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Ensayo sobre el ébola

El brote de ébola que asola África occidental (Guinea, Liberia, Sierra leona y Nigeria) recuerda la situación descrita por Saramago en el Ensayo sobre la ceguera: los hospitales, controlados por policía y ejército, funcionan como centros de aislamiento en los que los enfermos son recluidos, si es necesario contra su voluntad – y de los que algunos intentan escapar, normalmente ayudados por sus familiares.

Según la OMS, más de 1,500 personas han muerto a causa del virus este año. Aunque el brote, por el momento, está contenido en África occidental, la posibilidad de que algún enfermo viaje a otra zona del mundo no ha pasado desapercibida, y los enfermos con síntomas similares a los producidos por el ébola son rápidamente aislados mientras se determina si son portadores del virus. Además, y pese a las recomendaciones de la OMS, aumentan los controles fronterizos, se eliminan vuelos internacionales, y Barak Obama ha ratificado un cambio a una orden ejecutiva firmada en 2003 por George W. Bush permitiendo en EEUU la detención y reclusión de ciudadanos sospechosos de portar el virus.

A lo largo de la historia, las enfermedades contagiosas han diezmado la población de extensas zonas geográficas. Baste recordar la peste negra, que entre 1347 y 1353 causó la muerte de entre 65 y 85 millones de personas (aniquilando, en Europa, a la tercera parte de la población) o, más recientemente, la gripe española, que sin tener la virulencia de la peste negra, mató entre el 3 y el 5% de la población mundial. En vista de la alta mortalidad que produce el virus del ébola (del 50 al 90% según la cepa del virus, alrededor del 55% en el presente brote), es fácil entender que los gobiernos y organizaciones supra gubernamentales se esfuercen en atajar la epidemia. Pero, ¿cuál es el riesgo de que este brote se convierta en una nueva peste negra o una gripe española? ¿Cómo se puede minimizar la mortalidad de la epidemia?

Para contestar estas preguntas podemos hacer uso de la epidemiología, y de los modelos matemáticos que se usan para estudiar la dinámica de las epidemias. Los enfermos que sobreviven la infección de ébola adquieren inmunidad contra la enfermedad. En este tipo de enfermedades infecciosas, en los que el paciente que sobrevive no vuelve a ser susceptible a la enfermedad, el número de enfermos aumenta rápidamente en un principio, para volver a disminuir paulatinamente pasado el pico de infecciones. El número de individuos enfermos durante el pico de la epidemia depende básicamente del número de individuos a los que cada enfermo contagie antes de morir o sanar. Cuantos más individuos contagie, en promedio, cada enfermo, mayor será la proporción de la población afectada en el pico de la epidemia.

Estudios de brotes anteriores de ébola muestran que el número de contagios por enfermo, si no se toman medidas preventivas, se encuentra entre dos y tres. Con esta tasa de contagios, los modelos sugieren que el número de enfermos durante el pico de la epidemia podría ser del 15 al 30% de la población – un porcentaje, a priori, nada alentador que explica las ventajas de contener geográficamente la infección, minimizando la población a la que el porcentaje se llega a aplicar. Antes de alarmarse, recordemos que este alto porcentaje sólo se alcanzaría si no se tomase ninguna medida preventiva. Además, el cálculo se basa en un modelo general sencillo, no específico al ébola, por lo que tiene un alto grado de incertidumbre. El mensaje que debemos retener es que, en ausencia de medidas, el ébola puede ser un problema muy serio. (La magnitud de la epidemia en África occidental se debe, básicamente, a que se han tomado pocas medidas y tarde.)

Pasemos ahora a considerar las medidas que pueden tomarse para limitar el número de infecciones. Estas medidas están destinadas a minimizar el número de individuos infectados por cada enfermo. Si cada enfermo infecta a menos de un individuo sano, no hay epidemia: la enfermedad desaparece rápidamente. A partir del umbral de una infección por enfermo, la proporción de la población afectada aumenta con el número de infecciones por enfermo. De ahí la importancia de minimizar éstas.

El virus del ébola sólo se transmite cuando entramos en contacto directo con los fluidos corporales de un enfermo u objetos que han estado en contacto con éstos. El riesgo de transmisión de persona a persona es mayor durante las últimas etapas de la enfermedad, dado que la carga viral es más alta y que estas etapas se caracterizan por vómitos, diarrea, shock y, en algunos casos, hemorragia. Así, el estudio de brotes anteriores ha demostrado que la mayoría de los contagios se producen antes de la hospitalización de los enfermos y después de su muerte – durante los entierros tradicionales, dado que es costumbre que todos los asistentes abracen al difunto. Los mismos estudios ponen de manifiesto que, incluso sin aislar a los pacientes en salas especiales, el número de contagios por enfermo es muy inferior en los hospitales que fuera de ellos. De hecho, con sólo ingresar a los enfermos tan pronto empiezan los síntomas de la enfermedad e incinerar los cadáveres, la tasa de contagios por enfermo podría ser inferior a 1, con lo que la epidemia terminaría rápidamente. Como, además, el virus del ébola sólo se transmite mediante contacto directo, el número de contagios por enfermo disminuye todavía más si se toman medidas específicas contra el ébola y se aísla a los enfermos en salas especiales.

