Aunque jamás ha estado quieta, la forma en la que la cultura es producida y consumida ha experimentado cambios particularmente importantes en las últimas décadas. Sin perderme en explicaciones [1], me centraré en el ámbito institucional y directamente llamaré la atención hacia el inabarcable abanico de calificativos con los que se envuelven los centros culturales de apertura más reciente. Fábrica de creación, espacio de innovación, laboratorio creativo, centro de producción e investigación, centro de arte y tecnología… Introduciendo términos que remiten a lo industrial o incluso a la ciencia, la multitud de nuevas etiquetas –algo cómica incluso- abre brecha con el museo tradicional. Donde aquél presentaba la cultura de un modo estático y distanciado, los nuevos centros culturales congenian más con el carácter dinámico de la creatividad y la innovación. El centro cultural contemporáneo no es sólo un espacio aséptico donde el público pasea en silencio deleitándose con obras de arte expuestas en vitrinas, el centro cultural contemporáneo es productivo en nuevos términos, el centro cultural contemporáneo “sirve para algo”.
El panorama que exploran este tipo de centros es bastante interesante y se vincula a una serie de tendencias emergentes necesarias de atender. Sin embargo, la aparente especialización que transmite la retahíla de apellidos de la que antes hablaba es algo engañosa. Como experiencias pioneras, el carácter de la mayoría de estos espacios es todavía algo difuso, lo que no es malo. Sin embargo, si no queremos que acaben siendo espacios confusos, conviene hacer varias reflexiones. Me ceñiré ahora a lo que tiene que ver con la ciudad, el escenario que rodea a estos centros.
Aunque sólo lo conozco desde la distancia, hay un centro de cultura contemporánea que me fascina que es el de Tabakalera en Donostia. La historia de Tabakalera está pegada a la arquitectura, al urbanismo y a la ciudad. En primer lugar, Tabakalera –por ahora- no se acoge del todo al calificativo de “centro”, sino que pone sobre la mesa la idea de “proyecto cultural”. La gran peculiaridad de Tabakalera es que, cansada de los dilatados plazos de ejecución que impone la construcción de cualquier infraestructura, comenzó a andar antes de que su sede principal estuviese lista. Durante las obras y sus retrasos, se entendió que lo importante no es tanto el contenedor como los contenidos generados. El mientras tanto hasta la apertura de puertas dejó así de entenderse como un tiempo no operativo y el proyecto cultural vio en el hecho de no tener paredes una oportunidad para presentarse a su entorno y trabajar los vínculos son su contexto. Tabakalera actúa desde sedes provisionales, aprovechando espacios infrautilizados de la ciudad, o directamente a pie de calle. El no comenzar dentro de un edificio cerrado ha hecho que su actividad se derrame por la ciudad, haciendo de la cultura un elemento de transformación urbana con incidencia en el espacio habitado. Al salir a la calle, Tabakalera se encontró además con las personas: talleres fotográficos en los que los vecinos retratan su entorno cercano, paseos guiados por los espacios de oportunidad de la ciudad, acciones de dinamización del espacio público, mapeos colectivos, debates a cielo abierto. El proyecto cultural de Tabakalera es un motor de desarrollo urbano para Donostia en contacto con la ciudadanía.
El ejemplo debería servir de inspiración a otros centros culturales que trabajan con la cultura como recurso y no sólo como sujeto; también a otras instituciones, como pueden ser las universidades, los equipamientos deportivos o las oficinas de atención al ciudadano.
En el caso de Valencia, y siguiendo con los equipamientos culturales, deberíamos preguntarnos si Las Naves no serían capaces de dar respuestas a la vida del Marítimo o al descampado del PAI del Grao que tienen a la espalda; si La Rambleta no podría acercar Sant Marcel·lí al centro y el centro a Sant Marcel·lí; si el nuevo IVAM no puede revertir su hermetismo vinculándose al dinamismo cultural de base que inunda el barrio del Carmen; si la próxima reconversión de Bombas Gens en centro cultural no debería proponerse perfilar el desconocido y muy valioso patrimonio social de los barrios de Valencia Norte.
Ligar la actividad de estos elementos con el territorio de forma directa actúa como refuerzo mutuo y genera además grandes externalidades positivas. En un mundo en el que la economía de los intangibles comienza a presentarse como alternativa al desarrollo obcecado con los retornos de capital y el urbanismo necesita encontrar dinámicas de trabajo más transversales, los centros culturales son focos de oportunidad para el ensayo de nuevas formas de hacer ciudad que trabajen la identidad urbana, la cohesión social o la participación ciudadana desde la economía de la cultura. La ciudad construida pide a los nuevos museos proyectos culturales que la tengan en cuenta y trabajen con y para ella.
[1] Estos temas son tratados en profundidad en la publicación “ESPACIOS para la innovación, la creatividad y la cultura”; un proyecto del equipo de investigación Econcult (Universidad de Valencia) que verá la luz a principios del próximo año.