Una diva no es sionista

La turra que han dado con la elección de Su Santidad —afortunadamente, han ganado los menos malos— se me antoja poca con lo que nos queda por aguantar con Eurovisión. Por lo visto, la participación en la cita de Melody (nombre artístico tras el que se esconde la cantante y compositora Melodía Ruiz) es un acontecimiento de primera magnitud. Así, a ojo de buen cubero, yo lo sitúo a la altura de cuando Dylan se presentó en el Newport Folk Festival con guitarra eléctrica. También podría ser que me esté quedando corto, pues con la intérprete de piezas del calado de El baile del gorila o De pata negra, el único límite es el infinito.
Por lo visto, si ya era buena la versión que sonó en el Benidorm Fest de Esa diva —título que la de Dos Hermanas defenderá el próximo sábado en Basilea—, la nueva podría marcar un antes y un después en la historia de la música al nivel del disco homónimo de Sugarhill Gang, piedra de toque del hip hop. Ojalá su actuación lleve la cultura española a cotas que se le niegan desde que María Isabel (la de Antes muerta que sencilla) alzó el Micrófono de Cristal que le acreditaba como digna vencedora de la edición de 2004 de Eurovisión Junior. Y si no gana —las casas de apuestas apuntan a un fracaso moderado— da igual, pues su vida es un jardín lleno de espinas y rosas, y siempre le quedará resurgir bailando, con más fuerza que un huracán.
Melody defenderá sobre el escenario su alegre composición, lo que no sé es si antes o después de que Yuval Raphael nos regale los oídos con New Day Will Arise. La israelí ha apostado por un tema que se burla a partes iguales de las víctimas del genocidio palestino y de los rehenes aún en poder de Hamás. Dudo que vayan a poder “bailar nuevamente”, como reza la letra, porque su propio Gobierno los está matando lentamente. El año pasado ya hubo problemas con la canción elegida (Hurricane, de Eden Golán) y, para salvar las vergüenzas de un concurso que aspira a hermanar culturas y tender puentes entre partidarios y detractores del exterminio palestino, se les obligó a modificar la letra. En esta ocasión, cuando, según la prosionista BBC, los muertos en Gaza superan los 50.000, ni siquiera se han molestado en pedir un mínimo retoque de maquillaje.
New Day Will Arise, la canción de Golán, se inspira en lo que ocurrió el 7 de octubre de 2023, una fecha tan arbitraria para contar la historia del conflicto entre Israel y Palestina como recordar el España-Malta de 1983 a partir del 6-1 de Maceda. No se trata de quitarle hierro a la masacre del festival Supernova, que se saldó con 370 israelíes asesinados (36 niños) y cientos de heridos (Yuval fue una de ellas), ni a lo que vino después (en total, 1.154 muertos, de los que 782 eran civiles). Pero tampoco se puede negar la manipulación y el uso propagandístico por parte de Tel Aviv de lo que, para unos, fue el mayor error de la historia del Mossad y, para otros, un ejemplo de 'laissez faire, laissez passer' para buscar una excusa con la que arrasar Gaza. Un suceso con demasiadas aristas como para quedarse con una sola versión, como puede apreciarse en el documental October 7, de Richard Sanders. Lo del próximo sábado será, simplemente, una dosis más de 'hasbará' con un fondo musical pegadizo.
El año pasado, lo de Israel ya dio bastante vergüencita. Patéticos los malabarismos de algunos para explicar que la lógica de expulsar a Rusia tras la invasión de Ucrania no se aplicase a un carnicería doce veces peor. Y, durante el concurso, la corte de Eden Golán se comportó con una chulería propia de la IDF, aunque sin matar a nadie, ni siquiera a un niño, desarmado. La guinda la puso el Ministerio de Asuntos Exteriores israelí, que reconoció haber invertido dinero en comprar votos. También se lo perdonaron. Ni hubo ni habrá sanción.
Los fallidos intentos para que la cantante de guardia de un gobierno asesino sea expulsada de Eurovisión demuestran hasta qué punto es lícito haber perdido la fe en la humanidad. Televisión Española —cuyos informativos llaman al genocidio “la guerra en Gaza”— ha pedido, no que se expulse a Yuval Raphael, sino que se abra el debate sobre una posible expulsión. Protesto, sí, pero poco. Tres países más se han sumado (Islandia, Irlanda y Eslovenia) de un total de 26 participantes. De nada ha servido. Ojalá algún día la francesa Delphine Ernotte (presidenta de la Unión Europea de Radiodifusión) se siente en el banquillo como cómplice del régimen de Netanyahu.
Poco consuelo son (aunque peor es nada) los más de 70 artistas que han participado en ediciones anteriores y han reclamado la expulsión de Israel. No conseguirán nada, pero tota pedra fa paret. Además, se agradece el tono de la misiva, sin el menor atisbo de recurrir a eufemismos: se niegan a que la cita “se utilice como herramienta para encubrir crímenes contra la humanidad” e insisten en exigir que la “la complicidad de la UER con el genocidio de Israel” se acabe de un puta vez. A este ritmo, lo único que podrá evitar que en 2026 se reproduzca este lamentable espectáculo es que la cadena israelí KAN sea privatizada (ya hay un proyecto de ley). Que esta misma semana hayan invadido Gaza para anexionarla, en cambio, no tendrá la menor repercusión.
De todo este problema, por supuesto Melody no es la culpable, pero tal y como está el patio en Gaza, tampoco se puede decir que sea la víctima. En 1967, Muhammad Ali se convirtió en el mejor deportista de la historia no por lo que ganó, sino por lo que perdió: al negarse a servir en Vietnam, le despojaron del título mundial de los pesos pesados. Hace mucho menos, en 2017, la ajedrecista Anna Muzychuk perdió otros dos títulos mundiales por negarse a ir a jugar en Arabia Saudí.
Si para Melody, la fama no es su grandeza, la igualdad es su bandera, es valiente, poderosa, y su vida es un jardín lleno de espinas y rosas, podría, simplemente, negarse a ir a cantar una canción que, dicho sea de paso, es un truño. Luego, tras demostrar que si algo le sobra es dignidad, ya resurgirá bailando con más fuerza que un huracán. Lo demás —va por ella, por todos los que participen en ese aquelarre, y los que lo vean— es ser cómplice de un genocidio. Podría elegir pasar a la historia, que su voz se hiciera de verdad grande, pero ha preferido quedar diezyalgo, en el mejor de los casos, en Eurovisión.
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