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Convergencia entre regiones españolas: adiós a todo eso
La tendencia hacia la equiparación de las rentas por habitante de las regiones españolas, la convergencia regional, puede haber finalizado. Es más, en las últimas cuatro décadas la desigualdad territorial en España no ha dejado de aumentar. Y hay motivos para pensar que sólo estamos en el inicio de esta nueva dinámica. Además, las regiones “perdedoras” son las situadas por debajo del paralelo 40, la línea imaginaria que cruza la península de Oeste a Este por debajo de Madrid. La Comunitat Valenciana se encuentra, por tanto, entre ellas.
Antes de detallar la evidencia que apunta a esta conclusión, conviene destacar dos elementos que la enmarcan. Por un lado, el aumento de la desigualdad regional no es exclusivo de España. El repunte está presente en economías de nuestro entorno, como Francia, Italia o Gran Bretaña, pero también en países emergentes como China o India, cuyo crecimiento económico ha venido acompañado por la irrupción de grandes desequilibrios territoriales. Por otro, merece destacarse la relevancia que las instituciones o los medios internacionales otorgan a este hecho. Una buena prueba es que la Unión Europea (UE) destina más de un tercio de su presupuesto a políticas de cohesión; esto es, a combatir el aumento de la desigualdad territorial, o al menos, a tratar de matizarlo. Es igualmente ilustrativo que las victorias electorales de los partidarios del Brexit en el Reino Unido o de Donald Trump en Estados Unidos hayan sido interpretadas en medios como The Economist en clave territorial: zonas antaño prósperas como el Norte de Inglaterra o el corazón industrial de EEUU, que se hallan desde hace ya un tiempo en claro declive económico, han sido el granero de votos de uno y otro movimiento.
En cualquier caso, los actuales desequilibrios territoriales, y sus consecuencias sociales y políticas, son fruto de un proceso histórico cuya consideración es imprescindible para comprender la situación actual. También en España. Cabe subrayar, de entrada, que, en España, la desigualdad territorial es hoy más baja que al inicio del proceso de desarrollo económico, a mediados del siglo XIX. Y la renta media de sus habitantes muy superior a la de entonces. Sin embargo, en este siglo y medio, ha habido periodos de divergencia y de convergencia: la distancia económica entre las regiones aumentó entre el siglo XIX y el primer tercio del siglo XX y se redujo desde entonces hasta mediados de los años 1980, especialmente entre 1950 y 1980. No obstante, y esto resulta especialmente destacable, en la etapa iniciada con el acceso de la economía española a la UE las desigualdades territoriales han avanzado. Como consecuencia, la desigualdad económica regional dibuja una curva en forma de N. En la actualidad estamos iniciando su segundo tramo creciente.
El gráfico que se presenta a continuación sintetiza la conclusión anterior: representa la evolución a lo largo del tiempo de la desigualdad entre regiones (NUTS2 en la terminología de Eurostat) y provincias (NUTS3). En el eje vertical se representa, mediante puntos, el coeficiente de variación ponderado por la población de cada una de las áreas (regiones o provincias) en cada una de las fechas desde 1860 a 2015, mientras el ajuste de los mismos se refleja en las dos curvas incluidas. El gráfico muestra con claridad lo ya apuntado: desde el inicio del período hasta 1910, la desigualdad aumentó para empezar a disminuir desde entonces. Además, se observa que los valores mínimos coinciden con la fase final del proceso de industrialización de la economía española. Sin embargo, a partir de principios de los años ochenta la desigualdad vuelve a aumentar de manera sostenida, rompiendo la tendencia decreciente previa.
Esta trayectoria va unida a otros dos aspectos muy relevantes. Uno de ellos es la paulatina consolidación de dos conjuntos de regiones agrupadas en torno a diferentes niveles de renta per cápita. Si bien en sus inicios el crecimiento de la desigualdad se relacionó con el despegue de unos pocos territorios (Cataluña, País Vasco, Madrid) que se distanciaron de la media -en una dinámica bien conocida desde los trabajos de Williamson-, desde los años 1950, y con mayor intensidad a partir de 1980, se ha venido conformando una estructura regional de rentas cada vez más polarizada. Un nutrido grupo de regiones (País Vasco, Navarra, Madrid, Catalunya,...) se ha situado por encima de la media, mientras otro, no menos importante en términos de la población que suponen, se ha agrupado en torno a valores marcadamente inferiores a ésta (Extremadura, Canarias, Andalucía, Comunitat Valenciana,…). Es decir, en los últimos decenios, el aumento de la desigualdad ha agrupado tanto a las regiones como a las provincias en torno a dos niveles medios los cuales, a su vez, se están distanciando.
En segundo lugar, la localización geográfica de las regiones más (o menos) “ricas” ha registrado cambios significativos respecto a la situación inicial. En el arranque del proceso industrializador, no se observaba patrón geográfico alguno en los niveles de renta. Convivían a menudo regiones próximas relativamente ricas y relativamente pobres. Sin embargo, durante la primera mitad del siglo XX se conformó, de forma gradual, un patrón espacial caracterizado por la existencia de un gradiente de rentas que recorría la península desde el Noreste, donde se localizaban las regiones más prósperas, hacia el Suroeste, que concentraba el mayor número de regiones relativamente “pobres”. Este mapa continuó consolidándose hasta los años 1980. Desde entonces, el dibujo ha derivado hacia una división mucho más nítida Norte-Sur, a la italiana. Los territorios de menor renta se concentran por debajo de un eje que recorre España, de Este a Oeste. Hoy, la España situada al Sur del paralelo 40 es cada vez más pobre (en términos relativos) que la ubicada por encima de éste.
