“No te he salvado la vida para que ahora no la vivas”. Esta frase se quedó grabada en la mente de María Oury Diallo, una mujer de 48 años superviviente de un cáncer de cérvix. Se la dijo su ginecóloga poco después de superar la enfermedad. Tras más de tres meses de quimio y radio, de una recaída y una cirugía para extirparle diversos órganos reproductivos, el cáncer seguía haciendo estragos en su cuerpo y condicionaba seriamente su vida.
Además de las secuelas psicológicas de estar al borde de la muerte (“el primer diagnóstico era como para que yo no estuviera hablando contigo ahora”), la enfermedad le dejó otra secuela: un “dolor insoportable” en la zona vaginal. La radioterapia que se usa en casos de cáncer ginecológico como el de cérvix, endometrio u ovarios provoca lesiones en el tejido interno que abren la puerta a infecciones y graves malestares.
“Me quemó por dentro”, resume María, que asegura que durante meses “lloraba de dolor” cada vez que iba al baño. Pero cuando las abrasiones producidas por la radiación sanaron, todavía quedaba otro escollo al que hacer frente. “Un dolor terrible durante las relaciones sexuales”, en palabras de esta mujer. Y es que las heridas provocadas por láser eliminan en gran medida la mucosa vaginal y reducen la elasticidad del órgano. Además, en las pacientes que requieren cirugía, la vagina puede estrecharse o acortarse, algo que también puede suceder en otros casos por falta de uso. Con todo, el sexo se vuelve “un suplicio”.
“Es algo que no te cuentan, pero que puede joderte la vida”, asegura María. “Dolía tanto que, cada vez que miraba a mi marido, veía al diablo”, añade, sin tapujos. El nombre del susodicho es Manel, que no se altera al oír esas palabras de boca de su pareja. “La enfermedad ya es suficientemente difícil como para que, cuando se acaba, pase esto. Lo hemos pasado muy mal. La vida sexual es muy importante y muchas parejas romperían si tuvieran que pasar por esto”, asegura él.
La vida sexual es muy importante y muchas parejas romperían si tuvieran que pasar por esto
María y Manel se conocieron cuando ella ya había acabado su tratamiento. A contrario que muchas parejas, que se entregan a la pasión durante los primeros meses, ellos iniciaron una relación sabiendo que el sexo no iba a ser una opción. Hasta hace poco. El pasado verano, María se convirtió en una de las primeras en participar en un programa pionero de rehabilitación sexual para pacientes de cáncer ginecológico del Hospital del Mar en Barcelona.
La consulta, que está en marcha desde mayo de 2023 y ha atendido a más de medio centenar de pacientes, es “sencilla, corta y eficaz”, tal como resume el doctor Josep Maria Solé, responsable del proyecto. Se trata de unas tres sesiones de menos de cinco minutos en las que se irradia el interior de la vagina con un láser fraccionado. Al contrario que la radioterapia, este instrumento regenera el tejido porque “crea miniheriditas, lo que hace que el cuerpo genere colágeno y se mejore la elasticidad y la lubricación”, explica Solé.
Este láser hace años que se utiliza en la medicina estética para la reducción de arrugas, pero el Servicio de Obstetricia y Ginecología del Hospital del Mar es el primero en plantearse su utilidad en otros ámbitos. “Es un procedimiento muy simple, pero ha cambiado la vida de muchas mujeres”, asegura el doctor. Una de ellas es María, quien reitera que está “muy, muy, muy, muy agradecida” del cambio que ha dado su vida.
Una relación sin sexo
María y Manel hace cinco años que están juntos. La complicidad que comparten delata que han pasado por mucho. “Y siempre con sinceridad”, dice ella. Las cartas estuvieron sobre la mesa desde el principio, pero la efervescencia de los primeros meses provocó que María “se hiciera la dura”, según palabras de Manel. Tuvieron sexo algunas veces, contadas, y siempre con mucho cuidado por parte de él y mucho dolor por parte de ella. E incomodidad por parte de ambos.
“Yo no disfrutaba. De hecho sufría por no hacerle daño”, confiesa Manel, que asegura que después de pocos intentos se volvieron “célibes ambos”. María, por su parte, cargaba con el dolor, la culpa por no haber podido tener nunca sexo tranquilamente con su pareja y, además, con un deseo insatisfecho. “Eso es lo peor. Porque las ganas siguen ahí. Es como si tuvieras una tarta sacher delante y no te la pudieras comer, a pesar de estar muriéndote de hambre”, asegura María, mientras Manel no puede evitar sonrojarse por el cumplido indirecto.
