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Violencias machistas: una cuestión de derechos

Laia Rosich Solé

Eje de Género y diversidad sexual de Barcelona En Comú —

Es importante entender las violencias machistas desde una perspectiva de derechos, porque si no a menudo se abordan desde una retórica de exclusión: aquello que le pasa a “esas  mujeres”, que “no supieron escoger su compañero”, que “no supo poner límites a un jefe  que siempre que podía se acercaba demasiado”, que “tienen culturas poco avanzadas” y un así una larga lista de ejemplos que podrían ser infinita.Y es que a menudo se habla sólo del número de denuncias (9.736 los primeros nueve meses del año 2015 en Catalunya), del número de mujeres asesinadas (48 según los datos oficiales en el Estado Español, 93 según los datos de feminicidio.net) para retratar una problemática muy dura pero también muy compleja.Y por supuesto los datos son importantes, porque nos presentan la crudeza, la punta de este enorme iceberg que es la violencia machista, pero cuando nos perdemos en comentarios particulares y cifras, situamos la problemática en esta retórica lejana, que obviamente se presenta práctica, porque no nos incluye y nos desresponsabiliza, pero resulta muy peligrosa, especialmente si ésta se convierte en el punto de partida de políticas que se limitan a gestionar exiguos recursos y servicios.  

Las violencias machistas son, como dice la Ley Catalana 5/2008, violencias que sufren las mujeres por el solo hecho de serlo, en el marco de unas relaciones de poder desiguales entre mujeres y hombres. Unas violencias que son un impedimento efectiva para que las mujeres puedan lograr la plena ciudadanía, la autonomía y la libertad, y es importante recordar que no hay justicia social si las mujeres no dejamos de estar subordinadas, discriminadas o  violentadas. 

Desde esta mirada amplia, abordar la violencia machista es algo sumamente complejo, porque se sostiene en estructuras patriarcales inscritas profundamente en cada persona, de forma comunitaria e individual. Se parte de una concepción binarista del sexo biológico sobre la que se construyen dos identidades y roles de género rígidos y estereotipados. Esta construcción encasilla a las personas en un modelo de feminidad y masculinidad tradicionales, que además se configuran de forma jerárquica. Este sistema social nos limita a establecer vínculos sociales y afectivos en un marco capitalista y patriarcal del deseo y de los  cuerpos. Y para que este modelo sea efectivo, opera una violencia sistemática y estructural a menudo naturalizada en nuestro día a día a nivel social, relacional e individual. El cuerpo, la identidad y el deseo son tres ejes cambiantes que se inscriben en cada persona de manera diferente, y por tanto nos obligan a generar  propuestas de prevención creativas, que no pueden quedarse en la  superficialidad, y que tienen que estar estructuradas desde un plan estratégico que aborde varios ámbitos y sectores.  

Además de una tarea sistematizada en prevención, la violencia machista necesita un  abordaje desde una perspectiva comunitaria, que tenga en cuenta las diversas instituciones y cree redes y espacios de apoyo que rompan con  el aislamiento y responda mejor a estos casos, colectivizando y creando responsabilidades y respuestas conjuntas ante la problemática. A la vez, hay que garantizar que las mujeres tengan información, asesoramiento y acompañamiento durante todo el proceso, por eso las políticas públicas tienen que crear estructuras de trabajo en red reales y desde una perspectiva  comunitaria, que cuenten con el conocimiento y las praxis de las entidades feministas, y el saber de las propias mujeres que han podido enfrontar esta lacra. Será clave por tanto garantizar servicios especializados, que cuenten con profesionales con la formación, supervisión y recursos adecuados y muy especialmente, en unas condiciones laborales no precarias.

Cómo es sabido, uno de los ámbitos más complejos es el judicial (en el último año 2014, solo un 34% de las Órdenes de Protección solicitadas en Catalunya fueron concedidas) y a menudo son espacios donde se reproducen situaciones estigmatizantes y revictimizadoras. Será necesario trabajar para que la denuncia sea una herramienta utilizada con la debida información y acompañamiento. Por eso, además de crear estrategias para impedir la violencia institucional y denunciar las malas praxis, se tienen que generar y apoyar a los proyectos de acompañamiento desde la comunidad.

Por otro lado, un reto a asumir es que en los últimos años los esfuerzos en la lucha contra la violencia machista se han centrado especialmente en el ámbito de la pareja (y en menor grado de la familia), dejando los ámbitos laborales y comunitarios (mutilación genital femenina, matrimonios forzados, violencia contra el derecho sexual y reproductivo...) con carencias graves en cuanto a los protocolos de intervención y servicios que deberán paliarse. 

Finalmente, será importante entender las violencias como patriarcales e interseccionales, y será necesario crear espacios seguros y con la formación adecuada  (intercultural, de diversidad funcional, diversidad sexual...) para abordar todas las formas de violencia hacia la diversidad de mujeres y personas con cuerpos, identidades y expresiones de  género no normativas.

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