Dice que sacar adelante un cultivo nunca es fácil, pero que poder hacerlo en una tierra tan fértil como la del Delta del Llobregat es motivo de envidia en otras zonas agrícolas. “Se explica por la acumulación de sedimentos del río”, cuenta Quim Lucha Marimón, a la vez que lamenta cómo esto se ha “menospreciado absolutamente”. Su abuela trabajaba una zona que se convirtió en aeropuerto. “El terreno agrícola que queda en El Prat es anecdótico”, afirma.
Este joven es profesor interino, pero quería cultivar y ahora combina ambas ocupaciones. Pasó tres años trabajando a cambio de aprender junto a quienes habían conocido estos campos de sol a sol. “Hay un amor por el sector que les hace resistir, pero la degradación en la que se ha dejado caer a la payesía, las condiciones de autoexplotación –y de explotación de otros trabajadores– para subsistir en el mercado han llevado a que no quieran que sus descendientes sigan dedicándose a ello”, lamenta Lucha. Los mismos que han sido sus maestros le recomiendan que no pierda tiempo intentando ganarse la vida en este sector.
El Delta del Llobregat es la tierra agrícola cercana a la capital catalana más fértil y una de las más importantes en producción de huerta en Catalunya. A la vez, se trata de una de las áreas agrícolas más presionadas. “Van apareciendo proyectos urbanísticos y empresariales que hacen tambalear los equilibrios construidos durante años”, sintetizan fuentes del sindicato Unió de Pagesos.
En la zona recuerdan momentos críticos, como el proyecto fracasado para instalar el macrocomplejo del juego Eurovegas hace una década. “Hubiera sido el fin del parque agrario”, afirman desde el sindicato. También destacan la desviación del río forzada para permitir la última ampliación del aeropuerto en 2009, que dejó la actividad agrícola del municipio de El Prat en algo “residual”. Y la ampliación del puerto. Y la construcción de las vías del AVE. Y la autovía del Baix Llobregat.
El momento de alarma más reciente llegó hace un año, cuando el Estado y la Generalitat acordaron una ampliación el aeropuerto ahora guardada en un cajón. “Lo que prevén es compensar la zona natural que destrocen renaturalizando una zona con actividad agrícola”, denuncia Unió de Pagesos. Una medida que consideran que se ha criticado poco en comparación con los efectos adversos que tiene.
Josep Piñol Ventura es payés de quinta generación. Augura que esta será la última. “Es un trabajo duro, no está valorado y si tú ya no te ganas la vida, no quieres que tus hijos continúen”, cuenta este productor de La Masia de El Prat.
Saber llevar el tractor le sirvió para manejar la excavadora, cuenta Piñol. Era antes de los Juegos Olímpicos y en la construcción pagaban bien. “Lo hice para conseguir la hipoteca, el banco no me la daba por ser payés, pero en cuanto pude, volví”.
Piñol es el único de sus hermanos que decidió continuar con la profesión. Lamenta que la población no demande producto local y que los gobiernos no protejan a la payesía frente a los bajos precios. “No les importa que no nos ganemos la vida y que la soberanía alimentaria se haya perdido totalmente”, denuncia.
Desde la década de los 50, se han perdido más del 80% de terrenos agrícolas en el área metropolitana de Barcelona
Barcelona es uno de los municipios de Catalunya con menor capacidad de abastecer a su población con alimentos de proximidad, según identifica un diagnóstico del Ayuntamiento elaborado a finales del año pasado. Desde la década de los 50, se han perdido más del 80% de terrenos agrícolas en el área metropolitana de Barcelona. Una disminución que supone un aumento de la dependencia exterior y menos capacidad para proporcionar alimentos suficientes, adecuados y accesibles a la población en situaciones imprevistas o de riesgo.
Los parques agrarios de la región metropolitana de Barcelona garantizan una pequeña parte del suministro de frutas y verduras a su población, que bordea los cinco millones de personas. En el caso concreto del parque agrario del Baix Llobregat, aporta un 16% del consumo. Desde el consorcio que lo gestiona reconocen una tendencia a la reducción de explotaciones agrarias activas paralela al envejecimiento de los productores. Algo que, exponen, no es excepcional, sino que se observa en las zonas agrícolas de todo el país.
