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La investigadora Matilde Ferrer dedica una nueva especie de rosa, “delicada y resistente”, a la oncóloga Anna Lluch

Anna Lluch en la presentación de la rosa que lleva su nombre en el Jardín Botánico de València.

Miguel Giménez

València —

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La investigadora valenciana Matilde Ferrer es experta en flores, y más concretamente, en rosas. Su trabajo se centra en la hibridación y en la selección genética para obtener nuevas variedades de rosas. Numerosas son las especies creadas por Ferrer, y a todas ellas las bautiza con el nombre de investigadores e investigadoras destacadas, así como también a personalidades relacionadas con el mundo de la cultura. Su último descubrimiento, presentado este lunes en sociedad con su plantación en el Jardín Botánico de València, lleva el nombre de la prestigiosa oncóloga valenciana Anna Lluch, “científica e investigadora con vocación social que ha ayudado a tantas mujeres”.

Esta nueva especie ya protagonizó un primer acto social el pasado 22 de diciembre, en la Fundación Cañada Blanch. Pero en aquella ocasión no había plantas con flor, por lo que la presentación se realizó por medio de imágenes explicativas de cómo se creó la nueva rosa, a la espera de su plantación en primavera-verano.

Esta especie pertenece a la línea de obtención de variedades que están siguiendo últimamente, “en la que, además de los valores típicos y esenciales de sanidad, resistencia a las enfermedades, sostenibilidad, reflorescencia y perfume, pretende una vuelta a los orígenes, en la obtención de variedades, fijando mi mirada en los rosales silvestres y antiguos que son los que a lo largo de la historia han demostrado su resistencia y permanencia”. Y estos rosales silvestres y antiguos son, “generalmente, plantas de flores sencillas, equilibradas y llenas de vida, como este rosal”.

La rosa Anna Lluch

Esta planta es un rosal “claramente moderno, pero que pretende contener los valores de sencillez y resistencia de los rosales silvestres”. Es una planta arbustiva, de tamaño medio, cuyas flores crecen en ramilletes, “al estilo de los rosales Floribunda”. Es hija de un rosal madre originario del clima mediterráneo y de un rosal padre originario de la zona de California, en Estados Unidos, que soporta muy bien el calor. Ambos progenitores “son muy resistentes al clima seco y caluroso”, de forma que esta rosa “ha heredado su gran vigor y resistencia”.

“Es una bella flor de color rosa intenso con matices rosa claro, de aspecto sedosos y delicado, pero muy resistente; sus flores son semidobles y disponen de entre doce y dieciséis pétalos”, reseña la investigadora, quien comenta que estas rosas, “suavemente perfumadas, se repiten de una manera continuada a lo largo de prácticamente todo el año”. Sus hojas son brillantes y coriáceas, “muy sanas, y la planta puede llegar a tener una altura de entre 90 y 120 centímetros”.

Hasta el momento, esta especie ha obtenido dos importantes premios en concursos internacionales: el premio al rosal Floribunda en la Bagatelle, en París (2021), y el certificado de mérito a Le Roeulx, en Bélgica (2021), con unas puntuaciones de 79 y 80 puntos sobre un máximo de 90.

Es un rosal de muy fácil cultivo, crecimiento compacto y “muy recomendable” para su plantación en espacios verdes de las ciudades, porque reintroduce el color.

Un nombre más en una lista ilustre

La rosa Anna Lluch se suma de este modo las dedicadas a: la escritora española candidata al Nobel Concha Espina; Setsuko Thurlow, superviviente de Hiroshima, activista por la abolición de las armas nucleares y premio Nobel de la Paz; el investigador y premio Nobel español Santiago Ramón y Cajal; la científica del CSIC Margarita Salas; la premio Nobel de química Irène Joliot-Curie; la actriz Núria Espert; la científica Maria Vallet; o Clotilde Sorolla.

La hibridación pretende ser un proceso de mejora genética a partir de especies preexistentes: “Para mí, el respeto a las preexistencias es muy importante; es considerar todo lo que se ha hecho anteriormente”, explica Ferrer, quien comenta que su trabajo se centra en analizar resultados anteriores y seleccionar los parentales adecuados.

La investigadora resalta que la evolución de la rosa a lo largo de los siglos ha consistido en un mayor crecimiento y desarrollo de la parte femenina, “en concreto, consiguiendo el estilo una mayor altura, por encima de la parte masculina (los estambres): ”De este modo buscan una cierta independencia, dificultando su autofecundación, de forma que se facilita la fecundación del ovario con polen de otras rosas a través de los insectos y el viento“. ”Esta evolución ha llevado a un aumento de la biodiversidad de las rosas“, concluye Ferrer.

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