¿Qué le sucede a Europa? ¿Hacia dónde se dirige?
Es un hecho que la conciencia europeísta en la opinión pública va por detrás de la realidad, es decir, de la construcción institucional de la Unión Europea y sus estructuras, a su vez marcadas por conocidos déficits democráticos en su gobernanza. Sometido a las sacudidas de la globalización financiera y sus reacciones proteccionistas, ese singular artefacto político que es Europa afronta una etapa clave con la elección el próximo mes de mayo de los diputados de su Parlamento.
Para pulsar y dar voz a las inquietudes de una generación de jóvenes que no conocen otra realidad continental que el marco de la Unión Europea y que son convocados por primera vez a votar para escoger representantes en Bruselas y Estrasburgo, eldiario.es ha abierto una tribuna en la que se publicarán una veintena de artículos de estudiantes de Periodismo, Ciencia Política y Derecho de la Universidad de Valencia.
Bajo el título “Los jóvenes opinan sobre el futuro de Europa”, esta tribuna que recogerá sus aportaciones se abre con un artículo, a modo de introducción, de los catedráticos Francisco Gómez Palomeque y Juan Ignacio Plaza Gutiérrez, editores-coordinadores y coautores de la obra Geografía de Europa. Estructuras, procesos y dinámicas territoriales.
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Europa hoy se ve acuciada por multitud de situaciones, actores, procesos y dinámicas que afectan profundamente tanto a su estructura como a su capacidad de respuesta. La sucesión de noticias en un breve periodo de tiempo es una acumulación de acontecimientos preocupantes y de interrogantes y dudas, que se abren uno tras otro. Y esto afecta tanto al conjunto de Europa, como a la situación específica de los países de la Unión Europea. Rebrotes de manifestaciones violentas en Francia a raíz de las protestas impulsadas por el movimiento de los “chalecos amarillos” y que expresan un agudo conflicto social comparable al que agitó no hace mucho la banlieue parisina; fracturación social y política en el Reino Unido a costa del Brexit; recrudecimiento de los enfrentamientos bélicos entre Rusia y Ucrania en el estrecho de Kerch como un episodio más del conflicto que ya estalló en 2014; ruptura de la coalición de gobierno en una Bélgica ya de por sí muy dividida, pero que forma parte del núcleo fundacional de la Europa comunitaria; Italia desafía a la Unión Europea a raíz de la presentación de sus presupuestos y se alinea, además, con algunos gobiernos centroeuropeos (Austria, Hungría) en su oposición frontal al pacto por la inmigración auspiciado por Naciones Unidas; formaciones políticas tradicionalmente sólidas que pierden peso y capacidad en Estados como Alemania, frente al avance de movimientos más extremistas y radicales; el cuestionamiento que desde hace unos años se está planteando sobre la solidez del denominado modelo nórdico (a partir del incremento de la desigualdad social en algunos de estos países y del debilitamiento de la socialdemocracia que tan ejemplar fue durante tanto tiempo); veleidades políticas, actitudes desleales y tensiones con la Unión Europea por parte de gobiernos como el de Polonia, Eslovaquia o Rumanía, aprobando normas legales claramente opuestas al acervo comunitario y que cercenan derechos y libertades, que agreden los principios democráticos y manifiestan derivas autoritarias; la discutible viabilidad de ciertos Estados de más reciente creación, cuya definición está muy próxima a la de los “Estados fallidos”, o el frágil y muy comprometido equilibrio del que penden otros (la mayor parte ubicados en el sureste y este del continente: el caso particular del territorio de Kosovo, o Moldavia, Bosnia, los Estados caucásicos); la evolución y posturas políticas de algunos países con determinado peso, como es el caso de Rusia (donde no son escasos, precisamente, los indicios y sospechas de injerencias en la vida política y asuntos internos de otros países) y Turquía, cuyas ambiciones por reafirmar su perfil y papel de potencias más o menos internacionales o regionales condicionan muy mucho la evolución de todo el continente.