“Somos la pieza más débil del Tetris”
Al cultivar cerca del mar, su tierra conserva más la humedad y hace que no sufran tanto la sequía, cuenta Yolanda Figueras. Es productora de Cal Delaida, en Gavá, y le encanta su trabajo: “No querría hacer otra cosa”. Lo mismo su marido. Cuando se conocieron, se juntaron dos familias payesas. Pero no desean que sus hijos soporten lo que ellos asumen. “Entre prohibiciones y gastos, todo son trabas”, resume.
Figueras siente que a nadie le importa si pierden cosechas, como les ha pasado por inundaciones. “Hace 30 años que perseguimos que renueven la infraestructura de drenaje”, denuncia. No entiende el porqué, pero ve que se está dejando perder la agricultura de proximidad. “Cuando no estemos, harán más pisos hasta la playa. Y si no pueden, pues más espacio para los pájaros”, zanja, resignada.
A mediados de junio, la conselleria de Acción Climática de la Generalitat presentó una propuesta para duplicar las hectáreas de zona de especial protección para las aves (ZEPA) del Delta. Es la respuesta prevista ante el expediente sancionador abierto por la Comisión Europea a raíz de una denuncia de la entidad ecologista DEPANA por no haber protegido los ecosistemas de este espacio incluido en la Red Natura 2000.
Unió de Pagesos, parte del consorcio gestor del parque agrario del Baix Llobregat, ha rechazado que las nuevas zonas se sitúen “sobre espacio agrario” y presentará alegaciones al proyecto. Pero los productores agrícolas ya ven encima las restricciones y advierten de que puede suponer el golpe final para muchas familias del Delta. “Hay prácticas que tendremos que dejar porque la prioridad serán las aves, por lo que, de hecho, esto dejará de ser una zona agrícola”, plantea Piñol, que considera la propuesta de la Generalitat peor que una expropiación. “Nadie nos va a compensar el daño”.
“La payesía es la pieza más débil en el tetris del Delta”, plantea Mauri Bosch, productor de Cal Xim-Xim, en Viladecans. Reconoce que muchas veces se ha planteado irse a otra zona “eminentemente agrícola”. “Quiero trabajar como necesita trabajar un payés y en esta zona se confunde parque agrario con parque natural”, critica.
Quiero trabajar como necesita trabajar un payés y en esta zona se confunde parque agrario con parque natural
A juicio de Bosch, el apoyo a la agricultura de proximidad es más discursivo que efectivo. “Nos atan las manos y los pies con normativas desde la ciudad que no responden a las necesidades para hacer sostenible la actividad”, asevera, al tiempo que lamenta que se priorice el aspecto “bucólico” de la zona al trabajo de la tierra. “Quieren un lugar donde ir en bicicleta, pero resulta que quien viene en bici no es quien defiende el territorio el día que hay un incendio”.
El agricultor se muestra rotundo sobre la propuesta de convertir cerca de 1.500 hectáreas del Delta en ZEPA. “Es la sentencia de muerte de la payesía”. Por su lado, Lucha lamenta que no se les tenga en cuenta: “¿Para construir bloques de pisos se puede mover la línea del parque agrario y para ampliar el aeropuerto puedes desplazar el río, pero resulta que no puedes ampliar zonas agrícolas y de espacios naturales a la vez? ¿Por qué no estamos discutiendo si la última terminal del aeropuerto es ZEPA? Nosotros discutimos y ellos construyen cuando les conviene”.
“El suelo agrícola es un recurso finito y nos estamos cargando la base de la agricultura de las futuras generaciones”, comenta, sobre el proyecto aeroportuario, Olivier Chantry. Hace diez años que este “urbanita” se puso manos al campo e impulsó un proyecto de agricultura ecológica, Cal Notari. “Estar cerca de Barcelona podría facilitar que gente joven se interese por ser payesa, que es una profesión que puede ser coherente e interesante y con futuro”, defiende, en especial en tiempos de crisis energética y climática. “¿Hasta cuándo podrá venir de lejos lo que comemos?”.
El sistema agroalimentario es responsable de entre el 21% y el 37% de las emisiones de gases de efecto invernadero, según IPCC. “Necesitamos un modelo resiliente y estas zonas periurbanas tienen un papel clave para producir alimentación en la proximidad”, defiende Chantry, para quien es un peligro que las administraciones hagan entrar en conflicto el cuidado de la biodiversidad con la viabilidad agrícola. En el Delta, las infraestructuras y la construcción se han comido el pan y “han dejado a payesía y ecologistas peleando por las migas”, concluye Lucha.