dicho con soltura: ‘yo soy el bien’ y ‘yo decido lo que hay que hacer con la procreación de los españoles’. Punto.

Ahí, desde luego, están las mujeres que son las que paren, pero también los hombres ya que todos los niños tienen padre. Así que no entiendo bien que sean las mujeres, con gran diferencia sobre los hombres, quienes protesten. Gallardón se ha metido en la cama y entre las piernas de unas y otros. Menudo espectáculo.

Claro que las mujeres tienen razones extra, desde luego. Y no son pocas. Sólo hace apenas 30 años (desde 1985) que las españolas tuvieron el apoyo legal para reconocer su derecho, como mujeres, a parir o no. Hasta entonces el cuerpo de las mujeres era cosa exclusiva de hombres y ellos podían disponer a su antojo. Menuda ganga.

Cuesta mucho romper esa costumbre de siglos, de milenios, sobre todo cuando todavía hoy el sexo masculino viene culturalmente bendecido por una ‘innata’ superioridad sobre el género humano. Patriarcas, paterfamilias, machistas, dominadores, ellos se creen dotados para disponer de las criaturas y de la naturaleza. Vanos deseos, amigos. Pura ceguera. Vanidad ridícula.

Hoy podemos decir las mujeres, sin miedo a equivocarnos, que el desastre de mundo que nos rodea, con su culto al dinero, al conflicto, a la competición salvaje, es exactamente lo que esos hombres vanos han creado. Gallardón sólo es el símbolo más pedestre de su fatuidad y autoengaño. No estoy generalizando: hay (otros) hombres magníficos, abiertos, colaboradores, inteligentes, sensibles y tan ofendidos por los delirios de Gallardón como yo misma. Me consta.

Igualmente -hay que ser justos- si estos Gallardones existen es porque los han parido mujeres. ¿Qué responsabilidad tienen las madres para que sus hijos no sean Gallardones en potencia? Aquí, sinceramente, creo que las mujeres tienen también responsabilidad. Lo ‘bueno’ y lo ‘malo’ está equitativamente repartido, me temo.

Sucede que las mujeres –y no los hombres aunque le pese a Aristóteles- son quienes dan a luz y ese poder es el que pone frenéticos a hombres equivocados, arrogantes y fatuos como el insigne Gallardon. Si la gestación necesita hombre y mujer, ¿cómo va a atreverse la mujer a negarse a ello? Ahí les duele.

Ahí está un meollo que tiene raíces de siglos -dijo Esquilo que la mujer es sólo depositaria de la semilla del hombre que es quién da la vida- y que, desde 1985, una imperfecta ley socialista (¿qué diría Ernest Lluch?) había otorgado a la mujer el poder de decidir sobre parir o no.

Por esto esta ley está hecha contra todos, pero en especial contra las mujeres. Cualquier española tendrá forzosamente que pedir permiso a Gallardón si decide no llevar adelante su embarazo. Un ‘progresismo’ repugnante. Sobre todo por algo elemental: poder abortar no obliga a nadie. No poder hacerlo, en cambio, es una exhibición del peor poder machista.

Gallardón lo ha conseguido: nunca había estado a favor del aborto, pero ahora ya lo estoy. Yo también quiero abortar.

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