Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
Ecólogos y ecologistas, no intercambiables pero afines
La preocupación por el medio ambiente se comparte por amplios sectores de la sociedad y aquellos que se organizan para hacer algo al respecto entran en la categoría de ecologistas. El ecologismo como movimiento social tiene su origen en la segunda mitad del siglo XX y cobra definición e impacto a partir de la publicación de dos libros de divulgación científica claves, la Primavera silenciosa (1960) de Rachel Carson y la Bomba demográfica (1968) de Paul y Anne Ehrlich. Ambas obras contribuyeron sin duda a despertar conciencias, cambiando para muchas personas la visión prevalente hasta la fecha de que vivíamos en un medio ambiente inagotable.
Pero realmente poco se puede hacer por el medio ambiente sin una base científica, y esa base la aportan la ciencia de la ecología y los científicos que la practican, que se denominan ecólogos . La ecología arranca mucho antes que el ecologismo, el nombre fue acuñado por Ernst Haeckel en 1866, aunque se pueden identificar los primeros conceptos ecológicos, no ecologistas, en filósofos griegos como Hipócrates o Aristóteles. Pero la ecología apenas tiene notoriedad hasta que los ecologistas la ponen en las portadas de la prensa y sobre la mesa de negociaciones a finales de los 70 del pasado siglo.
Aunque muchas personas tienden a confundir ecólogos con ecologistas, y de hecho no es raro que los ecólogos sean ecologistas y viceversa, existen grandes diferencias. La confusión se acrecienta en parte por el hecho de que el término inglés “ecologist” se refiere tanto al científico de la ecología como al ecologista, para el que se suele reservar el término de “ambientalist.” El ecologismo es antropocéntrico, mientras que la ecología no. El ecologismo define cosas que convienen y que no convienen a la sociedad humana por sus impactos en el medio ambiente, sea éste natural o urbano. Y sobre esa base de cosas buenas y malas para la Humanidad propone una concienciación social y unos cambios jurídicos y políticos. La ecología por el contrario no valora la bondad de las cosas para la especie humana sino que aporta información científica sobre las consecuencias de cada cambio ambiental, de cada perturbación, haciendo un fuerte énfasis en la interconexión entre organismos, factores ambientales y procesos biológicos y ecológicos. Con frecuencia el mensaje primario de la ecología, es decir, el resultante de la investigación científica, es complejo y poco práctico. Los ecologistas suelen ser los primeros en recibir este mensaje primario y transformarlo en información más inteligible por la sociedad. Y en este paso suelen aparecer divergencias. Mientras ecólogos y ecologistas coinciden en la trascendencia y en los principales efectos de la biodiversidad o el cambio climático, las posturas difieren en cuestiones como los transgénicos o la importancia de ciertas especies “emblemáticas” para el funcionamiento del ecosistema.
¿Por qué será que los ecólogos se preocupan tanto de que los distingan de los ecologistas, del mismo modo que los politólogos se esfuerzan en ser diferenciados de los políticos? Posiblemente porque la objetividad y la generalidad del mensaje son muy diferentes si éste se basa en argumentos científicos, como es el caso de ecólogos y politólogos, que si se basa en ideologías y posiciones éticas. Del mismo modo que los politólogos necesitan de los políticos para que interpreten distintos guiones que luego puedan analizarse, los ecólogos necesitan de los ecologistas para que se desarrollen la dimensión social y las implicaciones prácticas de su investigación. Del mismo modo que un buen político requiere de los politólogos para desarrollar su programa, un buen ecologista requiere de los ecólogos para comprender la base real de sus propuestas ambientales y socioeconómicas. No es casualidad que muchos ecólogos sean ecologistas, ya que enamorados como están del objeto de estudio suelen desear su conservación. Ni tampoco es casualidad que muchos ecologistas sean ecólogos, pues sólo se puede proteger aquello que se conoce.
Hay casos frecuentes en los que los ecologistas no se basan en conceptos científicos para emitir sus opiniones o fundamentar sus estrategias de concienciación social y asesoramiento a políticos y gestores. Por ejemplo, en Portugal, hubo una movilización en los años 90 para que los pescadores de las Islas de Berlengas no se comieran los huevos de las gaviotas. A primera vista esta movilización tenía mucho sentido, ya que Las Berlengas eran una reserva natural (ahora además son Reserva Mundial de la Biosfera). Resulta, sin embargo, que esta movilización llevó a una explosión demográfica de gaviotas, lo cual tuvo un impacto muy negativo en especies endémicas, afectando en gran manera la red trófica de las islas y acidificando extraordinariamente el suelo con sus excrementos. Se cree, por ejemplo, que la desaparición del lagarto de las Berlengas se debe a este impacto de las gaviotas que dejaron de tener una regulación humana de sus poblaciones. La prohibición del consumo de los huevos de las gaviotas por los pescadores había sido ampliamente criticada por la comunidad científica. En estos casos los ecólogos no deben permanecer encerrados en su mundo académico y contribuir de forma más activa a que la información científica guie las decisiones. No obstante, el equilibrio a nivel individual entre hacer ciencia o hacer que la ciencia trascienda no es sencillo para el científico, que con frecuencia se ve atrapado en su propio “laberinto.”
Curiosamente, cuando un político es, además, politólogo, resulta profundamente criticado, y con frecuencia los politólogos detestan que les atribuyan rasgos de políticos, cuando ambos se necesitan y se deberían parecer. En ocasiones, sin saber qué palo escoger, se critica a ambos, como si hubiera una tercera opción. Incluso se llega a argumentar que “se puede ser un buen politólogo y un pésimo político y, a la vez, un político increíblemente exitoso y no tener ni idea de ciencia política.” Mientras los políticos y los politólogos encuentran foros y vías para interaccionar de manera mas fructífera, los ecólogos y los ecologistas seguimos avanzando en las sinergias tan necesarias como apremiantes, explorando nuevas formas de colaborar.
En cualquier caso, es muy necesario en nuestra sociedad distinguir entre actores científico-técnicos y actores políticos. A todos los europeos nos iría mucho mejor en estos momentos, por ejemplo, si separáramos con claridad no sólo a los politólogos de los políticos sino también a los economistas científicos de aquellos que aplican o sugieren recetas económicas con alto contenido ideológico sin preocuparse de que los resultados de las mismas nunca hayan sido demostrados.
“In the end we will conserve only what we love. We will love only what we understand. We will understand only what we are taught.” BABA DIOUM, Ecologo y Ecologista de Senegal
La preocupación por el medio ambiente se comparte por amplios sectores de la sociedad y aquellos que se organizan para hacer algo al respecto entran en la categoría de ecologistas. El ecologismo como movimiento social tiene su origen en la segunda mitad del siglo XX y cobra definición e impacto a partir de la publicación de dos libros de divulgación científica claves, la Primavera silenciosa (1960) de Rachel Carson y la Bomba demográfica (1968) de Paul y Anne Ehrlich. Ambas obras contribuyeron sin duda a despertar conciencias, cambiando para muchas personas la visión prevalente hasta la fecha de que vivíamos en un medio ambiente inagotable.