Si atajar una epidemia de ébola es tan fácil, ¿cómo se explican los más de 1,500 muertos? En brotes anteriores, la magnitud de la epidemia ha estado determinada básicamente por el tiempo que se ha tardado en tomar medidas para atajarla. Según un artículo publicado en el New England Journal of Medicine, en este caso el primer paciente conocido se remonta a diciembre del 2013 y la OMS fue informada en marzo de 2014 de la presencia de una enfermedad infecciosa caracterizada por fiebres, diarrea, vómitos y alta mortalidad. Pese a ello, la OMS no reaccionó hasta julio, declarando emergencia de salud pública internacional en agosto. Entre diciembre de 2013 y julio de 2014, podemos suponer que cada enfermo de ébola ha contagiado a dos o tres individuos sanos.

Para revertir el proceso, es necesario detectar a todos los individuos portadores del virus y aislarlos para evitar que se produzcan nuevos contagios. No va a ser fácil. Los enfermos ocultan la identidad de las personas (típicamente familiares) que han estado en contacto con ellos, porque piensan que revelar sus nombres equivale a condenarlos a muerte. ¿Superstición?

En teoría, los individuos que han tenido contacto directo con un enfermo son conducidos a unidades de aislamiento mientras se averigua si son portadores del virus. Si no lo son, pueden regresar a sus hogares. Si están infectados, permanecen aislados para recibir atención médica hasta su recuperación o fallecimiento. En condiciones ideales los enfermos deberían revelar los nombres de los familiares con los que han estado en contacto para maximizar la probabilidad de que sobrevivan. Para los no portadores, el riesgo de contagio en una unidad de aislamiento debería ser ínfimo si se siguen unas estrictas pero básicas normas de higiene. Para los portadores del virus, la probabilidad de supervivencia debería ser mayor en la unidad de aislamiento. No existe vacuna ni medicación específica contra el ébola: el tratamiento es sintomático y consiste básicamente en asegurar la hidratación y el equilibrio electrolítico del paciente, mantener su oxigenación y presión arterial y tratar posibles infecciones secundarias. Este tratamiento es más asequible en un centro médico que en las zonas rurales de África occidental.

Entonces, ¿de dónde surge el miedo a revelar los nombres de seres queridos con los que el paciente ha estado en contacto? Parte puede ser ignorancia. Pero hay algo más: la escasez de medios es abrumadora, lo que en muchos casos lleva a que en las unidades de aislamiento gubernamentales ni se sigan pautas básicas de higiene ni se ofrezca tratamiento sintomático a los enfermos, lo que justifica el miedo a ingresar en ellos. De hecho, la falta de medios es tal que de los individuos que han estado en contacto con enfermos y cuyo nombre son revelados sólo el 10% llega a ser localizado.

Como en tantos casos, lo que se requiere para combatir el brote de ébola no es alta tecnología, no son sueros milagrosos, son recursos básicos. Falta personal para localizar a los posibles portadores del virus pero, sobre todo, faltan recursos para dotar con material y personal los centros donde los pacientes y sospechosos de serlo son atendidos, para que todas y cada una de las unidades de aislamiento se conviertan en centros médicos y dejen de ser prisiones, para que el personal sanitario deje de morir porque el cansancio y la falta de medios les llevan a bajar la guardia y exponerse innecesariamente. Y mientras estos recursos se hacen esperar, se gastan sumas enormes en repatriar enfermos que podrían haberse tratado sobre el terreno con mucho menos coste.

La OMS estima que se necesitarán unos 372 millones de euros para atajar la epidemia. Si se hubiera afrontado el problema en marzo el coste habría sido, también en términos económicos, mucho más bajo.

El brote de ébola que asola África occidental (Guinea, Liberia, Sierra leona y Nigeria) recuerda la situación descrita por Saramago en el Ensayo sobre la ceguera: los hospitales, controlados por policía y ejército, funcionan como centros de aislamiento en los que los enfermos son recluidos, si es necesario contra su voluntad – y de los que algunos intentan escapar, normalmente ayudados por sus familiares.

Según la OMS, más de 1,500 personas han muerto a causa del virus este año. Aunque el brote, por el momento, está contenido en África occidental, la posibilidad de que algún enfermo viaje a otra zona del mundo no ha pasado desapercibida, y los enfermos con síntomas similares a los producidos por el ébola son rápidamente aislados mientras se determina si son portadores del virus. Además, y pese a las recomendaciones de la OMS, aumentan los controles fronterizos, se eliminan vuelos internacionales, y Barak Obama ha ratificado un cambio a una orden ejecutiva firmada en 2003 por George W. Bush permitiendo en EEUU la detención y reclusión de ciudadanos sospechosos de portar el virus.