A la gente pequeña, la crisis nos provoca un hervor de sangre, hormigueo intranquilo, similar al de la tercera o cuarta dosis de cafeína. Una primera reacción de mirarse el ombligo para salvar la ropa particular que no se haya llevado la tormenta. Nos da miedo la crisis, nos deja en estado de “shock” como dice Naomi Klein. Más tarde, nos provoca un sentimiento de fatalidad y asunción cabizbaja, parecida a la que nos llega el día después de asumir una enfermedad grave. No se puede hacer nada, el mantra repite.
En Barcelona, pequeña comunidad de comunidades de gente pequeña concentrada en frente de un mar pequeño y conflictivo a menudo surgen chispas grandes de creatividad insurrecta y latina. He aquí. Esta es la historia de una chispa para pararle atención. Ha brillado en la ciudad en los alrededores del junio de 2014 La llaman Guanyem Barcelona. Surge de un sueño, de una visión compartida durante unos meses de reflexión casi-clandestina.
El sueño lo ha tenido gente que sufre la crisis pero que la entiende y no la quiere esperar como si se tratara de una fatalidad. Gente con largo recorrido en plantarle cara al status quo desde los rincones de la ruidosa ciudad. Gente firme como la que ha levantado el movimiento por una vivienda digna y articulado en todo el Estado la Plataforma de Afectados por las Hipotecas, gente que no quiere asumir deudas de ningún tipo, que rompe el mito del obligado pago de la deuda y que quiere que se auditen las administraciones a la búsqueda y captura de mafias público-privadas camufladas; gente que intenta mejorar los barrios desde las asociaciones vecinales, desde la base; o de la economía pequeña desde el variado movimiento cooperativo; también algunos universitarios comprometidos, gente ecologista, feminista, internacionalista, maestros de las escuelas de la ciudad, organizaciones por el derecho a decidirlo todo; etc.
Barcelona –pero también las otras Barcelonas de ese mundo que se aventuran al Ganemos Style, las CUP, el Procés Constituent, los círculos Podemos, y el nuevo municipalismo naciente también en ICV-EUiA–, empieza a estar llena a rebosar de virutas de la crisis, cada vez más resecos. Las chispas se convierten en fuego, y el fuego amplificado devuelve Barcelona a un nuevo episodio de la “Rosa de Fuego”, faro internacionalista como fue antaño y como probablemente será en el futuro.
¿Virutas? Gente que ha puesto sus ahorros de años, que la han engañado y que lo ha perdido todo; gente mayor que tiene que trabajar hasta demasiado tarde y jóvenes que sólo pueden trabajar gratis y dando las gracias; presiones a la gente pequeña de inversores, bancos, monopolios corporativos y juristas buitres de procedencias éticamente putrefactos; dirigentes políticos cenando con los anteriores a diario; pisos vacíos o turísticos y gente sin techo; invasión de turistas ruidosos bebiendo líquidos y atiborrarse de sartenes re-congeladas en franquicias con sede en paraísos fiscales; pobres energéticos que pasan frío en invierno; ... En definitiva, posibilidades de convivir bien que se bloquean.
Todo esto y mucho más se quiere cambiar, la gente lo pide. Pita por las calles de la ciudad un vientecillo que dice “Basta, no lo aceptamos más, es el momento ideal de tomar las riendas de este nuestro mundo secuestrado; basta de utilizar la ciudad como si fuera una explotación minera; hagámoslo juntas, empezamos por abajo y vamos subiendo, cambiaremos el régimen ...o lo intentaremos ”.
Pero lo más importante es el nuevo sueño por Barcelona. Apenas lo acaban de validar más de 30.000 soñadores/as. El sueño de una ciudad donde su gente convive bien, tiene una vida que merece la pena ser vivida, tiene los derechos garantizados, y lo hace en armonía con el resto del mundo sin acaparar nada a nadie ni dentro ni la exterior. Entonces su gente ve menester democratizarla, re-articularla y recuperarla de los poderes fácticos y de visiones obtusas, desplegar políticas sectoriales y territoriales virtuosas teniendo muy en cuenta no sólo las competencias municipales otorgadas por la ley, sino las capacidades en potencia de la ciudad, que son muchas más. Por ejemplo en el campo de la relocalización de la energía, de la comida o de la vivienda. Por eso al sueño lo llaman «Ganar Barcelona». Conseguir que sea una comunidad biodiversa de comunidades, felices, satisfechas de intentar controlar el propio destino superando el individualismo y los mantras negativos que provoca la crisis. Un ecosistema en plenitud, ¿se lo imaginan?
Ganar la ciudad es ganar en prácticas concretas, ganar las políticas públicas, y si es necesario, las instituciones del Consistorio. Pero también abrir espacios comunitarios donde no haya necesariamente ni mercado ni administración, reforzar los movimientos sociales y el asociacionismo. No es ganar asientos, ni posiciones privilegiadas, ni ganar contra los otros. Ganar preguntando es ganar con los demás, intentando la máxima confluencia posible y desplegando generosidad hacia quienes son diferentes, en un nuevo “zapatismo urbano”. Este es el sueño que tenemos.
Ganar la vivienda, la salud, la enseñanza, la energía, el agua, el transporte público racional que no haga humos, las culturetas propias, la ciudad común y cooperativa, la economía granular de los pequeños, los cuidados de los abuelos , los niños, los enfermos, distribuyéndolas equitativamente, recuperar las calles, las plazas y los espacios verdes, ser acogedores con los nuevos Barceloneses/as, y una buena relación metabólica con el medio natural y el resto de pueblos de este mundo. El sueño es en código abierto y como hacen los indígenas amazónicos, todas las personas que quieran vivir la segunda fase –del 16 de septiembre hasta las elecciones municipales del mayo– se sentarán alrededor de la hoguera de virutas para interpretar este sueño en confluencia, concretarlo y hacerlo realidad.