Las encuestas apuntan a un crecimiento de las corrientes antifeministas, especialmente en los varones, pese a que los datos evidencian que la violencia machista es una realidad. En España, casi cinco millones de mujeres con pareja han sufrido violencia de género; son una de cada tres. Un 18% ha sufrido violencia sexual y casi un 30% afirma haber sido víctima de acoso sexual en el trabajo. Pese a ello, según los estudios sociológicos como el último CIS, el 44% de los hombres cree que las políticas de igualdad han llegado demasiado lejos y que son los hombres discriminados. El 23% de los hombres jóvenes considera que la violencia de género “no existe o es un invento ideológico”, mientras que en 2019 solo lo creía un 12%. Los resultados electorales, que han dado a la ultraderecha la llave de varios gobiernos autonómicos, constatan esta percepción. Partidos como Vox, que han hecho del antifeminismo una de sus banderas, cosecharon tres millones de votos en las últimas elecciones generales.
El discurso negacionista de la violencia de género, aquel que habla de chiringuitos y políticas discriminatorias, no ha surgido por generación espontánea. Hay lobbies que lo alimentan, medios que lo difunden y un sistema de creencias que hace que cale con relativa facilidad. Así lo apunta el sociólogo Alexis Lara (Algemesí, 1989) en Negacionisme de gènere. Auge, expansió i mites de l'antifeminisme, editado por la Institució El Magnànim, un estudio sobre las corrientes y estructuras detrás del discurso que niega esta violencia.
A cada acción le sigue una reacción, es una de las leyes de la física que se aplica a las ciencias sociales. La violencia contra los movimientos de emancipación de las mujeres son una constante: hubo una reacción feroz contra las sufragistas, el nazismo dibujó al feminismo como una conspiración que quería destruir la fertilidad de las mujeres y luego vino el discurso neoliberal contra el Estado del Bienestar. En España, el franquismo dibujó un modelo ideal de mujer y a las díscolas las hizo encajar a la fuerza con instituciones como el Patronato de Protección a la Mujer, con la inestimable contribución de la Iglesia Católica, y ya en democracia, se sucedieron grandes protestas contra las leyes de igualdad promovidas a partir de 2004.
En España, sostiene el autor, el negacionismo está muy vinculado a la iglesia católica y la tradición franquista. Son entidades como Hazte Oír o los llamados espacios “provida” que organizan manifestaciones que califican al aborto como “cultura de la muerte”, sostenidas con fondos públicos; cinco de los colectivos antiabortistas más activos recibieron casi dos millones de euros de dinero público de 2014 a 2018. Estas organizaciones han ido tejiendo una red internacional negacionista, indica.
Otra de las características de los negacionistas es la deslegitimación de los estudios. “Un rasgo característico de los negacionistas es su antiintelectualismo”, apunta, en referencia a los ataques a las instituciones académicas y el profesorado, que consideran demasiado politizado: “Buscan deslegitimar las instituciones educativas y el pensamiento crítico”, escribe Lara, que señala: “La espiral de negacionismo busca mantener el statu quo”.
Para que este ideario cuaje se necesita un escenario previamente preparado. Y la crisis de representatividad actual, el cuestionamiento constante de las estructuras y la desafección política son el caldo de cultivo perfecto. El relato es más potente que los datos empíricos. Las narrativas antipolíticas, acientíficas y antiintelectuales son síntoma de un gran malestar social. Y ese malestar es canalizado para conseguir objetivos políticos, con herramientas como el populismo, muy eficaz en la difusión de los discursos antipolíticos. En esa mezcla, se ha producido un boom de teorías conspiranoicas, desde las vacunas hasta el cambio climático; hay gente que piensa que los discursos oficiales son una estafa, y en esa estafa enmarcan las políticas de igualdad.
Esta es la primera generación mayoritariamente insatisfecha con la democracia, sostiene Lara, apoyado en las encuestas. Los partidos y sus representantes son los ítems que menos confianza generan en barómetros como el CIS. Hay, en general, un malestar pululando entre la población, y una parte de ella la canaliza contra quienes se han rebelado ante un modelo injusto.
La “brocha gorda” de los medios de comunicación contribuye a la desafección, según Lara. “Bajo el paraguas de la crispación política o la polarización muchos medios se disfrazan de una aparente neutralidad que pone a todos [los políticos] en el mismo saco”, critica. Y además, para el sociólogo, su papel es relevante en otro aspecto: dar el mismo valor a la ciencia y a la opinión acientífica provoca el aumento de estas teorías.
La crisis de los medios de comunicación -en lo referente a las audiencias y la credibilidad- es similar a la de los partidos políticos, dice el autor. “El falso debate entre ciencia y opinión es lo que vivimos en sociedades hipermediatizadas”, denuncia. De nuevo, la falta de confianza aparece como el ambiente propicio para el auge de discursos conspiranoicos y negacionistas. La proliferación de fake news, tanto en medios como en redes sociales, ayuda a expandirlos como la gasolina al fuego.