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Estrellas o cantera: ¿cómo repartir la inversión en ciencia?

La cuesta de Enero nos ha traído la noticia de la marcha de Juan Carlos Izpisúa de España. Lo que primero parecía un nuevo episodio de fuga de cerebros ha ido seguido de una serie de revelaciones acerca de la gestión del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona como simple satélite de su laboratorio en el Salk Institute for Biological Studies de La Jolla, en California (discutidos, por ejemplo, en eldiario.es, Materia [1 y 2] o El País [1 y 2]). Lo que está claro es que el caso de Izpisúa es un ejemplo paradigmático de algunas de las flaquezas de la política científica española. Parece innegable que tanto la talla de los hallazgos liderados por Izpisúa (un potencial Premio Nobel) como el impacto que tendrán sobre la medicina del futuro cercano convierten esta marcha en una pérdida significativa para el sistema de I+D+i español. Pero también cabe reflexionar hasta qué punto vale la pena centralizar la inversión en este tipo de “estrellas científicas”. Usamos el término “estrella” en lugar de “líder científico” porque el primero es el más utilizado en la literatura científica que hemos consultado y porque líderes son también muchos otros científicos que dirigen o coordinan equipos pequeños, medianos o grandes: un detalle que, como veremos, no debe desdeñarse.

Como miembros de un sistema de I+D+i que debe ser capaz de contribuir al desarrollo y la mejora de las condiciones de vida de la sociedad española, debemos preguntarnos si este tipo de acuerdos con estrellas internacionales son la mejor forma de invertir los limitados recursos de que disponemos. Sin conocer el caso de primera mano es difícil opinar acerca de si la gestión del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona ha estado a la altura de lo esperable de un científico de la talla de Izpisúa o no. Pero el hecho de que su marcha implique la pérdida de 18 de 21 proyectos en curso parece indicar que su impacto sobre el centro es más coyuntural que estructural, y su efecto sobre nuestro sistema de I+D probablemente muy inferior al de la sangría de jóvenes investigadores a los que la política científica actual niega la posibilidad de establecer sus equipos y proyectos en España, abocándolos al exilio forzoso. Estos Quijotes, de los que nos ocupábamos hace unos meses, están (o estaban) atrayendo proyectos seguramente de menor cuantía que los del Centro de Medicina Regenerativa y probablemente aportando avances más modestos al conocimiento científico. Pero, al hacerlo, estaban contribuyendo a generar una estructura sólida de crecimiento futuro que (a tenor de lo leído sobre este centro) la centralización del laboratorio de Izpisúa alrededor del Salk Institute no ha permitido generar.

Un buen ejemplo de por qué a veces invertir en determinadas estrellas puede no ser la mejor opción viene de examinar el campo en el que, quizás, la innovación española ha obtenido sus mejores resultados en los últimos años: el fútbol. Puede parecer una trivialidad, pero el desarrollo del fútbol de élite en España puede darnos algunas ideas de en qué condiciones es bueno invertir en estrellas de la ciencia, y en qué otras esta estrategia representa una mala inversión a medio o largo plazo. La inversión realizada desde los años 80, tanto en fichajes millonarios de estrellas como en el fútbol de base, convirtió a la Liga Española en la más importante del mundo durante los años 90. Sin embargo, hasta 2008, este liderazgo (reconocido a nivel mundial, aunque tal vez no tan superlativo como nuestros medios publicitaban) no se tradujo en éxitos a nivel de selección nacional (posiblemente, el mejor indicador de la eficacia y excelencia del sistema). Durante años los fichajes estrella de la liga más cara del mundo se estrellaron repetidamente contra el muro de los cuartos de final en las competiciones a nivel de selección. Si la relación entre fichar estrellas y tener éxitos fuera directa, algo nos habríamos llevado para hinchar el pecho ante nuestros vecinos entre el gol en blanco y negro de Marcelino a Rusia en la Eurocopa de 1964 y el de Torres a Alemania en la de 2008. Fueron 44 años, 30 de ellos con inversiones millonarias: ahí es nada. Y, de repente, una selección de tíos igual de bajitos y con la misma tendencia a la alopecia que los de antes, que corren igual que antes y sufren arbitrajes tan polémicos como los de antes, lo gana todo y se convierte en la mejor del mundo. ¿Por qué?

