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Un Pulitzer en nombre de todas las asesinadas por el odio machista

Cristina Riviera Garza firmó libros tras su charla en Casa Amèrica Catalunya.

Neus Tomàs

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Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía. Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía. El violador eras tú.

Lastesis

Liliana Rivera Garza era lista, buena lectora, sagaz, con el carisma de las líderes naturales, puntual, una estudiante de arquitectura metódica en los estudios y en sus anotaciones en forma de cartas. Una joven de 20 años que amaba la libertad pero no era libre. Una mujer que hasta el último momento pensó que podía ganar. Hasta la madrugada del 16 de julio de 1990. 

Liliana fue víctima de un feminicidio cuando en México la palabra no existía (no se tipificó hasta junio del 2012). Cuando las asesinadas eran consideradas víctimas del amor y no del odio. Pero las mataban por desprecio, no por la pasión con las que se justificaban socialmente estos crímenes.  

Cristina es escritora de ensayo, cuentos y poesía. Además es traductora y crítica literaria. Y también, o sobre todo, es la hermana mayor de Liliana. Su única hermana. Es la mujer que 29 años, tres meses y dos días después del asesinato, tras 29 años, tres meses y dos días recordándola, se armó del valor necesario para reclamar el expediente de investigación del asesinato de Liliana.

El verdugo, Ángel González Ramos, sigue huido, pero esta escritora ha conseguido que el nombre de Liliana no caiga en el olvido del silencio tras un duelo de tres décadas sin la honra merecida ni las respuestas pendientes. Su libro 'El invencible verano de Liliana' (Random House), en el que relata el feminicidio de su hermana y excava sobre su vida, le ha hecho merecedora del Pulitzer 2024 en la categoría 'Memorias y Autobiografías'.

La autora mexicana estuvo este martes en la Casa Amèrica Catalunya. Habló del libro que había tratado de escribir desde que empezó a escribir. Lo intentó muchas veces y confesó que incluso hay dos manuscritos guardados que nunca verán la luz. Como admiradora de Juan Rulfo planteó la obra de manera interdisciplinar, como la archivera que accede a unas cajas que llevaban tres décadas cerradas y en las que encontró los textos en distintos formatos de su hermana, pero también como la exploradora de una vivencia personal dolorosa cuyo duelo había llegado a un punto que le permitía ya relatarlo públicamente. 

La pandemia hizo que todos nos percatásemos de nuestra finitud vital y en el caso de la autora esa concienciación implicó tener claro que ella no quería morirse sin haber relatado la historia de su hermana.

El otro empujón, el punto en el que Cristina Rivera fue consciente de que había llegado el momento, se lo dieron Lastesis con una performance que dio la vuelta al mundo. Ese cántico en el que se denunciaba que el patriarcado es un juez que juzga a las mujeres por nacer, que clamaba contra la violencia que no se veía, contra la impunidad de los asesinos, que llamaba feminicidios a los feminicidios y que con indignación proclamaba que la culpa de una violación es siempre y solo del violador. “Son las palabras que necesitaba para escribir este libro. Supe que mi duelo personal estaba en un punto que me permitía escribir esto”.  

Esta no es solo la historia de un feminicidio, es también una historia de vida y de futuro.

“¿Por qué tardé tanto? Pasan tantas cosas en treinta años. Pasa la muerte, sobre todo. No deja de pasar. La muerte de miles y miles de mujeres. Sus cadáveres aquí, rondando. Atrás del hombro. En los pliegues de las manos, que se aprietan. En la comisura de los labios. Atrás de las rodillas, cuando se flexionan. Pasan aquí, al lado, a mi lado; no dejan de pasar (...) El tiempo se agolpa y se contrae. Luego se distiende otra vez. Un año. Tres años. Once años. Quince años. Veintiuno. Veintinueve. Luego se contrae de nueva cuenta”, escribe la autora.

Este fragmento, como el resto del libro, es la prueba de cómo la escritora buscó y consiguió describir la violencia con otras palabras, cambiando la narrativa impuesta en la que las preguntas eran incriminadoras para ellas, como en tantos juicios por violación o en los casos de feminicidios, y se les exoneraba a ellos. Lo hizo de la mano de Liliana porque la autora quería tener una presencia discreta. “Mi dolor no era el protagonista”. Reconstruyó la vida de su hermana a través de sus textos, cartas en las que experimentaba con el lenguaje y en las que Cristina descubrió a una escritora en ciernes, una joven capaz de copiar una carta entera porque a la primera versión le faltaba una coma. 

Así que este es un Pulitzer que ha recibido Cristina pero de la mano de Liliana y en nombre de todas las mujeres asesinadas y silenciadas a las que no se hizo justicia.

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