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Se acaba la munición, Alberto

El líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo (d), en su escaño este miércoles en el Congreso.

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Los celos de Vox por el éxito europeo de Se Acabó la Fiesta, sumando al estilo “Aguántame-el-cubata-que-voy” de hacer política de Santiago Abascal, han liberado a mi buen amigo Alberto Núñez Feijóo de la penitencia de los estrepitosos gobiernos de coalición en cinco autonomías con una extrema derecha que ponía todo el ruido mientras los populares ponían la gestión y, además, buena cara. Ya puede correr toda la banda hasta el centro mientras los arruina fiestas y los fieles más fieles de Abascal se pelean por los restos de unos cuadros y un electorado que, como las polillas, tienden a sentirse atraídos por la luz; y no hay luz más refulgente que la inminencia del poder.

Ahora que llega el reposo veraniego, cuando estamos todos enfrascados en visitas culturales, siestas en la playa o fiestas gastronómicas y el único ruido que nos apetece proviene, o de los autos de choque, o la orquesta, parece el momento ideal para dejar de abonarse a la escandalera diaria y ponerse a hacer oposición en serio; como se hace en la política para adultos que reclama nuestro buen amigo Mariano Rajoy.

Hay muchas razones para madurar ese cambio. La primera es que se ha renovado el CGPJ y no se ha caído el mundo; sólo la nube de Microsoft y ni siquiera por culpa de ese acuerdo. Hasta Isabel Díaz Ayuso ha tenido que salir a dejar claro que ella también estaba contenta y suponía una gran victoria del líder Feijóo. A lo mejor si se acuerda otra vez otra cosa tampoco pasa nada, a todo el mundo le parece bien, la imagen de estadista de Feijóo sale reforzada y las instituciones democráticas se quitan de encima un poco de estrés y pueden respirar tranquilas unos minutos.

Una segunda causa puede residir en que, mientras vayamos a drama diario porque el gobierno ceda al chantaje nacionalista por la mañana y España se rompa por la tarde, no parece factible acercarse a los nacionalistas catalanes y vascos con quien se pactaba en los buenos tiempos. Sin ellos, al menos de momento, llegar a la Moncloa es una utopía porque los números ni dan, ni darán.

El tercer motivo proviene de una evidencia: se acaba la munición. Las comisiones de investigación que iban a destapar todo el fango sanchista han degenerado en un serial que no le interesa a casi nadie porque la trama no da para más. La ridícula comisión de investigación del Senado sobre el CIS acabará peor porque el guion resulta completamente inverosímil y grosero. El Tribunal Constitucional sitúa el caso ERE en su sitio, recordándole al Tribunal Supremo lo obvio: no es delito aprobar una ley o modificar un anteproyecto pues “nadie puede ser condenado o sancionado por acciones u omisiones que en el momento de producirse no constituyan delito, falta o infracción administrativa, según la legislación vigente en aquel momento (artículo 25.1 CE). Lo de Catalunya parece que se puede arreglar sin otras elecciones. Los socios de gobierno ya han aguantado seis veces más que las coaliciones entre el PP y Vox… Quitas el gesto de Carvajal -cuñado cabreado en una boda obcecado en dejar claro que está cabreado- y queda poca cosa para mantener tanto fuego a discreción. Apenas quedan la instrucción prospectiva del juez Peinado y la plaza del hermano de Pedro Sánchez en la Diputación de Badajoz; los nuevos Watergate del siglo XXI. 

En la investigación sobre Begoña Gómez ya nadie sabe muy bien quién denunció qué, o en base a qué, o qué se está investigando exactamente porque cada día tiene su afán y la imaginación del juez es el límite. Lo único claro es que ya acumula dos informes de la UCO negando existencia de irregularidades o delitos. En las pesquisas sobre David Sánchez ya están buscando en correos del año 2016 a ver qué encuentran, pero han tenido que volcarlos dos veces por un fallo informático. Lo único seguro hoy es que no tener despacho, de momento, no constituye delito.

Puede que ambos asuntos acaben tumbando a Sánchez porque, en España, la innovación política es un sello de calidad. Pero poca munición parece para acabar con la vida política del “peor presidente de la democracia española” (fin de la cita). Hacen falta balas de plata, no de plástico, Alberto.

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