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¿En buenas manos?

Xavier Latorre

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¿Creen que estamos en buenas manos cuando resulta que han de ser los bomberos catalanes los que han de ir a apagar los fuegos prendidos en Cataluña por un incendiario, inquilino de la Moncloa, al que cuanto peor, mejor, o al revés? Los bomberos esta vez tuvieron, como metáfora, que proteger la integridad de abuelitas, que a la salida de misa de doce, se habían acercado al no colegio electoral a votar en la no urna en el no referéndum catalán.

El mundo al revés. Puede que incluso fuera un policía “antisistema” encapuchado el que pusiera silicona en el colegio dónde iba a votar Oriol Junqueras, el vicepresidente catalán. Luego, gracias a algunos tejemanejes de última hora, lo hizo tan pancho en otro sitio. La picaresca del pillo Piolín se mostró en Cataluña como un juego, en el que los más ingeniosos fueron las entidades soberanistas o como se llamen esas organizaciones tapaderas. Lo de cambiar de coche en un túnel para que el helicóptero de la policía persiguiera al edecán de Puigdemont en el coche oficial en vez de al propio president por las sinuosas carreteras de Girona es un truco que no conocía ni el mismísimo James Bond. Lo de pedir en un bazar chino urnas a precio irrisorio y que se las guarden en un pueblecito francés es de nota. Los conspiradores no utilizaban ni el whatshapp por si acaso les detectaban. Era como si un grupo de cristianos llevarán una custodia de plata de mano en mano a escondidas en plena dominación musulmana en el siglo IV.

Los catalanes ya tienen una nueva fiesta nacional: el Día de la Urna. Son, no hay por qué negarlo, gente muy viva. En un pequeño pueblo, todos a una, escondieron la urna en un nicho vacío del cementerio mientras simulaban una partida de dominó en el centro social próximo. Las maniobras de despiste fueron sagaces. En otro pueblo, unos vecinos derribaron un gigantesco pino en una carretera; la causa esgrimida fue un supuesto golpe de viento repentino, para frenar el avance de los antidisturbios de, en este caso, los denostados Mossos de Escuadra. En otros lugares las balas de paja, recogida con buenos “colps de falç”, servían de material de barricada en esta revuelta campesina. Votar aunque fuera de hurtadillas fue ese día el deporte predilecto de los catalanes. Evacuar niños y esconder urnas se convirtió en una gran gymkana popular, deslucida por los lamentables incidentes y numerosos heridos registrados en la jornada. Los organizadores, en plan sutil, sustituían urnas de pega con sobres vacíos en su interior para oponerse a la fuerza bruta de los atléticos agentes reclutados por media España.

Para que querrá, me pregunto, la vice Soraya Saénz de Santamaría tanto CESID para que finalmente unos aprendices burlen a esos espías en nómina que no consiguen pillar ni una sola urna antes de hora. Eso debe ser malversación de caudales públicos como poco. ¿Para qué paga el gobierno a los sociólogos del CIS? O esos profesionales de la demoscopia no se enteran de nada o sus informes sobre cómo evoluciona para mal el llamado conflicto catalán no se los lee nadie en la Moncloa. ¿Políticos manirrotos? Para hacer el ridículo al menos le hubieran podido alquilar las urnas de cristal, las de verdad, a Puigdemont y sacar un dinero extra con el que pagar las cuantiosas dietas de los policías desplazados hasta Cataluña al grito de oe, oe.

En Aiguaviva utilizaron gases lacrimógenos y, finalmente, no se llevaron nada. No me dirán que no es para llorar. Rajoy manda un gobierno de ineptos, de lo contrario no se entiende tanta torpeza. Y el día de la huelga general, o parada técnica ciudadana, o como le llamen estos señores independentistas, va y les pagan el día a los que la secundan. Así, con ese invento, también hago yo paro voluntariamente por cualquier remota reivindicación, y si lo desean cada día. Los catalanes se han mostrado más agudos que los lerdos que forman el gabinete de crisis de Mariano Rajoy. ¿Estamos, quizá, en manos de unos incompetentes? El día de la Urna a partir de ahora se celebrará cada año en las plazas “1 d’Octubre” de todas las localidades catalanas con gigantes y cabezudos, castellers y coblas sardanísticas. El presidente Rajoy, el empecinado, les ha instaurado una nueva Diada popular y festiva, por los siglos de los siglos.

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