La prueba definitiva de que la Navidad ablanda los corazones es que hasta el PP ha encontrado un hueco estos días para preocuparse por los problemas sociales. Pero no por cualquier problemilla de poca monta como la precariedad, la pobreza o las desigualdades. Esos no son más que excusas improvisadas por perroflautas para malmeter contra las acertadas recetas económicas que dios nos manda, como pedagógicamente diría nuestro presidente Rajoy. No, los populares no son amigos de andarse por las ramas y puestos a señalar problemas sociales prefieren ir a lo fundamental. A la madre de todos los problemas, vamos. Y esa no es otra que el envejecimiento de la población.
Así que ahí los tenemos, convocando contrarreloj think tanks para encontrar alguna solución a tan peliagudo contratiempo. Por lo pronto, como adelantaba estos días Javier Maroto, este preocupante envejecimiento será el principal asunto social que abordarán en su congreso nacional de febrero. Aunque habría que matizar un poco estos temores. Porque, en realidad, el envejecimiento no es lo que más inquieta a los populares. De hecho, si tenemos presente que la mayoría de sus votantes tiene más de 60 años, la lógica nos llevaría a pensar que con una sociedad envejecida sería una Jauja electoral para PP. Pensemos, por ejemplo, que si Matusalén -que según la Biblia llegó a los 969 años- estuviera empadronado, pongamos por caso, en Calahorra, podría votar a Rajoy en más 235 elecciones. Pero no es tan fácil. No porque el santo varón no esté empadronado en Calahorra, sino porque, según estudios del Albert Einstein Collage of Medicine de Nueva York, los humanos tienen complicado superar la barrera vital de los 125 años. Vamos, que lo de Matusalén solo fue un capricho de dios, tan inexplicable como sus recetas económicas.
Y ahí está el quid de la cuestión que tanto preocupa en la calle Génova: la impertinente inclinación que tienen los humanos, incluyendo en esta categoría a los votantes del PP, por morirse. Así, lo que podría ser el panorama idílico para los conservadores españoles, amenaza con convertirse en su peor pesadilla si dentro de unas décadas resulta que la Santa Muerte les deja sin electores fieles. Es comprensible pues la alarma desatada en las filas populares. Y aunque por el momento Maroto no ha adelantado posibles alternativas, conociendo el tesón de los populares por ir a la raíz de los problemas, suponemos que todas las opciones barajadas partirán de la única premisa posible: conquistar la inmortalidad. ¿Cómo? Eso ya es otro cantar.
Algunos sectores del partido parecen inclinarse por la vía del constitucional. Se trataría de incluir la inmortalidad en esa posible reforma de la Constitución de la que tanto se habla. La muerte quedaría así tan proscrita de este país como el referéndum de Cataluña. Y si La Parca osara desacatar la Carta Magna y aparecer por estas tierras podría ser procesada por el Tribunal Superior de Justicia con la misma saña constitucionalista que Carmen Forcadell. Además, esta opción tendría la ventaja añadida de favorecer el diálogo parlamentario con los socialistas, que tampoco andan muy sobrados de votantes longevos. Se resucitaría así el espíritu de consenso del artículo 135.
Sin embargo, la prudencia reclamada por Rajoy y Soraya Sáez de Santamaría a la hora de abordar cambios constitucionales, despierta algunas dudas sobre el futuro de esta vía para instaurar la inmortalidad. Por eso, otros sectores del PP se mostrarían más esperanzados con los augurios de José Luis Cordeiro. Este investigador de la Singularity University, el centro impulsado desde Silicon Valley por gigantes como Google, está convencido de que en el 2045 la inmortalidad será opcional. Y todo gracias a los avances de la inteligencia artificial, que dentro de poco estará en condiciones de superar a la inteligencia humana y desarrollarse de forma autónoma con potencialidades, a su juicio, inimaginables. Aunque el optimismo visionario de Cordeiro resulta atractivo para la derecha española, tampoco faltan voces escépticas dados los reparos históricos de los conservadores españoles frente a la inteligencia, por muy artificial que se presente.
Así las cosas, todo parece indicar que la opción que más cohesión estaría generando en las filas populares sería abordar la inmortalidad a partir de la anémona de mar, una peculiar criatura que parece inmune a la muerte. Lo cierto es que la comunidad científica no deja de mostrar interés por este curioso ser que parece inmortal y cuya cuerpo, además, permanece siempre lozano, ajeno al declive y la decadencia. Pero estas no son las únicas virtudes de esta planta subacuática capaz de comer y defecar por el mismo orificio. También cuenta con un sistema nervioso muy simple, lo que aleja los riesgos electorales de una inteligencia demasiado desarrollada, pero capaz de provocar una conducta depredadora muy activa que sería imprescindible para que los futuros jubilados inmortales pudieran sobrevivir en este océano neoliberal sin un sistema público de pensiones.
Por eso no resulta sorprendente que este curioso ser esté desatando todo tipo de especulaciones. Incluso hay quien no descarta la posibilidad de que, en realidad, el propio Rajoy no sea más que una de estas anémonas sin otro objetivo vital que dejar pasar el tiempo toda la eternidad.