Porque en los centros de excelencia del futbol español (y principalmente uno: La Masía del Fútbol Club Barcelona) se desarrolló y perfeccionó un nuevo sistema de juego, basado en la horizontalidad (las estrellas son un pivote más en el campo) y en juntar el control del campo con la excelencia en el toque: el ya famoso tiqui-taca. Aunque hay quien quiera relacionar este sistema con el utilizado por una serie japonesa de dibujos animados que se emitió en España durante los años 90, en realidad es dicha serie la que se nutre del juego del Barça desde los tiempos de Cruyff (como confiesa su creador). De hecho, el tiqui-taca no es sino un desarrollo español del concepto del fútbol total holandés de los años 70 y 80, que a su vez se nutre del juego de la selección húngara de los años 50. Y ha sido posible tan sólo mediante la combinación de tres factores clave: inversión, creación de escuela y perseverancia.

Para nosotros, el fichaje de Cruyff por el Fútbol Club Barcelona a principios de los 70 representa el paradigma de en qué condiciones es bueno fichar una estrella. No sólo se trajo a dos de los principales exponentes de la escuela más exitosa del momento (Cruyff viene al Barça siguiendo al entrenador Rinus Michels, con el que ya había trabajado en el Ajax), sino que el club apostó por una forma de juego que enganchó a Cruyff con la institución. Cuando volvió como entrenador a finales de los 80 pudo aprovechar el sistema de tutores de La Masía y una cantera formada en el espíritu del fútbol total que había traído quince años antes para poner al Barça en primera línea internacional. Pero, a pesar de la gran escuela, los títulos no llegaban. A diferencia de lo que ocurrió con el jogo bonito del Brasil de Sócrates, el primer heredero claro del fútbol total, que fue abandonado por falta de títulos, el Barça continuó con su apuesta por la continuidad de un proyecto innovador. Guardiola creció en el ambiente del Barça de Cruyff, y el resto es historia. Como por arte de magia, una forma de jugar basada en la persistencia y la belleza antes que en la urgencia y la fuerza, y sobre todo en el juego antes que en el jugador, se convierte en el mayor descubrimiento del fútbol de cara al Siglo XXI.

El ejemplo del Barça, Cruyf y el tiqui-taca es paradigmático de buena gestión de recursos humanos e innovación. El caso contrario serían fichajes como el de Mourinho por el Real Madrid, tras una larga concatenación de despidos de entrenadores a los que nunca se dio tiempo a desarrollar su proyecto de trabajo. Lejos de apostar por un sistema basado en el incremento de las capacidades gracias a la formación de una escuela consistente con una idea innovadora, Mourinho intentó ejercer un control sobre la totalidad del club, ocupando también el cargo de manager deportivo del equipo, basando su estrategia en fichajes millonarios de jugadores formados fuera y sometiendo al equipo a los vaivenes de su impredecible voluntad.

¿Hasta qué punto es extrapolable el ejemplo del fútbol al de la inversión en estrellas de la ciencia? Por lo que sabemos acerca de la eficiencia de inversión en I+D+i, puede que bastante. Es obvio que determinados proyectos, como el famoso Gran Colisionador de Hadrones, necesitan combinar grandes esfuerzos de inversión con un liderazgo científico fuerte. Asimismo, nadie duda de que otorgar financiación a estrellas de la ciencia puede dar lugar a grandes descubrimientos. Además, pueden atraer más científicos e incluso interesar e involucrar más fácilmente a la sociedad y a los políticos en los temas de su investigación. Sin embargo, a partir de determinado nivel de financiación, los incrementos en los fondos manejados por un solo investigador comienzan a tener menos impacto que otorgar dichos fondos a otro laboratorio. Los científicos estrella tienden a colaborar más dentro de la propia institución, que se beneficia antes de la transferencia de conocimiento a otras áreas temáticas, y por lo tanto de la creación de tecnologías y patentes. Al igual que los fichajes de estrellas futbolísticas para sus clubes, la inversión en científicos estrella genera beneficios a corto plazo a la universidad o instituto donde trabajan, pero el énfasis exclusivo en estos fichajes puede menoscabar la construcción de un sistema sólido de I+D+i a nivel nacional.

