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L’Aplec, o cómo reunirse y compartir la comida

Muchos turistas extranjeros comparten una extraña fascinación por las tapas, como si servida en pequeñas raciones la comida se transmutase en un manjar de dioses, como si aquella paella empastrada del mediodía fuese el súmmum de la gastronomía sólo por el hecho de ser servida junto a una cerveza. Obviamente hay buenas tapas, pero lo que importa no es el tamaño, que dirían algunos, sino cuánto nos hace disfrutar el plato.

Evito desde ya el debate sobre qué son o qué no son las tapas / raciones / medias raciones / servir cosas en platitos de café. Lo que me interesa es una cosa: que se comparte. Que se sirven al centro muchas cosas, y que vamos probando, una tras otra, luchando por conseguir el mejor bocado y relegando lo que no nos entusiasma. Valencia, a pesar de la cultura de compartir en la comida (la paella sin emplatar, por favor) no es un sitio de muchas tapas y raciones genuinas. Nótese lo de genuinas, porque imposturas, franquicias y decorados de cartón piedra tenemos un rato.

L’Aplec se escapa de todo eso. Situado en una calle gastronómicamente muy interesante (otro día tocará hablar de la Cuina d’Enric, entre otros), ocupa el sitio de lo que era SusanWich, la sandwichería que intentaba hacerle sombra al éxito de Rodilla con un producto infinitamente mejor, pero que desapareció cuando se acabó la burbuja del sándwich en Valencia. L’Aplec tomó el relevo hace unos años, y desde entonces se ha convertido en una magnífica opción para ir de... ¿tapas? ¿raciones? Da igual: lo que importa es que se come bien.

Las mejores alcachofas fritas de Valencia están ahí. También una burrata maravillosa que acompañan, incluso en invierno, con un tomate del Perelló excepcional. Pescaditos fritos, buenas bravas, contundentes berenjenas rellenas, caracoles, fantástica titaina y mejor aún les faves al tombet. Por resumir: apetece todo lo que veamos una barra a rebosar de hortalizas y posibilidades, y también de unos postres a los que sí o sí acabaremos haciendo un hueco. Por supuesto, también podemos comer de forma más clásica (hay arroces) y olvidarnos de los equilibrios y los tratados de gastropolítica que rigen las guerras de tenedores. De cualquier forma, comeremos (y beberemos) bien. El servicio es amable y entusiasta.

Y uno al final no puede sino recomendar (para eso estamos aquí) esos sitios en los que se come bien y punto, en los que pedir muchos platos de tamaño pequeño (¡o no tan pequeño!) no implica comer mal, no es una moda, no es un decorado a lo Bienvenido Mr. Marshall: es una forma honesta y muy propia de ofrecer una cocina de producto pensada para el disfrute y la conversación.

L' Aplec

Calle Roteros, 9

Valencia

Muchos turistas extranjeros comparten una extraña fascinación por las tapas, como si servida en pequeñas raciones la comida se transmutase en un manjar de dioses, como si aquella paella empastrada del mediodía fuese el súmmum de la gastronomía sólo por el hecho de ser servida junto a una cerveza. Obviamente hay buenas tapas, pero lo que importa no es el tamaño, que dirían algunos, sino cuánto nos hace disfrutar el plato.

Evito desde ya el debate sobre qué son o qué no son las tapas / raciones / medias raciones / servir cosas en platitos de café. Lo que me interesa es una cosa: que se comparte. Que se sirven al centro muchas cosas, y que vamos probando, una tras otra, luchando por conseguir el mejor bocado y relegando lo que no nos entusiasma. Valencia, a pesar de la cultura de compartir en la comida (la paella sin emplatar, por favor) no es un sitio de muchas tapas y raciones genuinas. Nótese lo de genuinas, porque imposturas, franquicias y decorados de cartón piedra tenemos un rato.