Los traumas y las crisis globales, cada vez más aceleradas, aumentan la brecha percibida entre los ciudadanos respecto a las instituciones y quienes las ocupan. Políticos, gestores de lo público, académicos o expertos son percibidos como parte de una élite que se distancia del mundo real. La polarización se extiende como un clima, pero tiene una parte tangible: la brecha entre quienes pueden permitirse una vida digna y quienes se quedan colgados. En este espacio surgen los populismos, las respuestas radicales o las opciones tecnocráticas, que en aras de la ortodoxia económica y el conocimiento académico se alejan del concepto de bien común. El futuro de las democracias se plantea como un espacio para la investigación, reflexión y difusión de procesos y mecanismos de participación ciudadana hasta el análisis de las causas y consecuencias de la fatiga democrática y la respuesta de lo público.
Atenea, una red de investigadoras para avanzar hacia una tecnología humanista y con perspectiva de género
Que una democracia no se sostiene sin paridad en los espacios de poder y representación es uno de los consensos que la teoría feminista ha introducido en el espacio público. Pero, a medida que estos espacios se transforman y aparecen unos nuevos, el consenso teórico se desdibuja al pasar a la práctica. En los campos atravesados por la tecnología, o en aquellos que ya son puramente virtuales; es decir, en los nuevos espacios públicos, los sesgos de género y la discriminación a la diversidad vuelven a reproducirse como si se reiniciara un círculo.
La escasa presencia de las mujeres en las carreras tecnológicas es una denuncia constante de los colectivos de investigadoras, no solo por cuestiones que afianzan estereotipos, sino porque alejar a las mujeres de espacios que ya son decisivos supone una nueva forma de apartarlas de los espacios en los que se toman decisiones, una exclusión moderna. Dicho de otra manera: sin mujeres en el diseño de las nuevas estructuras, estas son más proclives a reproducir los sesgos. Si el algoritmo lo diseña un hombre occidental de clase media, probablemente el algoritmo opere con esta mirada. Lo mismo sucede con las etnias, con la diversidad funcional o la clase social; una mayor diversidad en los equipos es una vacuna que minimiza las posibilidades discriminatorias. La suma de las miradas amplía la mirada global.
Con el objetivo de incorporar a mujeres a las carreras tecnológicas y crear una red de colaboración y difusión del conocimiento nació el programa Atenea en la Universitat Politécnica de València. Liderado por la catedrática Nuria Lloret, es un espacio de encuentro y colaboración para y entre mujeres de las siete artes y de las ramas STEM (Ciencias, Tecnología, Ingeniería, Matemáticas) de carácter transversal, interdisciplinar y colaborativo.
Atenea comenzó mapeando las profesionales de estas ramas en activo, creando una especie de agenda para que pudieran intercambiar trabajos. Pronto sus profesionales vieron un descenso de la presencia femenina en las ramas vinculadas a la tecnología, que atribuyen especialmente a una cuestión vocacional, con caminos que empiezan a dividirse desde la educación primaria. Cuando comenzaron a realizar congresos, constataron la inseguridad de muchas mujeres en las ramas cientificotécnicas, por lo que comenzaron también un programa de mentorías. En sus cinco congresos han tratado de vincular la vocación con cuestiones de actualidad, como las tecnologías digitales apoyadas en la sostenibilidad, el upcycling, los NFT, y, en esta ocasión, el papel creativo en el metaverso.
“Si las mujeres no nos involucramos en la tecnología, dejamos vía libre a los sesgos de género y a los prejuicios”, apunta Lloret en conversación con elDiario.es. La catedrática en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Informática aboga por abordar las cuestiones éticas que acompañan a la tecnología, por mantener presente una visión humanista en las herramientas que gestionan el presente y dibujan el futuro. “Es fundamental que el humanismo digital exista, recalcar que la tecnología está a servicio de las personas”, insiste
Lloret trabaja en un grupo de investigación sobre la inmersividad en red desde la perspectiva de la diversidad. “Está todo tan estereotipado en lo analógico que también es en lo digital”, expone, describiendo los avatares hipersexualizados o los sesgos algorítmicos. “Todo se diseña desde un punto de vista heteropatriarcal: son hombres los que diseñan y desarrollan. Pero si el metaverso es algo de todo el mundo, la personalidad digital tiene que ser diversa”, señala.
Los sesgos, apunta, se reproducen en todas las ramas. “Los algoritmos están desarrollados por personas, pero la Inteligencia Artificial también está dirigida. Si no tenemos gente que esté pensando en diversidad, se reproduce la discriminación”, indica. La cuestión de la identidad digital está poco trabajada en general, reflexiona Lloret, que aboga por intensificar los estudios. “Las redes son una identidad digital, enseñas lo que quieras enseñar. La privacidad es una cuestión importante, pero hay que ver qué derechos y obligaciones tenemos, qué repercusión tiene el acoso”
Las dinámicas se repiten porque en el universo digital la cuota de poder sigue siendo masculina. “Quienes lideran son los mismos, cuesta perder la parte de poder. Son grandes corporaciones, lideradas por hombres. Solo con equipos diversos consigues no reproducir esas dinámicas. Pero para tener equipos diversos, tienes que tener gente formada”, señala, recalcando la importancia de la formación.
Que una democracia no se sostiene sin paridad en los espacios de poder y representación es uno de los consensos que la teoría feminista ha introducido en el espacio público. Pero, a medida que estos espacios se transforman y aparecen unos nuevos, el consenso teórico se desdibuja al pasar a la práctica. En los campos atravesados por la tecnología, o en aquellos que ya son puramente virtuales; es decir, en los nuevos espacios públicos, los sesgos de género y la discriminación a la diversidad vuelven a reproducirse como si se reiniciara un círculo.
La escasa presencia de las mujeres en las carreras tecnológicas es una denuncia constante de los colectivos de investigadoras, no solo por cuestiones que afianzan estereotipos, sino porque alejar a las mujeres de espacios que ya son decisivos supone una nueva forma de apartarlas de los espacios en los que se toman decisiones, una exclusión moderna. Dicho de otra manera: sin mujeres en el diseño de las nuevas estructuras, estas son más proclives a reproducir los sesgos. Si el algoritmo lo diseña un hombre occidental de clase media, probablemente el algoritmo opere con esta mirada. Lo mismo sucede con las etnias, con la diversidad funcional o la clase social; una mayor diversidad en los equipos es una vacuna que minimiza las posibilidades discriminatorias. La suma de las miradas amplía la mirada global.