La pintora catalana que retrató a la reina Isabel II: “Tiene un carácter muy fuerte y sentido del humor”
Una mujer mayor, sentada frente a una taza de té, dirige la mirada hacia un lado, por donde entra la luz que ilumina una vajilla cuidadosamente distribuida por la mesa. La ternura y la intimidad que desprende esa figura la convierten en una suerte de ‘madre universal’. Así describió el jurado del BP Portrait Award el cuadro de Míriam Escofet sobre su madre, An angel at my table, a la hora de entregarle el más prestigioso premio de retratos de Inglaterra.
El lienzo sobre su madre, con el característico toque surrealista que esta pintora nacida en Barcelona imprime a sus obras –un plato y una pequeña escultura aparecen borrosos, como en movimiento–, cambiaron para siempre su trayectoria profesional. Un año después, otra anciana cobraba vida, también frente a una taza de té en su nuevo cuadro. No era una madre universal, más bien la abuela de la nación. En secreto trabajó durante un año en el retrato de la reina de Inglaterra, Isabel II, por encargo del Ministerio de Relaciones Exteriores británico, hasta que pudo descubrir el cuadro el pasado 25 de julio frente a la mirada –por vía telemática– de la monarca.
“Me dieron libertad completa, desde Palacio no intervinieron de ninguna manera”, explica por teléfono Escofet. A sus 53 años, atiende por primera vez en su vida a medios de comunicación españoles soprendidos porque un apellido catalán, desconocido en los circuitos artísticos españoles, se haya colado en las estancias de Isabel II en su castillo de Windsor. La artista vive desde los 12 años en Londres, a donde se mudó su familia –padre español, madre inglesa– “convencida de que España no cambiaría nunca”.
Antes de acabar frente a la mujer más poderosa de Inglaterra desde 1952, Escofet fue una joven entusiasta de la pintura figurativa cuando la corriente de las escuelas y galerías empujaba sin tregua hacia el arte conceptual. “Eso de dibujar parecía algo prehistórico. El desprecio hacia el arte figurativo me disgustaba”, relata. Aun así, se hizo un hueco en el circuito londinense durante los años 90 y hasta la crisis económica. “Entonces todo se desaceleró”, rememora.
Fue entonces cuando, después de visitar como cada año la exposición del BP Portrait Awards, decidió retratar a su padre, el también pintor Josep Escofet. Empezó con él, explica, por considerarlo el origen de su vocación y porque, al ser familia, si el resultado es malo no te expones tanto. “Lo presenté a los premios y lo aceptaron. Fue una buena señal”, comenta. Desde entonces hasta el galardonado retrato de su madre, ha pintado numerosos retratos, la mayoría de conocidos, con un estilo hiperrealista pero que huye del calco fotográfico y trata de darle a la composición una atmósfera onírica.
“Dudé: pintar la monarquía puede ser complicado”
“En el caso de la reina no me atreví a tanto, aunque sí le introduje un par de toques surrealistas”, describe. Por un lado, algunas flores del ramo colocado sobre la mesa parecen desvanecerse. “Con ello sugería la idea del tiempo orgánico, que pasa y que la reina está en su última etapa”, describe. Luego está la taza de té, en la que incluyó una distorsión anamórfica con la estrella de la Orden de San Miguel y San Jorge. Explica Escofet que, mientras estaba “fardando” de esos detalles ante la reina, esta le respondió en broma que sí, que muy bien, pero que se había dejado la taza de té vacía.
Escofet, que declina contestar si es o no monárquica, reconoce que dudó unos segundos cuando le propusieron el encargo. Le llegó a través del National Portrait Gallery, a la que habían acudido desde el Ministerio de Relaciones Exteriores en busca de la artista adecuada. “Dudé unos segundos, porque pintar la monarquía es una oportunidad, pero también es un tema complicado”, añade, por el debate que suscita entre partidarios y detractores. Aun así, y a la espera de que el CIS pregunte sobre ello en España, parece que la aceptación de la figura de la reina es mayor en Inglaterra.
La pintora aceptó también porque querían un cuadro algo más íntimo, “como la abuela de la nación”, alejado de otros cuadros en los que aparece con la corona y la vestimenta real. “Quise captar a la persona y, aunque no pretendo conocerla en dos sesiones, la energía se percibe cuando te encuentras con alguien. Ella es pequeña, tiene 94 años, pero tiene una energía vital que impresiona”, relata.
Un proyecto casi en secreto
Así se lanzó a un proyecto que la mantuvo ocupada desde el verano de 2019 hasta el de 2020, un año en el que no tuvo curiosidad ni para mirar The Crown en Netflix. El confinamiento a partir de marzo le ayudó a guardar discreción. “Solo se lo enseñé a mis padres a través de videollamadas y a tres o cuatro amigos cuando empezó la desescalada”, rememora. “Había una cláusula de confidencialidad, pero ligera. Ya sabían que lo diría a la familia y amigos pero sin hacerlo público”.
Durante el proceso, estuvo en dos ocasiones con la reina, en el castillo de Windsor, con un tiempo limitado de una una hora que le permitió básicamente tomar fotos y charlar con ella. ¿De qué? Escofet se guarda los detalles. “Te dejan libertad y un momento privado con la monarca. Así te puedes conocer mejor. Me sorprendió y me gusto que no lo controlaran, pero luego el pacto es que no puedes hablar sobre lo que se charla”.
Eso sí, añade que esas dos sesiones le valieron para comprobar que “tiene un carácter muy fuerte y sentido del humor”. “Con dos segundos de hablar con ella se ve que tiene un sentido del humor muy bonito, muy seco, muy inglés”, describe.
A estas alturas, el cuadro no está aún donde debería exponerse, en una nueva sala de recepción del edificio del Foreing Office que todavía no está lista debido a la epidemia. Quizás el año que viene, espera Escofet, puedan celebrar de forma presencial y con la monarca el acto que el pasado de julio se tuvo que limitar a una videoconferencia por culpa del coronavirus.
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