Eso de fer-se a un costat ha precipitado otra tempestad. Ahora, dentro del lenguaje procesista, una crisis de gobierno es algo muy positivo y no importa que desde la prensa extranjera se defina la operación como el triunfo de los Catalibanes. Lo dice Le Monde y transcribo ese neologismo curioso, original, como todos los de nuestro tiempo, dechados de ingenio para combatir la mediocridad y asimismo caer en ella.
Nadie se rasga las vestiduras. La rueda gira y entre renuncias, ceses y dimisiones la vida sigue, el jefe de los mossos se va, ocupa su lugar un hombre irreprochable en su independentismo y un antiguo candidato a la presidencia del Ateneu se atreve a decir, no exento de razón, “la policia és nostra”; por su parte, en otro ámbito pero dentro del mismo contexto, Marta Pascal afirma que todos los soldados del PDeCAT están dispuestos a hacer lo que sea.
El lenguaje es importante. Lo sabe Eduardo Mendoza. En 1973 el censor le prohibió el título original de La verdad sobre el caso Savolta sin saber que, en realidad, hacía un favor al novelista barcelonés. Si su ópera prima llega a titularse Los soldados de Cataluña quizá no hubiera tenido tanto éxito. El nombre primigenio se refería a la cancioncilla infantil “quisiera ser tan alto como la luna”, donde esos miles gloriosus del Principado se equiparaban a traficantes y gánsteres durante el pistolerismo de justo hace una centuria, sin 3% ni luchas por la liberación nacional. El hombre que vetó la idea de Mendoza firmó su informe un once de septiembre.
Mientras en plena canícula la antigua CiU emplea terminología militar, a otros les da por colgar carteles con la imagen de Franco un 18 de julio, jornada del nefasto alzamiento nacional para comparar a los que no siguen las consignas del referéndum con el Dictador que maniató España durante cuarenta años. La idea es muy desafortunada y ha provocado indignación en las previsibles redes sociales, hasta el punto que algún usuario ha refutado el argumento al revés acusando a sus artífices de ser poco democráticos al no aceptar el pluralismo político.
La reductio ad Hitlerum es una falacia que desacredita a quien la usa por banal. Si el genocida apoyaba tal cosa por fuerza debe ser mala. Es frágil y espuria porque en general surge de un pensamiento débil que no se esfuerza en exceso por argumentar sus razones. Esta semana hemos tenido mil ejemplos de su uso a la catalana, con Franco de protagonista. El conseller Rull ha dicho que con el gallego también se pedía cada semana un certificado de buena conducta, olvidando entremedias que antes ese informe económico era mensual y que en algún momento el descuido de la Generalitat casi aboca, siendo suave, a las farmacias de este país a la ruina.
Por su parte Puigdemont, junto a Trump el mandatario que más usa Twitter, ha soltado muchas perlas alentadas por la reciente emisión del instructivo y bestial documental sobre las cloacas del Estado, muy promocionado en la televisión pública. En una de sus intervenciones escritas critica al Gobierno Central por gastarse el dinero en rescatar a bancos mostrando una preocupante amnesia: su partido votó a favor de la medida.
Pero eso no importa porque estamos en la culminación de una fase, y no digo agónica porque no sé cuándo terminará esta Historia llamada Procés Sobiranista. Desde el Govern se ha criticado mucho a los Comunes por su política gestual, pero si vemos la hemeroteca observaremos que el Ayuntamiento de Colau ha emprendido más medidas concretas en cinco años que la Generalitat durante el mismo período. Ahora con Jordi Turull hasta Neus Munté parece una balsa de aceite. La dinámica de posverdad heroica según la cual impidió la entrada de la Guardia Civil en el Parlament es una muestra más del tipo de retórica hegemónica, alarmante al ser vacua de contenido y repleta de populismo barato y efectista para el consumo interno.
¿Tenemos noticias de acciones legislativas en Educación y Sanidad más allá de los recortes constantes? No, sólo figuran cambios de cromos, muy propios para la temporada veraniega de fichajes, y adhesiones incondicionales y vergonzosas de universidades a la causa, denigrantes porque además de morder el anzuelo de los de arriba perpetúan la inercia destructiva de lo que debería permitir a este país avanzar para ser mejor a través de la formación del ciudadano. Pero ya sabemos que este concepto ahora no se estila, se prefiere a un pueblo domesticado, y no sólo en Catalunya.
Ni Rajoy ni Puigdemont emprenden ninguna iniciativa relativa a mejorar la vida de sus votantes. Uno por Tancredismo, el otro porque tiene prisa. Al final, en el reino de los ciegos el tuerto es el rey, tendrá la razón Pedro Sánchez al pedir diálogo. Los protagonistas no lo quieren. Ambos huyen hacia adelante, lo único importante es seguir inmunes e impunes a sus delitos mientras aumentan el control a los demás, tratándoles de imbéciles profundos para seguir con su juego de la nada, demasiado prolongado en el tiempo, cansino hasta producir risas en los palacios mientras la calle oscila entre la indiferencia resignada y la tensión inducida. Es tristísimo.