Editar, enseñar, contribuir
Hace unas semanas, unos buenos amigos me acogieron en su casa, con motivo de un viaje a Barcelona. Su hijo, de cuatro años recién cumplidos, me preguntó en qué trabajaba. Como su madre es escritora, le costó un poco entender la diferencia entre escribir libros y editarlos, pero pronto lo tuvo claro y, entonces, replicó: «¿Por qué haces libros?», me dijo. Era, me parece, una pregunta madura e inesperada, que me dejó paralizado, por lo que el niño insistió: «¿Por qué haces libros?».
Por escaquearme y, al mismo tiempo, no ser deshonesto, le dije que lo hago porque me gusta. En efecto, tengo la suerte de que el mío es un trabajo agradecido, en el que puedo leer, escribir y tratar con gente que tiene intereses e inquietudes similares. No le expliqué que a menudo es un trabajo estresante, en el que te sientes frustrado ante las dificultades de todo tipo con que te encuentras, por mucho que, al final, siempre te sientas recompensado, de una u otra manera. Tampoco le dije que tengo otro trabajo, que también me hace sentir afortunado. Le podría haber explicado que soy maestro, que doy clases a personas que estudian en la facultad, que les hablo de literatura y de lengua, y que esta experiencia también me gusta mucho.
Afirmar que editar y enseñar me gusta (¡qué palabras tan altisonantes!) es verdad, pero podríamos ir más lejos. Son actividades relacionadas, ligadas por una pasión y, al mismo tiempo, por un convencimiento: se trata de formas de contribuir. Contribuir al por mayor, si queréis, ni que sea un «aumento de haber», como sugirió hace muchos años el gran poeta Pedro Salinas, y por el camino intentar aportar algo de valor. Un valor que tiene que ver con el poder de la palabra, con la confianza en la capacidad del lenguaje humano –la manifestación más profunda de nuestra condición– para vencer la tentación de la violencia, de la dominación, del pensamiento único. Contribuir, pues, a un mundo que esperamos más justo, más respetuoso, más libre. Contribuir desde el libro que edito, desde la clase que imparto. Y contribuir desde el diálogo que eso genera, con el lector o el alumno, con todas las personas que participan de la edición o de la docencia. Contribuir y compartir, desde la certeza que hay que intentarlo, desde la esperanza que probablemente tendrá algún sentido y alguna utilidad, desde el disfrute de hacerlo, aunque sea inútil o no tenga sentido.
El niño me dijo que le hiciera un libro sobre el zoo. Estoy en deuda.
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