Durante décadas el sur se convirtió en el patio trasero de Valencia. Ya sea a la parte más este o la más oeste, la mayoría de infraestructuras pesadas se instalaron allí. Barrios como Natzaret o Sant Marcel·lí padecieron esa política de rodear a la periferia sur de viales, carreteras, zonas portuarias o de colocar el desvío del río Turía. A la desigualdad crónica entre el centro y la periferia, se añadió la geográfica entre la parte sur y la parte norte de la capital.
Castellar-Oliveral es el ejemplo paradigmático de ello. Combina esa doble condición de sureña y de situarse en las afueras. Incluso, es más acentuada al tratarse de una pedanía. Cercada por vías de comunicación, encierra parte de los clásicos problemas de las lugares alejados del centro: transporte deficiente, falta de equipamientos y un paro elevado. Aunque la barriada -así se consideran desde la Asociación de Vecinos- está alejada de los problemas sociales persistentes en otros barrios como Orriols o la Malva-rosa.
Asfixiado por las carreteras
Formado por dos poblados que se anexionaron en 1950, su origen se remonta a la alquería andalusí de Castelló de l'Albufera. Situado a pocos kilómetros de Valencia y a tocar del Parque de l'Albufera, empezó a formar parte de la ciudad en 1877, cuando Castellar y Oliveral fueron integrados como parte de la ciudad tras incluirlos en el distrito de Russafa. En 1981, Castellar-Oliveral se le asignó a la zona de Poblats del Sur. Actualmente tiene una superficie de 277 hectáreas y 7.082 habitantes.
La fecha que empezará a marcar el devenir de la pedanía será 1957. Ese año se produce la gran riada en Valencia. Ante la magnitud del desastre se proponen tres soluciones para evitar una catástrofe similar. La opción elegida por el franquismo es la más costosa y megalómana: excavar un nuevo cauce para el río desde Quart de Poblet hasta el norte de Pinedo, arrasando con la huerta periurbana de los alrededores. “Fue una experiencia muy traumática. Se expropiaron tierras y se realizaron detenciones que causaron muertos por infartos”, narra Empar Puchades, presidenta de la Asociación de Vecinos de Castellar-Oliveral.
El plan no solo llevaba consigo la instalación del nuevo lecho del Turía. Plagaba de infraestructuras la parte sur de la ciudad. Se construyó la pista de Silla que deparó que “muchos campesinos murieran atropellados”; se instalaron las vías del tren; y se ubicó Mercavalencia que “nos aisló mucho físicamente”, afirma Puchades. “El plan sur nos dejó completamente aislados, heridos”, complementa Salva Calatayud, de la asociación de vecinos.
“Somos una rotonda con huerta en medio”, critica Calatayud. Castellar- Oliveral está cercado por carreteras y autovías, la V-30, la V-31 y la CV-500. “No es solo que estamos aislados, sino que tenemos que convivir con el sonido del tráfico 24 horas al día”, denuncian los vecinos. Y por ello, proponen barreras anti-sonido, a poder ser naturales, para mitigar el ruido.
La amenaza de Barberá
Desde la ejecución del plan sur, Castellar-Oliveral resistió el frenesí del ladrillo sin que las excavadoras y las imágenes de derribos y expropiaciones se volvieran a producir. “Paramos el inicio de cuatro PAI”, recuerda Puchades. Pero en los últimos años de mandato de la exalcaldesa de Valencia, Rita Barberá, la revisión del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) amenazó con agredir de nuevo a la huerta, evocando la experiencia traumática de los vecinos de La Punta con la Zona de Actividades Logísticas (ZAL).
En 2010, el gobierno municipal del PP quiere impulsar una revisión del viejo PGOU de 1988. Y en esa modificación la creación de dos vías rápidas más y la construcción de un puente que serviría de nudo de conexión entre la V-30 y la pista de Silla. “Nos quedaríamos encajonados y totalmente aislados. Y con riesgo de inundaciones al estar rodeados de infraestructuras y a una altitud más baja que Valencia”, criticaron los vecinos. “Se agrede a la huerta, hay impacto acústico y medioambiental y se derriban cerca de 80 casas, algunas de ellas con centenares de años de historia”, censuraron.
