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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El PSC continúa ahí

Iceta enseña la bandera española y elogia su escudo como "el único símbolo federal que tenemos"

Arturo Puente

El pequeño polideportivo Joan del Moral de Santa Coloma de Gramanet está casi lleno pasadas las siete y media de la tarde. Decenas de asistentes, la mayoría de la tercera edad, esperan para ver el mitin conjunto de la alcaldesa de la localidad, Núria Parlón, el candidato a la presidencia de la Generalitat, Miquel Iceta, y el líder del PSOE, Pedro Sánchez. Las figuras del socialismo debían aparecer ante sus acólitos a las 19.00, pero se retrasan.

Núria Parlón reina en Santa Coloma desde 2009, cuando relevó al anterior alcalde, Bartolomé Muñoz, que fue detenido por un presunto cobro de comisiones a cambio de adjudicación de obra pública en el caso Pretoria. La supuesta trama corrupta, que salpicaba a varios cargos del PSC colomense, además de a altos cargos de CiU, tuvo efectos en las elecciones del 2011, a las que por primera vez se presentaba Parlón ya como alcaldesa. Los socialistas cayeron del 54% de 2007 al 39%, pero consiguieron mantener la alcaldía gracias a los votos de ICV-EUiA. En las municipales de este mayo, Parlón revalidó su liderazgo con buena nota, aumentando en apenas unos 2.000 votos que sin embargo le sirvieron para obtener dos regidores más y devolver a los socialistas la mayoría absoluta.

Santa Coloma es uno de los pocos baluartes que quedan de un PSC que tuvo un poder absoluto en el nivel municipal y provincial catalán. En 1999, con el pujolismo cercano a su ocaso, el PSC obtuvo su mejor resultado en las municipales desde 1983, con el 37% de los votos, mientras CiU obtuvo el peor en el mismo periodo, con el 26%. Pasqual Maragall le ganaría las elecciones a Pujol por la mínima 5 meses después de aquello, aunque no gobernaría hasta 2003.

Una voz sale de los altavoces para anunciar que los políticos están a punto de llegar. Hay movimiento cerca del escenario con el atril, coronado con tres grandes pantallas, una con la imagen de Iceta y el eslogan de campaña, otro con los símbolos del PSC y un tercero con una bandera cuatribarrada. Tapados por el atrezzo del escenario aún puede adivinarse el uso cotidiano del polideportivo, con unas canastas replegadas y algunas pancartas publicitarias, como una en la que se lee “Demoliciones y derribos Gonzalo García SA”.

Los megáfonos vuelven a encenderse y ordenan dar la bienvenida a los líderes socialistas, a los que presentan uno por uno. La sintonía del PSC comienza a sonar, atronadora. El público aplaude. Espera. Pero los líderes no aparecen por ningún lado. Un grupo de señores en la sesentena vestidos con polos y bermudas miran en todas direcciones buscando la puerta por la que deben salir los tres políticos. Una anciana muy delgada aplaude con parsimonia y reduciendo paulatinamente el ritmo según avanzan los minutos de vacío argumental. La melancólica armónica de la sintonía a todo trapo aumenta el efecto dramático.

Iceta conoce bien las bambalinas de la política. Ese ha sido su lugar en el PSC durante los últimos 16 años, de las tres décadas que lleva ocupando cargos públicos. El veterano político ha sido el eterno fontanero de guardia cuando ha habido que solucionar atascos tan importantes como la reforma del Estatut, el proceso soberanista catalán o la propuesta federal del PSOE en Granada. Cuando hace 16 meses Pere Navarro dejó el cargo de primer secretario tras el descalabro de su partido en las europeas, todas las miradas se dirigieron, como manda la costumbre en el Partit dels Socialistes, a su mejor alcaldesa. Y esa no era otra que Nuria Parlón. Pero la colomense flaqueó, sabedora de que el ayuntamiento le promete una larga carrera y el liderazgo del partido, justo lo contrario. Iceta apareció entonces, como de la nada, para solucionar el último atasco del PSC.

Iceta siempre ha estado donde tenía que estar y sin embargo, tras ser anunciado por los megáfonos del polideportivo, no aparece. Ni él, ni el resto de líderes. Tras más de cinco minutos de música atronadora y agitar de banderitas, su salida comienza a convertirse en una necesidad grupal. Hay semblantes de extrañeza entre el público, ojos frenéticos en busca de una dirección a la que dirigirse, labios apretados que disimulan un temblor, banderas que comienzan a describir movimientos desacompasados. El ambiente se vuelve pesado.

Los incondicionales del PSC no están para muchos trotes. No es solo que el electorado socialista esté cada vez más envejecido. La caída histórica que el partido sufre desde el 2010 ha impreso un clima de derrota moral en todo lo que hace. Iceta baila para hacer olvidar a los votantes de Zapatero y Maragall que de aquel imperio solo quedan un puñado de grandes ciudades metropolitanas en Catalunya y el importante feudo andaluz en España. El CIS deja al PSC con 16 o 17 escaños, un tercio de los obtenidos en 2003, el mínimo histórico del partido. Y pese a todo, podría ser peor. Según el barómetro del GESOP, Iceta tomó en julio de 2014 las riendas de un partido que en aquel momento hubiera obtenido 10 u 11 representantes en el Parlament.

Pero bajo el mandato de Iceta, el PSC ha recibido dos buenas noticias. En primer lugar, las elecciones municipales de este 2015 le han valido para replegarse a sus baluartes tradicionales, como L'Hospitalet, Lleida, Tarragona, Terrassa, Cornellà o la propia Santa Coloma. En segundo, el cambio de dirigentes en el PSOE ha revitalizado la cúpula y ha logrado que el socialismo español aguante en las encuestas, manteniendo a raya a Podemos, revalidando su poder en Andalucía y acercándose a un PP que se desgasta solo.

Pedro Sánchez es la cara que representa ese nuevo PSOE, uno de perfectas relaciones con el PSC de Iceta, y es a él a quien todos los asistentes esperan ver salir por una puerta del polideportivo Joan del Moral. Las banderas han comenzado a desaparecer entre la masa cuando, de pronto, un grupo señala un rincón por el que accede Núria Parlón. Detrás llega Miquel Iceta, acompañado de Sánchez. La música sigue sonando alta y la armónica ya no parece sonar tan melancólica. Las banderas vuelven a alzarse agitadas. La anciana flaca deja de aplaudir aliviada, se saca un pañuelo de la manga y se limpia la nariz.

En unos minutos Iceta cambiará la cuatribarrada de la pantalla gigante por una bandera de España y elogiará el escudo monárquico como “el mejor símbolo federal que tenemos”. Su público aplaude efusivo. Al menos el PSC continúa ahí.

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