España se está haciendo cada día más retrógrada y racista a la par que moderna y tolerante. Podemos ver expresiones del más rancio fascismo trasnochado en frases escritas en periódicos o en las conversaciones a pie de calle, y al lado, casi rozándose, manifestaciones multitudinarias antitaurinas o a favor de los refugiados sirios. La sociedad se ha polarizado, cada uno expresas sus opiniones intentando imponerselas a los demás sin ninguna censura.
En esta polarización de la población española, los odios han sido los grandes ganadores: odios raciales, de género u homófobos. Procuramos decir que en España hay ciertas mentalidades que se han superado, que el pensamiento neandertal ha dado paso a una visión más natural de las cosas, y que el humanismo en la vieja Europa ha conquistado a las hostilidades. Pero pese a ello, llamar a una persona maricón es una constante en determinados contextos. Se le insulta de esa forma para tildar a alguien de cobarde, de miedoso, de poco hombre.
Se sigue señalando a los homosexuales y lesbianas con el dedo inquisidor de la supremacía sexual. El número de agresiones física, porque si contáramos las verbales no habría aquí texto suficiente, están creciendo como la espuma en algunos lados de la mal llamada piel de toro.¿Por qué se recrudecen las agresiones y crece el número de denuncias de violencia contra el colectivo LGTB?, quizás la gente definitivamente ha dejado de sentir miedo y han optado por denunciar cualquier tipo de abuso, o tal vez es que no hemos sabido educar al pueblo en la igualdad entre todos, y la no discriminación. Las agresiones por odio contra el colectivo LGTB español son un hecho, en Madrid la violencia verbal y física no se hicieron esperar en este 2016. La igualdad real está muy lejos de ser conseguida, pese a que durante años la sociedad vivió esa igualdad como algo que ya habíamos logrado con el matrimonio entre personas del mismo sexo, una burbuja de la que también comenzamos a salir, en la realidad, en la tangible, en esa de no mirar a nadie como un bicho raro por su orientación sexual, la igualdad era y es una quimera.
La homofobia está presente en la calle, en los medios de comunicación, en la escuela y en el mundo laboral. Un hombre o mujer besándose en público con alguien de su mismo sexo, sigue estando mal visto por un número importante de personas, los gestos de cariño en presencia de otros sólo están bien visto y no son repudiados cuando son personas de sexos opuestos los que lo hacen. ¿Cómo nos podemos extrañar de ese comportamiento marcadamente añejo en un país donde mucha gente todavía mira mal cuando una madre da el pecho a su hijo sentada en un banco de la calle?. Todavía no se ha llegado a la igualdad por varios motivos, y es que necesitamos mejor educación sexual. Un colegio o instituto donde se impartan talleres para la educación sexual, para la prevención de embarazos no deseados y para comprender las diversidad de orientaciones sexuales.
Una televisión que visibilice el colectivo LGTB sin estereotipos manidos y comerciales, que abogue por un contenido realista, con los problemas de las personas que sufren la marginación y desprecio de muchas personas, y que no sean expuestos como seres ajenos a la sociedad, como habitantes de marte o endiosados personajes frívolos. El odio al homosexual o al transexual no es nuevo, en realidad obedece a un miedo visceral a lo desconocido, a los que quieren romper el statu quo imperante, el miedo es lo que une de forma gregaria a los violentos para agredir a personas con orientaciones sexual diferentes. Ese miedo que tienen les llega por diferentes canales, como la religión o la ideología apolillada de otros tiempos que siempre renace en momentos de confusión y falta de esperanzas. El miedo se inyecta al ver a los homosexuales como enemigos de la moral, de esa moral blanca, cristiana y patriota que sólo pueden poseer los más dignos herederos de la tradición.¿Cómo combatir ese miedo, ese temor furioso y descorazonador?.¿Por qué esa gente de actitud intolerante, homófoba y racista aceptan a homosexuales con posibles, personajes ilustres del colorín o las finanzas?.
En todo esto hay un componente clasista, un poso crematístico y de imagen, clasistas que escupe a los gays que salen a patadas de una discoteca pero aplauden al que aparece en televisión hablando de sus amoríos. Un clasismo que demuestra que el chapero importa una mierda a la televisión, a menos que esté drogado y cuente mil cosas a cámara sin cobrar por ello. Que no investiga su vida para ofrecer al respetable un perfil más humano, cargado con su historia personal. La normalización de los gays es una asignatura pendiente, podrán algunos decir que en otras latitudes el problema es mayor, y no les resto razón, pero no por ello no vamos a trabajar para reducir la agresiones a cero y la desigualdad a menos 0. Un amigo homosexual tenía una pareja en su pueblo, pero recuerdo todavía como nos contaba que no podía decir nada en el trabajo para que no lo despidieran. Su trabajo era ser profesor en un colegio de curas.
Siempre me provocó lástima ver que la normalidad que manifiestan las parejas heterosexuales, con besos por la calle, sonrisas y complicidad, no pudiera ser la misma en una pareja homosexual. Lo duro que tenía que ser tener siempre una mirada esquiva sobre ellos, la paranoia del que muchas veces ha sido víctima de las burlas o las risas en su vida y que tiene miedo, un miedo adherido a su subconsciente que le hace imposible vivir como los demás, como el resto de mortales a su alrededor.