Estos días he, hemos visto como el Mediterráneo se convertía en una fosa común mientras se levantan vallas asesinas a lo largo de fronteras europeas. Imágenes de muerte y barbarie que abren periódicos y noticiarios, que son un grito de horror y reclaman acción urgente. No son imágenes nuevas, el verano pasado ya las vimos, y el otro y el otro. Un drama de muertes y violencia, que se levanta como barrera infranqueable para evitar que los movimientos migratorios lleguen a esta tierra llamada Europa. Todo ello acompañado del silencio cómplice de gobernantes, incapaces de afrontar los retos de una humanidad desgarrada de injusticias y conflictos, de guerras y miserias, que impele a millones de personas a abandonar sus hogares en busca de paz, refugio y alimento, trabajo, justicia y derechos.
Otro verano, en el que nos encontramos mirándonos en un espejo de incomodidades que refleja los límites morales de una civilización que impasible asiste al drama humanitario. El vaho que desprenden nuestras comodidades de hoy, las certezas y los miedos al extraño, desvanecen el valor de las migraciones como base fundamental del desarrollo social, económico y político de la humanidad y que ha ido configurando en el actual mundo global. Pocos núcleos, por no decir ninguno, han restado aislados a lo largo de la historia, manteniendo las formas primitivas de organizar la convivencia. Han evolucionado, se han desarrollado y crecido desde el mestizaje que acompaña a los flujos migratorios en busca de espacios vitales donde organizar mejor las fórmulas de garantizar refugio y subsistencia.
Hoy instalados entre fronteras, que queremos infranqueables; tras muros oscuros y apretados de reglas, otorgamos nacionalidades para separar y aislar personas. Mientras tanto, dejemos que capitales y mercancías los traspasen, sin preocuparnos del valor o dignidad del trabajo humano -más o menos explotado- que incorporan. Podemos expoliar territorios inmensos de sus riquezas naturales e impedir formas autónomas de organizar el desarrollo económico y social, provocando amplias áreas de miseria, pobreza y hambre. Generamos y alimentamos conflictos, guerras, masacres, forzando diásporas humanas en busca de paz y vida. Una globalización sin reglas ni controles justifica este estado de cosas, donde los intereses -de poder, económicos, de control? - de determinadas instituciones económicas priman sobre el valor de la civilización y la humanidad.
Pero no basta con que las imágenes nos remuevan las conciencias. Hemos de dotarnos de políticas que transformen la realidad. Se debe promover cultura solidaria que las empuje a actuar. En un mundo global se necesitan reglas y gobierno democrático que se sustenten en el respeto a la vida y la dignidad de las personas, de todas las personas. Los derechos humanos no tienen fronteras. Hay que remover las causas profundas que generan violencia y pobreza en amplias zonas del mundo. Dichas causas se enmarcan en el actual sistema económico y social, basado en la propiedad privada frente al bien común y, consecuentemente, en la explotación del trabajo y las riquezas naturales para obtener el beneficio de apropiación privada.
Otras políticas migratorias y de asilo son necesarias en la UE. Basadas en la acogida que permite la integración social y laboral plena, en derechos y obligaciones. Quien migra busca una oportunidad para desarrollarse, pero también esperar contribuir a generar riqueza allá donde aterriza. Quien migra lo hace por la falta de oportunidades del lugar de donde procede, y aquí seguro que tenemos algo que hacer para generar nuevas oportunidades. No podemos acostumbrarnos a que las imágenes que hoy nos impacta se integren en lo cotidiano. Sabemos, por lo vemos, que el actual marco regulatorio genera muertes e injusticias. Pasa lo mismo cuando se quiere equiparar mantero a delincuente, sin abordar la falta de alternativas y obviando que hay quien provee y explota el mantero. Un marco legal que convierte en “irregular” a quien, después de años trabajando, pierde el trabajo y los papeles al ser despedido y pasa a situación de desempleo. Pierde el trabajo y también la disposición a ser sujeto de derecho. La misma norma que permite privar de libertad a estas personas -recluyéndolas en los CIE-, sólo por una situación administrativa fruto de no disponer de “papeles”.
Hay que cambiar de raíz las políticas migratorias y de asilo en la UE. Superar la exclusiva visión “utilitarista” de la migración y renunciar a una regulación meramente policial de los flujos. Es necesaria una política integral que se soporte en la cooperación y solidaridad internacionales, que actúe en los países de origen para remover las causas últimas que empujan a migrar; existe una política global de paz y no violencia, que sólo puede aportar un gobierno global democrático no sometido a los intereses geoestratégicos de los poderes económicos y financieros; se han de regular los flujos migratorios garantizando la plenitud de derechos y el trabajo digno en todo y para todos.
Y, mientras tanto, es necesario que los países se comprometan a acoger a las personas que huyen de las zonas en conflicto, víctimas de persecuciones y matanzas: hay que dar refugio a quien hoy no tiene más activo que la acogida que les podemos dar en nuestros países y ciudades, como muy bien ya anunciado la alcaldesa de Barcelona. Hay que acoger a quien sólo le queda la ternura de la solidaridad de los pueblos (en bellas palabras de Gioconda Belli).
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