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La gran belleza

Tere Cabello

Existe algo de La gran belleza que la aproxima a El año pasado en Marienbad (L´anné dernière à Marienbad, Alain Resnais, 1961), en especial, el pasaje acaecido en el Palacio Spada. Mas, sin duda, el gran homenajeado es Federico Fellini, pues el escritor que ha concebido Paolo Sorrentino se asemeja en exceso al Guido de Ocho y medio (Otto e mezzo, 1963): los constantes recuerdos de uno y otro, las dificultades de ambos para crear, o sus relaciones con el mundo que les rodea, son algunas de las reverberaciones existentes, pero no las únicas; no debiera obviarse la aparición reiterada del clero, los personajes extravagantes, las fiestas multitudinarias, y ciertas situaciones oníricas o esperpénticas. Si la escena del botox remite a Giulietta de los espíritus (Giulietta degli spiriti, 1965), determinados momentos evocan La Dolce Vita (1960), recordando al espectador que la crítica y retrato felliniano aún siguen vigentes.

Cínico, sibarita, esteta, noctámbulo y culmen de la elegancia, así se define Jep Gambardella (Toni Servillo), un flâneur y diletante al que ya nada parece sorprenderle: ni performers que golpean su cabeza hasta sangrar, ni parejas que gustan de exhibirse durante su cópula. Escritor de una sola novela –como Juan Rulfo−, Gambardella se excusa en una ausencia: la de la gran belleza, la única musa que supera a todas; la universal, inmutable y eterna; aquella belleza última y platónica que, de haber encontrado, hubiera sido el impulso creador necesario para una nueva obra.

Sin embargo, su vida se halla cercada por la belleza superficial, tanto la proporcionada por el lujo y las mujeres, como por el arte –un ejemplo es la aparición del templete de San Pietro in Montorio diseñado por Bramante o la galería de Borromini del ya citado Palacio Spada−. Mas la revelación arriba a sus 65 años y tras la muerte de algunos allegados, descubriendo, no sólo la cercanía de su propio fin, sino como Segismundo en su soliloquio, la vida como ficción, como viaje o falsa puesta en escena; anidando la gran belleza en los recuerdos de infancia y adolescencia, tras los juegos en un jardín paradisíaco o tras los besos junto al mar. De nuevo, Rosebud.

Existe algo de La gran belleza que la aproxima a El año pasado en Marienbad (L´anné dernière à Marienbad, Alain Resnais, 1961), en especial, el pasaje acaecido en el Palacio Spada. Mas, sin duda, el gran homenajeado es Federico Fellini, pues el escritor que ha concebido Paolo Sorrentino se asemeja en exceso al Guido de Ocho y medio (Otto e mezzo, 1963): los constantes recuerdos de uno y otro, las dificultades de ambos para crear, o sus relaciones con el mundo que les rodea, son algunas de las reverberaciones existentes, pero no las únicas; no debiera obviarse la aparición reiterada del clero, los personajes extravagantes, las fiestas multitudinarias, y ciertas situaciones oníricas o esperpénticas. Si la escena del botox remite a Giulietta de los espíritus (Giulietta degli spiriti, 1965), determinados momentos evocan La Dolce Vita (1960), recordando al espectador que la crítica y retrato felliniano aún siguen vigentes.

Cínico, sibarita, esteta, noctámbulo y culmen de la elegancia, así se define Jep Gambardella (Toni Servillo), un flâneur y diletante al que ya nada parece sorprenderle: ni performers que golpean su cabeza hasta sangrar, ni parejas que gustan de exhibirse durante su cópula. Escritor de una sola novela –como Juan Rulfo−, Gambardella se excusa en una ausencia: la de la gran belleza, la única musa que supera a todas; la universal, inmutable y eterna; aquella belleza última y platónica que, de haber encontrado, hubiera sido el impulso creador necesario para una nueva obra.