La comprensión de la situación descrita hasta aquí no puede obviar el marco general de las transformaciones experimentadas por la economía mundial. El consenso entre los investigadores sobre la explicación de lo ocurrido en la etapa inicial se puede considerar unánime. Las primeras fases del desarrollo económico suelen ir acompañadas de un aumento de la desigualdad territorial, que posteriormente tiende a disminuir: la teoría del crecimiento económico ha explicado esta pauta de U-invertida como resultado de que los shocks tecnológicos que lo alimentan se concentran inicialmente en aquellas regiones con mejor dotación de factores o instituciones. Por tanto la desigualdad territorial tiende inicialmente a crecer. No obstante, la difusión de las nuevas tecnologías desde la región líder a las seguidoras provoca el inicio de un proceso de convergencia regional impulsado por el catch-up tecnológico y los flujos de factores.
Este marco global puede explicar también qué está sucediendo en los últimos decenios. En un entorno económico de mayor globalización, dominado por un intenso cambio tecnológico y un aumento de los intercambios, las desigualdades regionales pueden aumentar. Es decir, existe una relación positiva entre apertura comercial y desigualdad territorial. Diversos trabajos, en especial los de Christian Lessmann concluyen, asimismo, que con el aumento de la desigualdad regional en las últimas décadas se está fraguando una relación en forma de N entre desigualdades territoriales y desarrollo económico (similar a la curva en forma de elefante de Branco Milanovic).
En este sentido, las primeras décadas del siglo XXI se caracterizan por el intenso cambio tecnológico, vinculado a las TICs, y una creciente globalización de los mercados de bienes y servicios, y de los mercados de capitales, pero sin grandes flujos migratorios internacionales o regionales. Es en un escenario como éste en el que hay que situar los tres elementos claves vinculados a la desigualdad regional en España: primero, que la desigualdad regional está creciendo; segundo, que se está dando una polarización de rentas entre territorios relativamente ricos y pobres (en este sentido, el ejemplo europeo muestra una situación general de mayor protagonismo de las regiones que albergan las capitales de los estados); y tercero, que se está conformando un marcado y persistente patrón geográfico norte-sur.
Desde la perspectiva de la economía de la Comunitat Valenciana cabe destacar, al menos, tres consideraciones. La más obvia, y más incontrovertible, es que forma parte de aquellas “regiones perdedoras”. No es necesario volver a insistir aquí acerca de lo que de sobra conoce cualquier investigador que se haya aproximado a los datos estadísticos de carácter económico. La segunda es la necesidad de integrar lo que está sucediendo con su evolución dentro del contexto global que se ha esbozado en los párrafos previos. Y la tercera, y no menos importante, es la conveniencia de ser cautos en determinados asuntos, como por ejemplo, vincular la situación valenciana con la infrafinanciación. Dentro de las regiones pobres españolas se encuentran algunas (Extremadura, por ejemplo) que han gozado de una situación opuesta a la valenciana en este terreno sin que por ello, su trayectoria, dentro del contexto general apuntado en estas líneas, haya sido diferente.
Este aumento de las desigualdades regionales de renta, y la polarización, está generando en España, al igual que en Gran Bretaña o en los Estados Unidos, la aparición de nuevos focos de tensión. En estas condiciones, no pueden sorprender fenómenos sociales que cuestionan los actuales ámbitos institucionales y territoriales de toma de decisiones (recentralización frente independentismo) o destacan algunos de los efectos asimétricos, en clave territorial, de la globalización (discurso anti-inmigratorio). Tal vez no seamos plenamente conscientes pero, en España, la creciente brecha de renta que separa a las regiones puede estar asentando la percepción de que hay territorios que “no importan”. Parafraseando al profesor Rodríguez-Pose, no deberíamos esperar desde la pasividad a que éstos ejecuten, aquí también, su “venganza política”.
*Alfonso Diez-Minguela, Julio Martinez-Galarraga y Daniel Tirado-Fabregat, profesores de Historia Económica de la Universitat de València y autores de 'Regional inequality in Spain, 1860-2015', Londres, Palgrave Macmillan, 2018
La tendencia hacia la equiparación de las rentas por habitante de las regiones españolas, la convergencia regional, puede haber finalizado. Es más, en las últimas cuatro décadas la desigualdad territorial en España no ha dejado de aumentar. Y hay motivos para pensar que sólo estamos en el inicio de esta nueva dinámica. Además, las regiones “perdedoras” son las situadas por debajo del paralelo 40, la línea imaginaria que cruza la península de Oeste a Este por debajo de Madrid. La Comunitat Valenciana se encuentra, por tanto, entre ellas.
Antes de detallar la evidencia que apunta a esta conclusión, conviene destacar dos elementos que la enmarcan. Por un lado, el aumento de la desigualdad regional no es exclusivo de España. El repunte está presente en economías de nuestro entorno, como Francia, Italia o Gran Bretaña, pero también en países emergentes como China o India, cuyo crecimiento económico ha venido acompañado por la irrupción de grandes desequilibrios territoriales. Por otro, merece destacarse la relevancia que las instituciones o los medios internacionales otorgan a este hecho. Una buena prueba es que la Unión Europea (UE) destina más de un tercio de su presupuesto a políticas de cohesión; esto es, a combatir el aumento de la desigualdad territorial, o al menos, a tratar de matizarlo. Es igualmente ilustrativo que las victorias electorales de los partidarios del Brexit en el Reino Unido o de Donald Trump en Estados Unidos hayan sido interpretadas en medios como The Economist en clave territorial: zonas antaño prósperas como el Norte de Inglaterra o el corazón industrial de EEUU, que se hallan desde hace ya un tiempo en claro declive económico, han sido el granero de votos de uno y otro movimiento.