Los análisis publicados sobre la efectividad de los sistemas científicos sugieren, de hecho, que es más efectivo financiar muchos proyectos pequeños y medianos que pocos proyectos grandes. Hasta el punto que algunos argumentan que, en países en los que existe un sistema efectivo para garantizar la calidad mínima de los investigadores de plantilla, proveer de una financiación basal a cada uno de ellos podría ser más efectivo que el sistema de evaluación por pares utilizado para seleccionar los proyectos que merecen financiación. Desde nuestra particular idiosincrasia, algunos han utilizado estos resultados para defender un sistema de “café para todos” o, por el contrario, asociarlos a este concepto de manera espuria. Aunque no creemos que financiar a todos los científicos por igual sea razonable, sí es importante resaltar que la ciencia excelente no se limita a la que hacen los científicos estrella. De hecho, puede ser más efectivo generarla mediante un sistema diverso y bien estructurado con muchos líderes de investigación cuya retribución depende de su desempeño presente, no de su fama pasada. Creemos que un sistema así resulta más creativo y productivo que uno jerárquico y centralizado en que unos pocos monopolizan la mayoría de los fondos.

Otros análisis han sido capaces de identificar puntos de inflexión a partir de los cuales es mejor invertir en mejorar la colaboración científica que en incrementar la financiación a grandes equipos. De hecho, los grandes proyectos de investigación como el Gran Colisionador de Hadrones se basan en el trabajo colaborativo de grandes redes de equipos más pequeños que trabajan de manera conjunta en diferentes aspectos del proyecto. El éxito de dichas redes se maximiza gracias al acceso a recursos que son, a la vez, diversos y redundantes, la posibilidad de compartir experiencias, y el entendimiento mutuo de basar nuevos avances en compartir los recursos y conocimientos previos. En contraste, los sistemas jerárquicos dominados por grandes estrellas (como el español) están dominados por el criterio de autoridad, la monopolización de recursos y una asimetría que a menudo bordea el abuso de poder.

Además, hasta los proyectos más pequeños pueden tener un impacto enorme si son excelentes. No olvidemos que un número significativo de los premios Nobel concedidos durante la pasada década se basan en investigaciones con poca o ninguna financiación. Como comentan Jean-Michel Fortin y David Currie, la diversidad de aproximaciones puede ser tan importante como fomentar la productividad total por investigador a la hora de maximizar la productividad de un sistema de I+D+i.

Más allá del problema de cómo repartir la financiación entre distintos grupos de investigación, hay que preguntarse cuáles son las ventajas de incorporar una gran estrella al sistema de I+D+i español. Hasta ahora nos hemos centrado en sus aportaciones personales, pero no debemos olvidar que contratar grandes estrellas puede tener otros beneficios, como atraer a nuevos investigadores establecidos fuera del país o dar credibilidad al sistema. Si bien hay que tener en cuenta estos beneficios adicionales, no olvidemos que el “efecto imán” sólo resulta ventajoso si el país puede permitirse contratar a los investigadores que, atraídos por la estrella, quieren incorporarse a su sistema de I+D+i. En tiempos de crisis, el efecto imán ayuda poco o nada.

