Detrás del plástico que lo cubre, Urko aún deja entrever su autoridad. El primer hijo de Copito de Nieve, el gorila blanco que hizo mundialmente famoso al zoo de Barcelona, está en posición andante, un poco reclinado hacia delante, dispuesto a dejar la oscuridad de los almacenes del antiguo Museu de Zoologia para convertirse en centro de las miradas en alguna futura exposición. Y aunque sus ojos ahora son de vidrio, parecen traslucir que estamos ante un gorila altivo, que hizo honor al nombre que le impusieron, el del jefe de los gorilas de la película “El planeta de los simios”, estrenada en 1968, diez años antes de su nacimiento.
Al hijo de Copito le gustaba marcar su territorio. Y no toleraba ser menospreciado. El periodista Pere Ortín recuerda una escena que pone de relieve el carácter del primate. Sucedió a mediados de los años noventa. El concejal responsable del zoo, Joan Clos, que años más tarde se convertiría en alcalde de Barcelona, convocó a los medios de comunicación delante de la jaula del gorila, pero desconocedor de la “actitud de respeto reverencial” que se debe guardar ante un gorila como Urko, explica Pere Ortín, “cometió el peor error del mundo: lo ignoró”. De modo que el simio respondió a ese desinterés con unas palmadas de aviso. Pero no encontró respuesta a sus requerimientos. Y fue entonces cuando cogió uno de sus grandes excrementos y lo arrojó contra el concejal. Iba bien dirigido, pero en la trayectoria se interpuso la cabeza de una periodista que fue la que recibió el impacto.
Carrera contrarreloj para la taxidermia
Carrera contrarreloj para la taxidermia Urko, hijo de Copito y Ndengue, falleció el 21 de junio de 2003 en el quirófano del zoo, cuando era intervenido por complicaciones tras una peritonitis. Tenía 25 años, había alcanzado los 200 kilos de peso y murió sin descendientes por un problema de atrofia testicular, aunque tiempo atrás había concebido una hija que nació muerta.
Con el cuerpo del gorila se siguió el procedimiento habitual: se guardaron tejidos para futuros estudios y para conservar su ADN. Después, el cuerpo quedó en las expertas manos de Carles Orta, taxidermista, antiguo responsable del Laboratori de Preparació Zoològica del museo. Empezaba entonces una carrera contrarreloj. Había que extraer la piel, separar los tejidos y la grasa, limpiar los huesos, hacer un molde de la cara, fotografiar los ojos… Y tomar todas las medidas posibles de su cuerpo para preparar el relleno interior, una especie de escultura de poliuretano.
Y empezar el procedimiento. El esqueleto no se incorpora al cuerpo, aunque los huesos se guardan para futuros estudios científicos, en el campo de la paleontología, por ejemplo. En el caso de Urko, Carles Orta cree recordar que se reconstruyó el esqueleto. La piel es la parte delicada del proceso. Para curtirla ahora se utiliza ácido fórmico con el fin de evitar el riesgo de que la ataquen los insectos. De ahí que Urko aparezca envuelto en plástico y con unas bolitas de insecticida en el interior.
El rostro, la parte más difícil
El rostro, la parte más difícilCarles Orta, 67 años, recuerda perfectamente la llegada de los restos de Urko a su taller de preparación: “La parte más difícil era el rostro, porque la piel de la cara de los gorilas es muy fina. Existen diversas técnicas, pero nosotros decidimos aplicar un sistema ‘invento de la casa’, que consiste en hacer un molde, reproducirlo en yeso, rebajarlo un poco y colocar la piel encima”.
El “invento de la casa” funcionó y hoy Urko parece absolutamente real. Los ojos de vidrio fueron fabricados en Alemania, pero eso no impide que Urko siga teniendo una mirada que impone. Su posición también viene determinada por la forma en que tuvo que practicarse la taxidermia. Carles Orta, que a menudo contaba con la ayuda de Enric Ruíz, colaborador habitual del museo, recuerda que Urko llegó troceado, de modo que la postura final venía condicionada por el hecho de que no se vieran las costuras, aunque también se tuvieron en cuenta fotografías existentes para tratar de reproducir, de forma intuitiva, su actitud habitual.
Pero sin duda, la formación y la experiencia del taxidermista también es fundamental y Carles Orta tenía un buen bagaje: se licenció en Bellas Artes y se especializó en escultura. Suyo –y de Enric Ruíz- es también el imponente león que se exhibe en el Museu Blau del Fòrum, los dos tigres que acompañan a Urko y el jaguar que guarda el acceso a la sala de taxidermia.
