Una de las mayores incógnitas de los últimos meses en la política catalana se ha despejado subitamente este lunes, con la sentencia del TSJC por el 9-N: no habrá una lista electoral con el nombre de Artur Mas al menos en los próximos dos años. La condena llega en un momento especial, en el que la imagen del líder del PDECat –la antigua Convergència– mostraba importantes síntomas de agotamiento por los presuntos casos de corrupción que no paran de aflorar en su partido.
La semana pasada fueron las confesiones de los saqueadores del Palau de la Música, Fèlix Millet y Jordi Montull, las que consiguieron tirar por tierra todo un año de aspiraciones de Mas a la reelección. Mientras, el caso del 3% se sucede imparable, con nuevas revelaciones cada semana y la sombra de la imputación cerniéndose sobre el diputado de JxSí Germà Gordó, quien fuera mano derecha de Mas en su primera etapa en la presidencia y posteriormente conseller de Justicia.
Pese a esa sucesión de golpes en su imagen, el expresident no había dado ninguna muestra de pensar en renunciar definitivamente a la carrera electoral. Más bien lo contrario, Mas acabó la semana pasada cultivando la imagen de un líder que responde por el partido –no dudó en cargarse sobre sus hombros la culpa política de todo lo que ocurriera–, y que da la cara, redoblando su agenda de convocatorias de prensa y entrevistas a medios de comunicación.
Sin embargo, la sentencia del TSJC cierra la puerta a que Mas se presente a la reelección en los próximos dos años. El artículo 6.2 de la ley electoral declara inelegibles a los condenados por sentencia, aunque no sea firme, por “los delitos de rebelión, de terrorismo, contra la Administración Pública o contra las Instituciones del Estado”, dentro de los que se enmarca la condena por desobediencia de Mas.
Antes del fallo de de este lunes, la larga semana de desfile de confesiones en los juzgados, con acusaciones que atañen directamente a la etapa en la que Mas fue máximo responsable de Convergència, no le ha salido gratis ni siquiera en el seno de su partido.
En el PDECat, la actual coordinadora Marta Pascal, elegida por el propio Mas y salida de las juventudes de CDC, lanzó el domingo un mensaje que representa bien toda una corriente de opinión en la formación al expresar un deseo nítido de distancia entre el nuevo partido y el viejo. “No es la época de un pequeño individuo que trabaja para la agenda personal y el proyecto propio”, aseguró la dirigente, que apostilló que en el partido debía estar la gente “que se lo trabaja y no los que tocan”.
Ni Mas ni Puigdemont
Ni 24 horas después de este intento de carpetazo con el pasado, el pasado, en este caso reciente, ha vuelto a tocar a la puerta del PDECat, para inhabilitar a su presidente. El partido deberá acelerar una sucesión que hasta ahora ha preferido aplazar y para la que no pueden contar con su principal activo, Carles Puigdemont, quien no ha dado su brazo a torcer en su deseo de que su paso por el Palau sea anecdótico y por una razón concreta, la de la independencia.
El president prefiere que, en plena recta final de la legislatura en la que se prometió llevar a cabo la desconexión, su imagen sea la de un líder con las manos totalmente desatadas del partido, evitando a toda costa dar lugar a acusaciones de maniobras partidistas para favorecer a su formación. Pese a eso, el entorno del partido, que las últimas semanas ha sido escenario del enésimo baile de nombres, se resiste a descartar definitivamente a Puigdemont.
El exalcalde de Girona y president accidental es visto como un valor en alza en la mayor parte de los estamentos del partido. Sin embargo, todos son comprensivos con su autodescarte por la exigencia del reto de celebrar un referéndum, a lo que Puigdemont se ha comprometido personalmente.
Y, además, un referéndum que tras la inhabilitación de Mas se ha convertido en un objeto todavía más ineludible. Si en las vísperas del 9-N Artur Mas siempre observó como plan B convocar unas elecciones anticipadas, para lo que exigía que ERC se sometiese a una lista encabezada por él, en esta ocasión si Puigdemont apretase el botón del pánico y convocara elecciones ante la incapacidad de hacer el referéndum podría encontrar a un PDECat sin un candidato consolidado a la presidencia. O, como mal menor, con un candidato que habría incumplido dos promesas, la de celebrar un referéndum y la de no volver a presentarse. Es decir, él mismo.