En Chiva (València) existe una red subterránea de túneles y refugios construidos tras un bombardeo franquista en plena Guerra Civil. Hoy, los que quedan sin tapiar, se usan como bodegas, para plantar champiñones o incluso para albergar animales. “La gente mayor siempre ha sabido que estaban ahí, la gente de generaciones posteriores normalmente no es consciente de lo que hay y sobretodo de la cantidad”, afirma Guzmán Llorens Blay, autor de El bombardeo de Chiva. Ecos de un drama (NPQ Editores, 2019).
Llorens, docente e investigador de la historia local de Chiva, lleva una década recabando testimonios orales y documentación de archivos sobre el bombardeo que sufrió la localidad el 3 de diciembre de 1938 y que dejó, al menos, seis fallecidos y cuatro heridos. Uno de los vecinos entrevistados, Francisco Alarcón, recordaba la escena del bombardeo, que le pilló en el campo: “¡Que son pavas [bombarderos], vámonos!, con que salimos corriendo y enseguida '¡ta-ta-ta-ta-ta!', la señal”. Los aviones de la Legión Cóndor descargaron las bombas sobre este pueblo de la provincia de València, capital comarcal de la Hoya de Buñol.
El ataque aéreo conmocionó a la población aunque “el principal objetivo estaba fuera del núcleo urbano y no hubo la cantidad de víctimas que causaron otros bombardeos”, explica el autor a este diario. Chiva albergaba en su término municipal el aeródromo de La Señera, construido en el otoño de 1936.
El objetivo militar tenía dos pistas y ante la falta de hangares, los aviones y depósitos de combustible del ejército republicano “se camuflaban bajo árboles, dejando a la vista otros falsos (hinchables) a modo de señuelo para engañar a los atacantes en caso de bombardeo”, cuenta el libro.
El hijo mediano del presidente de la República, Rómulo Negrín, era uno de los aviadores de este aeródromo. En Chiva, además, estaba desde principios de 1938 la base de la 116 Brigada Mixta republicana y, más tarde, se instalaron algunas estructuras del XXII Cuerpo del Ejército.
Otro de los objetivos de los bombardeos fue la fábrica de cementos Raff, donde también había una fábrica de material de guerra, y que era “importantísima por abastecer tanto a la ciudad de Madrid para la construcción de refugios como a todo el frente de Levante para su fortificación”, escribe Guzmán Llorens.
Otros posibles objetivos militares fueron, entre otros, el puente de la carretera de Madrid, los polvorines y los depósitos de armamento, la estación, la línea férrea y el chalet que alojaba al ministro Julio Álvarez del Vayo. El bombardeo de aquel 3 de diciembre de 1938 pilló desprevenidos a los vecinos de la tranquila localidad valenciana y como pudieron se pusieron a salvo en casas o en refugios.
Los aviadores del bando franquista “entablaron lucha con sus homólogos republicanos en el mismo cielo de Chiva, sucediéndose unas disputas que en pocos minutos sembraron el suelo de balas”. Un piloto alemán, el brigada Walter Märtz, pudo saltar en paracaídas pero fue capturado en Cheste, una localidad cercana. Märtz, según la investigación de Guzmán Llorens, “llevaba sólo tres meses en España” y ya había sufrido “tres derribos en combate”.
“Es imposible hoy en día precisar el número exacto de muertos y heridos”, advierte el autor del libro, quien ha podido confirmar el fallecimiento de seis vecinos de Chiva e identificar a cuatro heridos. Así, el investigador concluye que “los atacantes no tenían como prioridad hacer de Chiva un Guernica castigando severamente a la masa popular”.
Los testimonios orales que ha acumulado Guzmán Llorens durante una década le han permitido rellenar los huecos que los archivos que ha consultado han dejado en su investigación. “Muchos de los testimonios ya no viven, hay hijos y sobrinos de gente que murió ese día”, precisa el divulgador, que también ha consultado el Archivo Histórico del Ejército del Aire en Villaviciosa de Odón, el Archivo General Militar de Ávila o el Archivo Municipal de Chiva. “Los vecinos recibieron ataque con mucha sorpresa, incredulidad y miedo”, apostilla.
La construcción de refugios en Chiva se aceleró drásticamente tras el bombardeo y también se estableció un mecanismo de alerta ante nuevos bombardeos. Se construyeron al menos 33 nuevos refugios, “quedando el pueblo entretejido por una auténtica red de madrigueras en muy poco tiempo”. El autor del libro ha documentado los refugios y sus variadas características (públicos o privados, con una o varias bocas, subterráneos o excavados en un desnivel).
Muchos de estos refugios, auténticos vestigios patrimoniales de la Guerra Civil, están hoy en día tapiados o se usan como almacenes, trasteros o bodegas. “Hay algunos refugios abiertos y que se pueden visitar”, dice Guzmán Llorens.