El destino de Copito de Nieve
El destino de Copito de NieveCopito de Nieve, en cambio, no pasó por las manos de ningún taxidermista. El único gorila albino del mundo falleció en 2003 (el mismo año que Urko) al serle practicada la eutanasia para evitar el sufrimiento provocado por un cáncer de piel en fase terminal. En ese momento, con Joan Clos como alcalde, se descartó que fuera disecado, aunque se tomaron moldes de la cara, las manos, los pies y el pecho por si en el futuro se decidía levantar una estatua en su memoria. Sus restos, por tanto, son de exclusivo uso científico.
En esa sala donde Carles Orta trabajó los últimos años antes de su jubilación oficia ahora Laura Roqué, bióloga, paleontóloga y discípula de Carles Orta. Está trabajando en un “enganyapastors”, un ave que se reproduce en la península y que migra desde África. Es un animal que sin duda demuestra un gran sentido práctico, pues para alimentarse vuela con la boca abierta y va tragando insectos. En las paredes hay otras aves colgando y en pequeñas cajitas se guardan entre algodones los diminutos esqueletos de otros pájaros. Sobre una estantería, un albatros de Namibia rodeado de cuerdas para mantener su forma y encima de las mesas y en los estantes, recipientes de laboratorio y de hospital con líquidos y productos que desprenden un olor profundo pero al que uno acaba acostumbrándose.
Cómo dejar los huesos limpios
Cómo dejar los huesos limpiosUna de las cuestiones que preocupa a los responsables del laboratorio es cómo conseguir separar la carne de los huesos. En la serie de televisión Bones utilizan insectos carroñeros, pero ese sistema no sirve en un lugar en el que no puede entrar ningún animal vivo, ante el riesgo de que destruya los ejemplares que aquí se conservan. Ahora prueban con aumentar la temperatura para acelerar la descomposición y que las enzimas realicen mejor su “trabajo”. De momento, usan hidróxido potásico para dejar los huesos bien limpios. Porque la clave es que se pueda conservar el ADN. Hubiera sido muy valioso, por ejemplo, hallar ADN en la ballena que colgaba en la sala principal del Castell dels Tres Dragons y que ahora está en el Museu Blau. Pero por más que se intentó, no se halló ningún rastro. En otros casos ha habido más suerte, como ha ocurrido recientemente al haberse obtenido ADN de Gorrión común de especímenes conservados desde 1920.
En contraste con el resto del edificio, proyectado por Domènech i Montaner para la Exposición Universal de 1888, los sótanos del museo son de construcción moderna, fruto de una intervención de los años ochenta firmada por Cristian Cirici, Pep Bonet y Carles Bassó. Y son lo más parecido a un hospital. Todo está impoluto, con puertas que se abren a uno y otro lado de un largo pasillo. Incluso huele a antiséptico.
Cuando un animal entra en el laboratorio, lo primero que hay que determinar es si se conserva con fines expositivos o científicos. En todo caso, se corta un trozo de músculo y un trozo de hígado. Se conserva también piel o esqueleto, en función de su destino final y se guarda alguna pluma. El Laboratori de Natura tiene una valiosa plumateca, que da importante información sobre isótopos y contaminantes, tal y como explica Javier Quesada, Conservador de Vertebrados.
Preguntas de hoy, respuestas de mañana
Preguntas de hoy, respuestas de mañanaUnas salas más allá, un joven observa al microscopio algo parecido a un pequeño tiburón. Y efectivamente, es un tiburón. El investigador, Humberto Ferrón, prepara aquí su tesis doctoral: Patrones de escamación de los tiburones. La mayoría de tiburones del Mediterráneo no llegan al metro y en principio son pacíficos, aunque en Italia y en las proximidades de las Baleares ha sido visto el tiburón blanco, que puede alcanzar los dos metros. Y este sí puede ser una amenaza. Aunque los riesgos de tropezarse con un escualo agresivo son muy remotas: de las más de 500 especies descritas, únicamente cinco son potencialmente peligrosas.
El biólogo Javier Quesada rebate cualquier sombra de escepticismo que pudiera aflorar ante la naturaleza de las investigaciones que se realizan en estas salas: “Las preguntas teóricas que te haces hoy son las respuestas aplicadas de mañana”. Y pone dos ejemplos. El primero, el estudio de la baba del caracol, que ha acabado teniendo su aplicación con fines médicos, y el segundo, conocer el sistema que permite a las salamanquesas trepar por las paredes. No se trata de ventosas, sino de interacciones moleculares y ahora es la Nasa la que está interesada en conocer el mecanismo.
Dejamos a Urko en su sala, junto a los tigres y centenares de piezas colocadas en estanterías. Sorprende, entre tanto bicho perfectamente etiquetado y catalogado, la presencia de un bolso. Javier Quesada nos saca de dudas: es un bolso de piel de serpiente y está ahí por orden del juez, pues fue decomisado en el aeropuerto de Barcelona. Por muy manufacturado que estuviese, no dejaba de ser un animal protegido.