Hacía días que le daba vueltas a la semana barcelonesa. Escribir sobre la influencia de Ada Colau a nivel europeo no aportaría nada. La referencialidad de la alcaldesa sirve para callar bocas de sus muchos detractores, pero lo que de verdad importa es la ciudad y sus planes de futuro, que esta semana han conectado con Madrid a partir de la peatonalización provisional de la Gran Vía.
En este sentido la medida tiene un punto de utilidad evidente y otro de espectacularidad. Carmena con la Gran Vía, creada casi al unísono con nuestra Laietana, apuesta muy fuerte y actúa desde una radicalidad que para algunos, Esperanza Aguirre a la cabeza, no tiene ni pies ni cabeza, como si en la capital de España sólo existiera esa artería en el centro.
Descongestionarlo y eliminar poco a poco la polución siempre será un éxito. Poco a poco. En Barcelona existe la posibilidad de pacificar una de cada tres calles de l’Eixample mediante un eje que recuerda a la trayectoria de los nuevos autobuses. En vertical algunas de las candidatas a la tranquilidad serían Llançà, Rocafort, Borrell, Casanova y Enric Granados, mientras en horizontal las afortunadas que se convertirían en zonas verdes y ahorrarían en parques serían Londres, Rosselló, avinguda Roma i Consell de Cent.
En un informativo del sábado se mencionaba la decisión firme, que hasta entonces ignoraba, de peatonalizar el carrer Girona. Al escucharlo mi mente ha empezado a cavilar posibilidades que se armonizan desde distintas perspectivas. La primera impresión ha sido que se podía generar una especie de eje vertical de avenidas emblemáticas para favorecer al paseante y liberar el centro de tanta contaminación, eje que desde esa reina llamada rambla Catalunya continuaría por Girona y tendría una cierta culminación, pese al tráfico, en el sector de passeig Sant Joan que va del monument a Verdaguer hasta la plaça Tetuán, con calzadas laterales suficientemente anchas, aunque si nos fijamos con atención tanto su parte superior como la inferior ya cumplen esa función de ser cómodas para caminar sin excesivo ruido motorizado.
La otra opción encaja más con el plan de una de cada tres calles y serviría, además de quitar todos esos malos humos, para reivindicar otro modernismo y musealizar el exterior para sacudirnos un poco el parque temático de la sagrada trilogía modernista de Gaudí, Puig i Domènech.
Por poner un ejemplo el carrer Girona es perfecto en este sentido al estar repleto de casas significativas que la mayoría ignora por la escasa señalización monumental barcelonesa y el desprecio a los mal llamados arquitectos secundarios. En el número 86, cerca de la Gran Vía, sobresale la estrecha fachada de la casa Pomar de Joan Rubió i Bellver, parecida en su coronación a un templo gótico y curiosa en la base escalonada de su tribuna. Un poco más arriba el visitante podría admirar sin temor a ser atropellado la casa Lamadrid de Domènech i Montaner, simple pero con el encanto de su riqueza ornamental y una verticalidad progresiva que combina en la primera planta balcones de piedra con motivos florales y en los demás el uso del hierro forjado tan característico del período.
De este inmueble, situado en el número 113, podríamos retroceder para reparar en granjas y panaderías, de la superviviente Vendrell al Forn Sarret al lado del metro que es un buen punto para acceder al edificio donde se produjo el tiroteo que desencadenó la ejecución de Salvador Puig Antich, aunque otra posibilidad es seguir hacia arriba y remarcar en el 122 la casa Granell, anómala al estar destinada para obreros y ser muy humilde, sin balcones de relumbrón que no impiden encontrar elementos destacados como esa puerta sinuosa o sus esgrafiados, mucho menos lujosos que el conjunto de la Farmàcia Puigoriol en la esquina con Mallorca, buena muestra del trabajo en equipo del Modernismo y digna de ser revalorizada tanto por su interior como por esos cristales biselados con piedras incrustadas.
Lo que vale para el carrer Girona debería servir para otros enclaves y asimismo resultaría práctica para luchar contra la parquetematización que no cesa, corroborada por la reciente apertura de otro Zara en la antigua sede del BBVA, un edificio que en mi imaginario era la casilla inaugural para los jugadores de ajedrez de plaça Catalunya. Amancio Ortega lo compró en 2013 por una cifra cercana a los ochenta millones de euros para así ampliar sus dominios que incluyen tiendas en portal de l’Àngel, el mastodonte de passeig de Gràcia y otro establecimiento de la franquicia en rambla de Catalunya para consolidar la táctica del comprar barato y por capricho para caer en la trampa de sentirse menos culpable.
Más allá de los negocios del millonario gallego, un genio de la estrategia espacial, la futura peatonalización debería considerar con mucha atención el aprecio por la cultura y el rechazo a propiciar nuevas zonas comerciales y de terrazas. Una medida poco comentada, parece que hayan pasado mil años, del actual Consistorio fue terminar con la permuta que haría de la torre Deutsche Bank un rascacielos aún más alto para apuntalar un circuito de hoteles de lujo de la Diagonal al Born. Esta maniobra también paró el plan de alargar el passeig de Gràcia y su delirio de compras inasequibles para el barcelonés hasta Gran de Gràcia.
Si se apuesta por la peatonalización debemos ir más allá de lo ecológico y aprovechar lo increíble de nuestro patrimonio para romper con tópicos y ampliar su abanico de nombres, obras y prodigios. Una ciudad que limita su Historia a pocas referencias se prostituye por treinta monedas de plata cuando es bastante más sencillo parar un momento, observar la totalidad de lo que disponemos y matar dos pájaros de un tiro mediante el aprecio de lo oculto pero visible y el cancelar la polución, la misma que no debe esparcirse en la ropa, pues si queremos variedad sería muy triste que cayéramos, ya lo hemos hecho, vistiéndonos todos igual por culpa del comunismo capitalista, triste paradoja de la Historia.