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“Cartelistas”

Xavier Latorre

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“Cartelistas” no es un homenaje póstumo a Josep Renau, ni tampoco un reconocimiento a los actuales dibujantes valencianos, como el magnífico Paco Roca. El “cartelista” al que me refiero es, para hacernos una idea, un pillastre de guante blanco como los que formaban el consorcio de amigotes que se repartían la extinción aérea de incendios desde los cielos de Portugal, España y parte de Italia. Ese individuo, adicto al cártel, suele arramblar con un pedazo sustancioso del pastel presupuestario conchabándose con unos colegas que, solo en teoría, son competidores suyos; o sea que en el reservado de un restaurante, o vía mail, se ponen de acuerdo entre ellos para planificar cómo optar a unas contrataciones públicas para que todos se lleven algo del botín. Con ese proceder mafioso, los del cártel encarecían al máximo el coste del servicio y se garantizaban un suculento beneficio empresarial. Los dueños de las empresas de aviones inflaban los contratos y se llevaban de cacería a personajes como Serafín Castellano (exconseller, ex Delegado del Gobierno, ex portavoz parlamentario, ex…), un político versátil y curtido en múltiples trapisondas, enredos y, probablemente, con todo un rosario de concesiones discrecionales a sus espaldas. Ese sistema de estafa, y toda la basura vertida por las empresas públicas arruinadas, ha hecho renegar, al menos de palabra en ruedas de prensa, al PP valenciano de su propia genealogía y de sus siglas. ¡Hay que ver!

Otro ejemplo sublime. Ciegsa estaba sometida al derecho privado y así tener las manos libres para contratar a camaradas, para fijar sueldos de escándalo y para amañar encargos en el sector educativo. En suma era un pesebre ambulante del PP por donde filtraba a chorro, a modo de goteras, el dinero de todos a su antojo; un gran agujero negro que construía colegios más caros de lo normal y que lucraba a los fabricantes de barracones, que los vendían o alquilaban a la Generalitat a precios desorbitados. Con esos contenedores montaban escuelas interinas e impropias en descampados. El modus operandi era idéntico o similar al aplicado en otras esferas de la Administración. Los que avivaban esas prácticas actuaban al estilo de los hampones de la droga, aunque los nuestros traficaran con infraestructuras, subvenciones o servicios públicos.

Algunos yonquis del dinero de por aquí se han merendado cantidades ingentes de euros en residencias de la tercera edad, en obras públicas con sobrecostes pactados de antemano, en tratamiento de aguas putrefactas, en resonancias magnéticas, en subvenciones injustificadas a ONG ficticias, en megahospitales, en la recogida de basura –un clásico- y en polígonos industriales innecesarios y mal ubicados.

Los “cartelistas” han dictado su propia ley, han campado a sus anchas. Fijaban los precios de las concesiones, y si les fallaban los cálculos se les rescataba con dinero público. A eso le llaman eufemísticamente libre concurrencia. Los fieles del capitalismo puro deberían depurar a esos listos de la clase. Algunos padrinos ya están entre rejas. Nos hace falta una DEA a la valenciana que persiga sin descanso a esos camellos del dinero, a esos artífices de la extorsión generalizada, a esos cartelistas que han abierto un boquete antológico en las finanzas públicas valencianas. El cazador Serafín Castellano podría, ¿quién sabe?, acabar en la misma “jaula” que el recluso Rafael Blasco, todo un mago del pillaje. Allí no comerá perdices y no será, ¡vaya contratiempo!, muy feliz. ¡Menudos pájaros!

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