Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
Ciudades futuras para el presente
Muchos de nosotros cuando éramos niños imaginamos que las ciudades del siglo XXI serían más inteligentes y estarían en total harmonía con el medio ambiente. La realidad es que aún estamos muy lejos de ello, con una continua expansión de las ciudades a costa de la destrucción de zonas naturales y un incremento alarmante de la contaminación del aire y del agua a causa de unos estilos de vida incentivados por una economía y políticas poco sostenibles.
Hasta ahora, las economías predominantemente basadas en una explotación ilimitada de los recursos naturales, y el uso de combustibles fósiles en sistemas de producción se han ido justificando en términos de productividad y rentabilidad. No obstante, debido a un incremento en el conocimiento del funcionamiento de sistemas naturales y el desarrollo de nuevas tecnologías son más los adeptos que abogan por un cambio hacia modelos económicos que disminuyan el impacto de nuestras actividades sobre el medio ambiente.
Ejemplos de estos nuevos modelos económicos incluyen la economía circular, una economía basada principalmente en un avance en el diseño de productos y servicios para minimizar la generación de residuos, incluyendo un incremento de uso de energías renovables, así como del reciclaje de materiales. Otra filosofía adaptada al desarrollo de una economía y sociedad más sostenible es la implementación de soluciones basadas en la naturaleza (traducción del concepto en inglés de ‘nature-based solutions’) - SbN. Este enfoque intenta conciliar la economía y bienestar público con el medio ambiente, adoptando un modelo de producción, así como de planificación de urbanismo inspirados en los procesos observados en la naturaleza y que garanticen una protección del medio ambiente y de sus recursos a largo plazo.
Tiene sentido aprender de la naturaleza, dado que en ella muchos seres vivos que observamos viven “al límite” con los recursos energéticos disponibles. La evolución por selección natural ante la limitación de recursos ha llevado a la existencia casi universal de diseños óptimos (o subóptimos) por los que los individuos de las distintas especies que pueblan la Tierra hacen un uso eficiente de la energía y nutrientes limitantes con los que han evolucionado. La tecnología ha facilitado que el acceso y uso de los recursos naturales por humanos sea varios órdenes de magnitud superior a la de cualquier otro ser vivo. Y esa capacidad se ve explotada ilimitadamente por ciertos sectores de la sociedad que se ven favorecidos por el neoliberalismo reinante. Necesitamos poner límites a este expolio, por ejemplo, incentivando los impuestos ambientales o ecotasas, una estrategia para que el uso de los recursos naturales tenga un coste y no se pueda usar indiscriminadamente, mientras paralelamente se adopta una economía y sociedad más sostenibles.
Efectivamente, la implementación de tipos de modelos económicos más sostenibles, y los cambios en estilo de vida que conllevan, se enfrentan a un gran volumen de detractores asiduos a un modelo de economía y comportamiento de ‘extraer, producir y tirar’ (del inglés ‘take, make and dispose’). Políticas de la Unión Europea (UE) ya están incentivando y financiando proyectos que adopten SbN para producir o generar servicios con un menor coste medioambiental (así como de generar beneficio económico a largo plazo), que generen creación de nuevos empleos y mejoren la salud y calidad de vida de los europeos. Parte de estos proyectos se han enfocado a una mejora del funcionamiento de ciudades mediante un incremento en infraestructuras verdes (medidas de planificación de urbanismo con el objetivo principal de desarrollar ciudades que ayuden a paliar el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, así como de garantizar un mayor bienestar de sus residentes), restauración de zonas naturales (incluyendo ríos y zonas costeras) y el uso de energías renovables.
Algunos países como Alemania, Holanda y los países nórdicos han sido pioneros en implementar soluciones basadas en la naturaleza, incluso antes de que se acuñara este término, pero el creciente interés en los últimos años por parte de otros países de la UE en iniciar cambios para promover ciudades más sostenibles genera optimismo.
