A los humanos nos gusta considerarnos la cima de la cadena alimentaria, la especie más evolucionada e inteligente de la Tierra. Y aunque es cierto que somos bastante sorprendentes, no podemos olvidar que seguimos siendo animales. No escapamos a nuestras necesidades físicas de comer y reproducirnos, ni tampoco, como animal social que somos, a las necesidades psicológicas de comunidad y apoyo mutuo.
En nuestra capacidad física estamos muy lejos de otros animales. Somos lentos comparados con la mayoría de ellos (hasta un hipopótamo es capaz de correr tan rápido como Usain Bolt), débiles (un chimpancé tiene cinco veces la fuerza de un humano relativa a su tamaño), y estamos relativamente desvalidos, sin dientes ni garras afiladas, ni cuerpos acorazados.
Aun así tenemos la conciencia de que hay algo especial en nosotros, y por lo general se achaca a nuestro cerebro. A lo largo de la evolución, nuestra especie puso los recursos dentro de nuestra cabeza, y eso nos permitió dominar el mundo. Sin embargo, hay otros animales que son inteligentes, sociales, tienen lenguaje y usan herramientas. Entonces, ¿en qué nos distinguimos de verdad? ¿En que tenemos centros comerciales y cadenas de hamburguesas? Los verdaderos motivos por los que los seres humanos son diferentes no son tan evidentes:
El lenguaje
¿Por qué nuestros parientes más cercanos, los simios, no hablan con sujeto, verbo y predicado como nosotros? Al fin y al cabo, la forma y la función de la laringe y el tracto vocal son bastante similares en todos los primates. Sin embargo, la diferencia está en el cerebro. Las áreas que asocian el control voluntario sobre el movimiento y el control de los músculos que rigen la producción vocal son más grandes en los humanos. Es decir, tenemos un mayor repertorio de sonidos y podemos controlarlos para comunicar con mucha mayor riqueza de significado.
La postura erguida
Mientras muchos animales, incluyendo nuestros primos los simios, todavía se desplazan sobre sus cuatro extremidades, a lo largo de la evolución solo los humanos nos pusimos de pie y liberamos las manos. Esto es único entre los primates, y facilitó que comenzáramos a usar herramientas. Pero los cambios en nuestra pelvis se quedaron a medio terminar y nos condenaron a sufrir dolores de espalda que se remontan a nuestros primeros antepasados.
La desnudez y el sudor
El zoólogo Desmond Morris denomina al ser humano “el mono desnudo” en el libro del mismo nombre. Nuestra piel apenas tiene pelo comparada con otros primates y mamíferos. Sin embargo, sorprendentemente, tenemos los mismos folículos pilosos por centímetro cuadrado que la piel de un chimpancé, aunque los pelos son mucho más finos y cortos. Esa adaptación tiene mucho que ver con nuestra capacidad para sudar. Hace unos dos millones de años se produjo una adaptación que nos libró del vello corporal, al mismo tiempo que aumentó el número de glándulas sudoríparas ecrinas. Esto nos permitía refrigerarnos al correr largas distancias mientras perseguíamos a nuestras presas, a las que cazábamos por agotamiento.
La ropa como piel
Una consecuencia de lo anterior fue que, a cambio de convertirnos en corredores de larga distancia, nos quedamos sin protección contra el frío. Esto nos obligó a convertirnos en el único “mono vestido”, ya que tuvimos que cubrirnos con las pieles de otros animales para sobrevivir. Aunque se ha estudiado que algunos chimpancés se adornan con “joyas” hechas de hierbas y restos de animales, no lo usan como protección contra los elementos.
El cerebro hipertrofiado
Sin duda, el rasgo humano que más nos diferencia de otros animales es el cerebro, especialmente el desarrollo exagerado del lóbulo prefrontal y la corteza cerebral, que representa más del 80% de nuestra masa cerebral y se cree que contiene 100.000 millones de neuronas. Aunque solo representa el 2% del peso corporal, consume el 25% de nuestra energía. Esta maquinaria nos permite el pensamiento abstracto, es decir, procesar estímulos que no tienen que ver con la información de los sentidos, sino que “cocinamos” en nuestra cabeza, conectando recuerdos del pasado y haciendo predicciones del futuro.
Los pulgares largos
A pesar de lo que la gente cree, los humanos no somos los únicos con pulgares oponibles, ya que la mayoría de los primates los tienen y, además, también los tienen en los pies. Sin embargo, nuestros pulgares son especiales: son mucho más largos que en otros primates, por lo que podemos tocar el meñique y el anular con el pulgar. Esta característica es imprescindible para el control muscular fino, que nos permite manipular pequeños objetos y, por ejemplo, fabricar herramientas.
El fuego
Se ha observado a los halcones australianos propagando deliberadamente incendios forestales para asustar a sus presas, pero ningún animal es capar de utilizar el fuego intencionadamente como herramienta como los humanos. El dominio del fuego fue fundamental al principio de nuestra evolución para ahuyentar depredadores nocturnos, lo que nos dio una ventaja que otros animales no tenían. También nos permitió extendernos y habitar lugares más fríos. Hay pruebas del uso del fuego de hace 400.000 años, pero podría ser mucho más, incluso un millón de años en el pasado.
La larga infancia
El bebé de una jirafa está listo para salir corriendo al minuto de nacer. Sin embargo, los humanos nacemos desvalidos y debemos estar al cuidado de nuestros progenitores durante mucho más tiempo. Los humanos tardamos casi el doble de tiempo que los chimpancés en madurar. Esto parece más una desventaja que un superpoder y, sin embargo, tiene sentido si pensamos que nuestra supervivencia depende de nuestro cerebro y de su capacidad para absorber información de otros humanos. Este proceso implica conectar millones de neuronas, y es lo que hace que los animales con cerebros más complejos tengan infancias más largas. En eso, nos llevamos el premio.
Sobrevivir más allá de la edad fértil
La mayor parte de los animales tienen como única misión reproducirse, y algunos incluso mueren inmediatamente después de copular. En cambio, en los humanos, las hembras pueden sobrevivir mucho tiempo después de perder la capacidad de tener descendencia. Conectando con lo anterior, esto tiene mucho que ver con las conexiones sociales y la necesidad de desarrollo del cerebro dentro de un grupo, algo que los científicos llaman el “efecto abuela”: tener una abuela viva aumenta las posibilidades de supervivencia de los bebés.
En definitiva, los humanos somos criaturas muy especiales. No somos perfectos, pero nuestras habilidades únicas nos han permitido prosperar en todos los rincones del mundo, hasta el punto de abocarnos a la autodestrucción. Quizá estas diferencias especiales sean también las que nos salven.
* Darío Pescador es editor y director de la revista Quo y autor del libro Tu mejor yo publicado por Oberon.