El plan quedó relegado en un cajón por la indignación vecinal. Pero en 2015 renació con pequeños cambios. Barberá impulsó un nuevo PGOU que suponía teñir de cemento la poca huerta existente, con la sombra de la especulación planeando sobre el proyecto. Y de la huerta afectada, no se libraba Castellar-Oliveral. Tampoco gran parte de sus viviendas. Se proyectaba la ampliación futura de la V-30 y la V-31, y una reserva de suelo adyacente que comportaba derribos de casas. “Se preveía la recalificación de la huerta milenaria con sus alquerías centenarias para favorecer la expropiación del suelo”, afirma Puchades.
“Había planes contradictorios. En la ampliación futura de las vías rápidas se derribaba todo el Ribás [un poblado de Castellar-Oliveral] y en el trazado del tranvía afectaba a medio poblado”, asegura Calatayud. “El tranvía partía en dos el barrio y se situaba cerca de los centros educativos”, explica Puchades. Las protestas vecinales, la unión de todos los colectivos y el trabajo de Per l'Horta lograron tumbar un plan sentenciado por el tripartito de izquierdas que desalojó del poder a Barberá.
Resolver los problemas sin esperar a Ribó
Con la destrucción de la huerta paralizada no se acaban las reivindicaciones de los vecinos de Castellar-Oliveral. Como cualquier barrio periférico, su lista es extensa. “Cuando nos reunimos con el Ayuntamiento, nos mostraron como el anterior gobierno en sus documentos no contemplaban a Castellar-Oliveral. No lo nombraban”, desvela Puchades. “Es la prueba de nuestra invisibilidad y del olvido de las instituciones hacía nuestro pueblo-barrio”.
“Uno de los principales problemas es el transporte. No podemos tardar 45 minutos en ir al centro de Valencia”, se queja Josep Lluís Peris, director del Instituto la Ravatxol, convertido en un polo de dinamismo para el barrio junto con el histórico Teatro l'Horta. Para evitar esos problemas de comunicación, desde la asociación de vecinos se reivindica un bus lanzadera, mayores frecuencias de autobús y servicio nocturno. También la instalación y habilitación de Valenbisi, y la creación de un carril para bicicletas que voltee Castellar-Oliveral, enmarcado dentro del anillo verde ciclista que prometió el alcalde Joan Ribó (Compromís).
Asfaltar vías y calles como Aurora, mayor limpieza de los parques, instalación de una escuela infantil y darle vida al centro cívico -que tiene libros gracias a las aportaciones de los vecinos- son otras de las reivindicaciones concretas que se plantean. Para impulsar el empleo, se reclama un mayor apoyo a la huerta. Pese a contar con un paro cercano al 33%, “Castellar-Oliveral no tiene problemas sociales como pueden tener otros barrios de Valencia”, apuntan desde la asociación de vecinos.
Los vecinos no se limitan a reivindicar medidas para resolver los problemas del barrio. Con el apoyo de arquitectos como David Estal, han elaborado conjuntamente un plan de anticipación flexible. Es decir, una hoja de ruta para “empoderar a los vecinos y crear un relato que revele las oportunidades singulares Castellar-Oliveral”, afirma Estal. “Frente a la concepción del urbanismo dotacional, se propone una intervención de los vecinos para resolver problemas sin esperar a los poderes públicos”, explica.
Recuperar la huerta o poner en valor su posición de pre-parque de l'Albufera son algunos de los objetivos de esta hoja de ruta que pretende reivindicar las singularidades de un lugar que lucha contra la asfixia de las infraestructuras que lo rodean. Símbolo del maltrato padecido por la Valencia Sur.