La falta de sexo hizo que su relación fuera complicada al principio. No sólo por la abstinencia en sí, sino también por la frustración que generaba. “Otra cosa de la que nadie te advierte es que la quimio y la radio te cambian el carácter”, asegura María, que reconoce cambios de humor, estallidos de rabia y, sobre todo, “miedo constante”.
Ese miedo, a coger una infección, a una recaída o a cualquier problema de salud en general, hizo que, después del tratamiento, las primeras relaciones sexuales fueran “demasiado” cuidadosas. “No habíamos pasado por todo aquello como para que ahora, por una noche tonta, todo se fuera al garete”, asegura Manel. Pero entonces fue cuando su doctora le dijo la frase que la marcó: “No te he salvado la vida para que no la vivas”.
Quien pronunció esas palabras fue la doctora Gemma Mancebo, jefa del servicio de Ginecología y co-responsable de la consulta de láser fraccionado que le ha devuelto la vida sexual a María. “Hasta hace poco nos bastaba con que un paciente de cáncer sobreviviera. Ahora, aunque la mayoría se curan, seguimos sin dar importancia a las secuelas. Si pueden caminar o trabajar ya creemos que están bien. El resto, son cuestiones menores”, explica la doctora.
Fácilmente tratable, pero silenciado
Las consecuencias del tratamiento de (cualquier) cáncer van desde la osteoporosis, a las cefaleas, pasando por alteraciones hormonales que pueden traer, por ejemplo, menopausias avanzadas. Si estas suelen tenerse poco en cuenta, afirman los doctores Solé y Mancebo, todavía hay más tabú y silencio cuando afectan a la vida sexual.
Muchas mujeres se avergüenzan de este tema. Y, después de sobrevivir a un cáncer, pueden pensar que es una cuestión banal
“La salud sexual es la gran olvidada. Y en el caso de las mujeres todavía más, porque nosotras siempre hemos sido más reacias a hablar de estos temas”, asegura Mancebo. Por eso, desde el Hospital del Mar aseguran que desconocían que muchas de sus pacientes habían tenido que abandonar su vida sexual por los dolores. “Muchas mujeres se avergüenzan de este tema. Y, después de sobrevivir a un cáncer, pueden pensar que es una cuestión banal”, añade la ginecóloga, que además lamenta que “en las facultades de medicina tampoco se enseña a hablar con los pacientes sobre sexo”.
Todo ello lleva a muchas mujeres a sufrir en silencio unas secuelas que tienen fácil solución. Eso es lo que más rabia da a María. “Yo he tenido mucha suerte, pero ¿y si no la hubiera tenido?”, se pregunta. Hasta hace poco ella también pensaba, “como muchas otras supervivientes que debe haber por ahí”, que su vida sexual había acabado para siempre.
“Nadie se ha preocupado nunca por nosotras. Por nuestro dolor ni por nuestro placer”, asevera. Y esa desigualdad no se limita solo a las secuelas, sino al tratamiento de la enfermedad en sí. María vive en el Estartit (Girona) y en su hospital de referencia no supieron detectarle el cáncer. A través de su madre, que vive en Barcelona, pudo conseguir que la visitaran en el Hospital del Mar, un centro que queda fuera de su zona de referencia.
En este centro le detectaron y curaron el cáncer en pocos meses. “El día que acababa el tratamiento, me llamaron del hospital de Girona para darme la primera cita con el oncólogo. De haber sido por ellos, habría muerto”, sentencia María, a quien se le escapan las lágrimas al pensar en todas las mujeres que han sufrido el destino del que ella consiguió escapar.
Por eso, para ella cada día vivido es una victoria. “Cuando me curé pensaba: 'Ando, camino y respiro. Suficiente'. Pero es que ahora además...”, dice con una sonrisa pícara dedicada a Manel. Ambos dicen que la primera vez que pudieron hacer el amor sin dolor fue como “tocar el cielo”. María se alegra de estar viva, de poder contarlo y, además, de poder contarlo contenta. “Ya no es sólo que haya sobrevivido, sino que ahora vivo”.
Han pasado ocho años desde que el cáncer llegó a su vida y, a pesar de que dejará unas secuelas invisibles que siempre la acompañarán, María ha conseguido volver a adueñarse de su cuerpo y de su vida.