La efectividad de financiar algunas grandes estrellas frente a muchos líderes “menores” en I+D+i puede ser inferior a medio plazo a la de formar una cantera robusta y apostar por la innovación como en el ejemplo del fútbol. Carlos Duarte compara la situación actual del sistema e Izpisúa con la de un equipo de segunda división que pretende retener a una gran estrella. A pesar de que podamos compartir parte del argumento, no podemos olvidar dónde estaba el equipo cuando fichó a la estrella, y qué se pretendía conseguir con su fichaje. Sobre todo, cuando la bajada a segunda no tiene nada que ver con la “gestión deportiva”, sino con la derivación de la inversión pública a paliar los efectos de la corrupción y el despilfarro en el sector financiero y la obra pública. Nuestra obligación, como servidores públicos, es trabajar para “volver a primera” lo antes posible, y hay mucho que aprender a nivel organizativo de la política de fichajes del Barça. En condiciones de financiación tan restrictivas como las actuales, parece lógico dedicar los menguantes recursos a crear y coordinar grupos de investigación medianos y pequeños, en lugar de dilapidarlos en unos pocos fichajes millonarios. Quizás no tendremos titulares acerca de la creación en 2013 de los primeros orgánulos funcionales a partir de células madre en España (una innovación clave que probablemente habría pasado de cualquier manera en el Salk Institute) que nos permitan colgarnos medallas a tiempo de la próxima cita electoral. Pero quizás tengamos una mayor proporción de candidatos a los Premios Nobel de 2040. Y seguro que habremos mantenido un sistema de I+D+i con suficiente masa crítica como para modernizar nuestra economía y mejorar las condiciones de vida de los españoles en las ventanas temporales de lucidez de los políticos.

La cuesta de Enero nos ha traído la noticia de la marcha de Juan Carlos Izpisúa de España. Lo que primero parecía un nuevo episodio de fuga de cerebros ha ido seguido de una serie de revelaciones acerca de la gestión del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona como simple satélite de su laboratorio en el Salk Institute for Biological Studies de La Jolla, en California (discutidos, por ejemplo, en eldiario.es, Materia [1 y 2] o El País [1 y 2]). Lo que está claro es que el caso de Izpisúa es un ejemplo paradigmático de algunas de las flaquezas de la política científica española. Parece innegable que tanto la talla de los hallazgos liderados por Izpisúa (un potencial Premio Nobel) como el impacto que tendrán sobre la medicina del futuro cercano convierten esta marcha en una pérdida significativa para el sistema de I+D+i español. Pero también cabe reflexionar hasta qué punto vale la pena centralizar la inversión en este tipo de “estrellas científicas”. Usamos el término “estrella” en lugar de “líder científico” porque el primero es el más utilizado en la literatura científica que hemos consultado y porque líderes son también muchos otros científicos que dirigen o coordinan equipos pequeños, medianos o grandes: un detalle que, como veremos, no debe desdeñarse.

Como miembros de un sistema de I+D+i que debe ser capaz de contribuir al desarrollo y la mejora de las condiciones de vida de la sociedad española, debemos preguntarnos si este tipo de acuerdos con estrellas internacionales son la mejor forma de invertir los limitados recursos de que disponemos. Sin conocer el caso de primera mano es difícil opinar acerca de si la gestión del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona ha estado a la altura de lo esperable de un científico de la talla de Izpisúa o no. Pero el hecho de que su marcha implique la pérdida de 18 de 21 proyectos en curso parece indicar que su impacto sobre el centro es más coyuntural que estructural, y su efecto sobre nuestro sistema de I+D probablemente muy inferior al de la sangría de jóvenes investigadores a los que la política científica actual niega la posibilidad de establecer sus equipos y proyectos en España, abocándolos al exilio forzoso. Estos Quijotes, de los que nos ocupábamos hace unos meses, están (o estaban) atrayendo proyectos seguramente de menor cuantía que los del Centro de Medicina Regenerativa y probablemente aportando avances más modestos al conocimiento científico. Pero, al hacerlo, estaban contribuyendo a generar una estructura sólida de crecimiento futuro que (a tenor de lo leído sobre este centro) la centralización del laboratorio de Izpisúa alrededor del Salk Institute no ha permitido generar.