Como parte de estas iniciativas de la UE, algunas ciudades españolas ya forman parte de grandes proyectos, por ejemplo, A Coruña, Burgos y Málaga participan en CONNECTING Nature, un proyecto que tiene como objetivo potenciar la UE como líder mundial en la implementación de SbN y en adoptar medidas para asegurar afrontar futuros retos climáticos. Además, medidas aisladas para incrementar la sostenibilidad, conectividad y bienestar público se han iniciado ya en muchas ciudades a lo largo del territorio español. Sin embargo, aún queda mucho recorrido para que en nuestras ciudades se diseñen y lleven a cabo planes de urbanismo que conlleven a su transformación para incrementar su sostenibilidad y para desarrollar políticas sociales y económicas que incentiven modelos de producción de menor impacto en el medio ambiente.
Para que esto ocurra, obviamente necesitamos que tanto nuestros representantes políticos como la ciudadanía en general se convenza de la importancia de manifestar una mayor inteligencia ecológica, un concepto basado en una sociedad concienciada con la conservación del medio ambiente, y capaz de progresar infligiendo el mínimo daño posible a la naturaleza. Este tipo de pensamiento generalmente se divulga en el contexto de preservar el medio ambiente para generaciones futuras y, desafortunadamente, convence poco a muchos para quienes obtener beneficios en esta generación es una prioridad. Sin embargo, se está demostrando que los beneficios resultantes de adoptar SbNs pueden ser a corto plazo, beneficiando economías y el bienestar de la ciudadanía en la actualidad, tal y como refleja un reciente informe del grupo experto del proyecto EKLIPSE.
Una evolución hacia una sociedad que exprese mayor inteligencia ecológica se podría conseguir mediante programas de educación que fomentasen este tipo de actitudes y mediante una mejor divulgación de los numerosos beneficios (a corto y largo plazo) de dicha transformación. Dicha transformación, necesita también de importantes inversiones para financiar proyectos dedicados a mejorar nuestro conocimiento sobre procesos ecológicos, así como a la aplicación de estos conocimientos en proyectos de innovación.
Nuestro país cuenta con un inmenso potencial intelectual y de innovación, y de oportunidades para implementar el uso de energías renovables actualmente desaprovechadas (como bien se divulgó en el documental ‘Revolució solar’). Nuestra sociedad en su conjunto tiene la responsabilidad de llevar a cabo esta necesaria transformación. No es una tarea fácil ya que comporta una multitud de cambios a nivel social, político y económico que a primera vista pueden parecer insuperables, pero tenemos la capacidad para estar a la altura y superar los obstáculos que se nos presenten.
Tal como reflejan las políticas de la UE, la evolución hacia una sociedad más sostenible ya no es un sueño asociado a personas con una mayor sensibilidad por la conservación del medio ambiente, es una necesidad acuciante si queremos garantizar la continuidad y progreso de nuestras sociedades. Por esa razón, conjuntamente y a todos los niveles debemos participar en realizar que esas ciudades futuras y sostenibles imaginadas hace mucho tiempo por algunos de nosotros se conviertan ya en una realidad.
Muchos de nosotros cuando éramos niños imaginamos que las ciudades del siglo XXI serían más inteligentes y estarían en total harmonía con el medio ambiente. La realidad es que aún estamos muy lejos de ello, con una continua expansión de las ciudades a costa de la destrucción de zonas naturales y un incremento alarmante de la contaminación del aire y del agua a causa de unos estilos de vida incentivados por una economía y políticas poco sostenibles.
Hasta ahora, las economías predominantemente basadas en una explotación ilimitada de los recursos naturales, y el uso de combustibles fósiles en sistemas de producción se han ido justificando en términos de productividad y rentabilidad. No obstante, debido a un incremento en el conocimiento del funcionamiento de sistemas naturales y el desarrollo de nuevas tecnologías son más los adeptos que abogan por un cambio hacia modelos económicos que disminuyan el impacto de nuestras actividades sobre el medio ambiente.