Las mutaciones de Convergència para mantener el mando del independentismo
'Mil maneras de morir' es un programa de culto para los seguidores de los decesos más extraños, ya sea basados en hechos reales o leyendas urbanas. A nivel político, Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) no puede considerarse estrictamente un finado. Sigue existiendo, básicamente por las condenas y decomisos que afronta como partido por casos de corrupción, si bien sus cambios de siglas, disputas internas y coaliciones electorales de los últimos tres años darían para varios capítulos de una serie. Son las mil maneras de mutar y de sobrevivir del nacionalismo catalán conservador.
Los convergentes venían retrocediendo electoralmente desde las elecciones al Parlament de 2012, en las que CiU –la histórica federación que CDC formó con Unió Democràtica de Catalunya (UDC)– perdió 12 escaños. Las municipales de 2015, las últimas elecciones en las que CiU se presentó como tal, confirmaron la tendencia: casi 100.000 votos y 500 concejales menos que en 2011. Y tras las elecciones locales de 2015 empezaron los cambios.
Tres meses después, en los comicios al Parlament del 27 de septiembre, Artur Mas consiguió someter a Oriol Junqueras y formar Junts pel Sí, una lista conjunta en el momento de mayor caída electoral de CDC y que, de paso, mantenía a los convergentes en la centralidad del soberanismo y frenaba el auge de ERC. “Ni la Convergència de Pujol, que tuvo una gran preponderancia electoral e institucional, ni el PDeCAT ahora tienen la hegemonía en términos gramscianos, porque no controlan ni el gran capital ni la universidad, dos esferas clave”, valora el periodista y columnista de 'La Vanguardia' Francesc–Marc Álvaro. “El tema con ERC es de competencia electoral, de ver quién es el primero, no de hegemonía”, añade.
Tras las catalanas, llegaron dos elecciones seguidas al Congreso. Con dos nombres distintos –Democràcia i Llibertat el 20D y Convergència el 26J–, el partido logró un resultado mediocre –567.253 y 483.488 votos– pero mejor de lo esperado: ocho diputados, solo uno menos que ERC pero la mitad de los que había llegado a conseguir con Duran Lleida. En mayo de 2016 más de 8.000 militantes de Convergència votaron crear un nuevo partido, que también tuvo que cambiar de nombre: el inicial Partit Demòcrata Català se sustituyó en septiembre por Partit Demòcrata Europeu Català (PDeCAT) tras acatar los requerimientos del ministerio del Interior.
Dos años después, la asamblea del PDeCAT de este fin de semana reunirá a 2.000 militantes, esto es, una cuarta parte de las bases de CDC que decidieron poner fin a la formación que fundaron Jordi Pujol y otros destacados nacionalistas catalanes el 17 de noviembre de 1974 en el monasterio de Montserrat. “El espacio posconvergente está buscando una identidad que en estos momentos se está moviendo constantemente. La marca gráfica reacciona a los movimientos de la marca política y a una evolución que todavía no ha terminado”, explica el asesor en comunicación y consultor Antoni Gutiérrez–Rubí.
Entre ambos cónclaves, el PDeCAT ha visto como la corrupción barría a su presidente, Artur Mas, que dimitió del cargo cinco días antes de que Convergència fuera condenada por cobrar comisiones en el caso Palau. “Pese a que la actual dirección ha sido contundente respecto a determinados escándalos del pasado, no son capaces de encontrar la manera adecuada para referirse a sus orígenes”, afirma Gutiérrez–Rubí.
Mas ha tenido gran influencia en el espacio posconvergente, pero el día a día del partido lo comanda Marta Pascal. En el cónclave de este fin de semana, Pascal tendrá que hacer frente al reto planteado por los sectores críticos perdedores del congreso de 2016 y Carles Puigdemont: o el PDeCAT se diluye en la 'Crida Nacional per la República' que ha lanzado el expresident o puede verse desbancada.
“El proyecto de la Crida no puede coexistir con el PDeCAT como marca fuerte. No es posible tener dos marcas fuertes, solo puede haber una de las dos. Si quieren fortalecer la Crida, la marca PDeCAT tiene necesariamente que irse disolviendo”, asevera Álvaro. El conflicto entre Pascal y Puigdemont se resolverá este fin de semana después de que la coordinadora del PDeCAT renunciara a presentarse a las últimas elecciones catalanas con sus siglas y aceptara la denominada 'lista del president', Junts per Catalunya, formada en su mayoría por independientes afines al exalcalde de Girona.
¿Con tantos cambios de nombre, queda algo de la cultura política convergente? “La identidad convergente todavía está presente en el PDeCAT”, asegura Gutiérrez–Rubí. Álvaro la ubica en tres espacios: “La cultura política convergente, o posconvergente, se observa en determinados cargos locales, municipales o autonómicos, acostumbrados a gestionar; en el grupo parlamentario en el Congreso, que fruto de la moción de censura ha vuelto a pactar y buscar las rendijas en Madrid; y en una parte del electorado que todavía comparte una manera de hacer las cosas mediante unos determinados procedimientos y el diálogo”.
Además, la nueva etapa política catalana surgida tras los comicios convocados por Mariano Rajoy ha cambiado las tornas: mientras ERC se ha acercado al PDeCAT en su apuesta por el diálogo, los más afines a Puigdemont dentro de JxCat mantienen la autodenominada vía 'legitimista'. “Puigdemont representa una ruptura con la cultura política convergente en la medida que busca el conflicto, como táctica, que no como estrategia, para lograr una situación de predominio. Es un cupaire de orden”, diagnostica Álvaro. “Lo que pide Puigdemont, en la práctica, es una disolución de los partidos, algo que difícilmente hacen si no se ven obligados”, añade Gutiérrez–Rubí.
Con estos complicados mimbres afronta su futuro el PDeCAT. Eso sí, los posconvergentes siempre podrán decir que optaron por enterrar ellos mismos sus siglas en vez de decidirlo un juez de lo mercantil, tal y como le ocurrió a sus exsocios en CiU. La de Unió Democràtica fue una particular manera política de morir: con 22 millones de euros de deuda tras declararse en concurso de acreedores.