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El caballo de Troya

Muchos años han pasado desde que el movimiento LGTB echó a andar en nuestro país. Parece que han pasado siglos desde aquella manifestación en las Ramblas de Barcelona de 1977. Desde aquellos tiempos hasta ahora se han producido importantes avances sociales que hasta hace poco tiempo parecían inverosímiles, pero también se han planteado nuevos retos que se deben hacer frente para que la igualdad real de las personas con una orientación sexual y/o identidad de género fuera de los márgenes de la heterosexualidad y del binarismo se convierta en algo más que un derecho recogido en un papel.

En definitiva, el movimiento LGTB corre el riesgo de morir de éxito si no hace frente a estos nuevos desafíos que se le plantean. Posiblemente, una de las mayores conquistas del colectivo ha sido que existan personajes en la derecha política abiertamente gays como Javier Maroto o Santi Vila aunque, desgraciadamente, ninguna mujer haya dado el mismo paso todavía. Se da el caso que también tenemos a otra derecha, de color naranja, que asume algunos postulados del colectivo y los reivindica en las instituciones. De hecho, incluso acuden a las manifestaciones del Orgullo que se celebran en toda España. Eso sí: no sin llevarse a cambio los abucheos de las personas asistentes.

Sin embargo, este avance supone un arma de doble filo que pone en riesgo la continuidad del propio movimiento. Es cierto que las conquistas sociales que se arrebatan al statu quo deben disfrutarlas todas las personas, sin exclusión y al margen de su ideología política. Es de celebrar que existan votantes del Partido Popular, o incluso dirigentes, como Javier Maroto que puedan casarse con la persona que quieran, sea hombre o mujer. A pesar de que esas personas se hayan opuesto al derecho que ahora disponen. En cambio, también es un síntoma. No es menos cierto que la derecha siempre actúa como un auténtico muro de contención de todas aquellas políticas que pueden afectar a sus propios intereses. Entonces, ¿el movimiento LGTB ha dejado de ser incómodo para el poder? ¿Ya no agitamos conciencias?

La lógica conservadora se ha adaptado a los nuevos tiempos. Como consecuencia de nuestra mayor visibilidad en la sociedad hemos dejado de estar en los márgenes políticos. De hecho, hasta los representantes de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Trans y Bisexuales (FELGTB) tuvieron una reunión con el Rey Felipe VI tras su coronación como nuevo Jefe del Estado. A día de hoy, generalmente no supone un problema social ser lesbiana, homosexual o bisexual siempre y cuando se cumplan con los roles de género establecidos por los que se ordena culturalmente nuestra sociedad. O no seas pobre. No pasa nada si te gustan los hombres si sigues siendo masculino o si te gustan las mujeres y mantienes tu feminidad. El problema surge cuando nuestra identidad transgrede esos roles y los pone en cuestión. Es decir, el nuevo conservadurismo de rostro amable ha vaciado de contenido político las categorías que definen al propio movimiento y los instrumentaliza a sus propios intereses. Para muestra, un botón: Albert Rivera y Ciudadanos se han envuelto en las banderas LGTB durante la manifestación de Colón contra el Gobierno de Pedro Sánchez para blanquearse de sus compañías de ultraderecha que los acompañaban en la marcha. Entra ellas estaba la bandera trans por la que los integrantes del grupo Hazte Oír –presentes en la misma manifestación- sacaron un autobús en contra del colectivo que representa esa bandera.

El portavoz de Élite Taxi, Tito Álvarez, se preguntaba por qué el Ministro de Interior, Marlaska, reprimía con dureza a los taxistas durante la huelga contra Cabify y Uber siendo él una persona homosexual. A pesar de las duras críticas hacia él, la cuestión que plantea Tito tiene más trasfondo de lo que puede parecer. Ya nos avisaba Paco Vidarte en su polémica “Ética Marica” de cierto conformismo dentro del movimiento LGTB que había permitido la entrada, como un caballo de Troya, de personas que se sienten cómodas con la actual organización política, económica y social de nuestro país. Es inaceptable que una persona que forma parte del colectivo LGTB utilice con los mismos medios con los que se reprimía a las personas LGTB.

Se puede conjugar ser un movimiento de masas con tener la voluntad de transformación social. Quizás la nueva ola de feminismos que está desbordando el panorama político nos sirva de ayuda para que el movimiento LGTB vuelva a molestar y sirva para cuestionar al actual modelo económico, político y social que también asfixia a las personas gays, lesbianas, bisexuales y transexuales. También sufrimos con las políticas de recortes. También nos desahucian y nos cortan la luz y el agua. También nos cuesta encontrar un empleo. También cobramos salarios de miseria y vivimos en la precariedad. Además, con mayor virulencia por ser quienes somos. Podemos cambiarlo.