Hasta el futuro del mismo proceso de integración comunitaria forma parte de este amplio elenco de acontecimientos preocupantes; proceso muy en entredicho tras las crisis más recientes (económica, de los refugiados, política) y acosado por el auge que han adquirido formaciones más extremas y populistas de diferente signo político en los últimos procesos electorales, convergentes todas ellas en señalar a la UE como objetivo enemigo -circunstancias muy impulsadas además por acontecimientos como el “Brexit” que apunta en idéntica dirección-, desembocando en actitudes racistas y xenófobas. Y junto a todo ello, Europa es, además, un continente muy afectado por un problema demográfico de primer orden. No solo ha perdido el peso relativo que detentó durante buena parte del siglo XX, sino que además ve comprometida su evolución por el débil crecimiento de su población, por el marcado envejecimiento (y sobreenvejecimiento), al tiempo que, paradójicamente, algunos de sus territorios y regiones padecen un acusado problema de despoblación, de vaciamiento (afección, esta última, suficientemente conocida en una buena parte del interior de la península ibérica).
¿Qué le sucede a Europa? ¿Cuáles son sus problemas? ¿Qué síntomas ofrece y cuál es su posible tratamiento? “Enfrentada a crisis simultáneas y a la tentación nacionalista, la construcción europea se encuentra en una fase crítica y peligrosa, a tal punto que su misma pertinencia se ha puesto seriamente en duda. Se requiere una nueva visión. Si Europa se construyó ayer para la paz y la prosperidad, hoy es necesario edificarla sobre nuestros valores, los cuales deseamos compartir con un mundo que corre el peligro de darles la espalda”. Este diagnóstico sobre el estado de salud del denominado “proyecto comunitario” (Unión Europea) que formuló en 2017 quien fuese Primer Ministro de Italia en el breve periodo de 2013-14, Enrico Letta, en su ensayo Hacer Europa y no la guerra. Una apuesta europeísta frente a Trump y el “Brexit”, nos sitúa ante el hecho innegable de la delicada y sensible situación que caracteriza hoy, casi culminado ya el segundo decenio del siglo XXI, no solo a la Unión Europea (UE), de modo muy particular, sino de forma más general a todo el viejo continente. Se hacen evidentes algunos problemas que arrojan sombras sobre el panorama actual europeo y marcan retos para su futura evolución a medio y largo plazo, previsión rodeada de incertidumbres. La diversidad de modelos, evoluciones y comportamientos del casi medio centenar de Estados que configuran el mapa político de Europa hoy deja entrever fisuras que condicionan su devenir y cuestionan su solidez. Un mapa político, por otra parte, que caracteriza a Europa como un continente marcadamente diverso, pues sus 49 Estados no son solo claramente diferentes por tamaño físico y peso demográfico, sino que su estructura política reúne formas y modelos muy contrastados.
En marzo de 2017 la UE cumplió 60 años de andadura. Actualmente, el proceso de integración ha crecido y ganado solidez, pero a costa también de no haber conseguido total o parcialmente algunas de sus metas marcadas, de perder algunas señas de identidad, de perder impulso y de ir enfrentándose a nuevos planteamientos y situaciones. Y sigue, además, mostrando una deficiencia muy notoria: su falta de peso y capacidad en las relaciones internacionales, de presencia con una única voz en materia de seguridad, relaciones exteriores y defensa, de capacidad para la resolución de conflictos, pese a ciertos avances institucionales (nombramiento de Alto Representante, PESC, Política de Defensa, etc.). Sigue estando proporcionalmente descompensado el peso relativo y la influencia de la UE frente a las nuevas tendencias y áreas de decisión geopolítica en el escenario mundial, donde Asia-Pacífico cobra cada vez mayor protagonismo.
Sobre los principales obstáculos y retos a los que tiene que dar respuesta la UE se ha escrito mucho. Términos y expresiones como euroescepticismo, desafección, crisis, desintegración, etc han sido argumentados de uno u otro modo para intentar definir la actual situación de encrucijada que conoce a lo largo de los dos últimos decenios. Los problemas por los que atraviesa más de medio siglo después de haber iniciado su camino se pueden sintetizar de modo más preciso. La llamada por muchos “desafección ciudadana” (poca empatía, mucha indiferencia) es, quizá, uno de los más importantes, pues compromete seriamente el proceso de integración: escasez democrática en el funcionamiento de algunas instituciones y en la toma de decisiones, exceso de burocracia legal-administrativa en la aplicación de medidas y actuaciones, lejanía con la que se percibe cada vez más por una parte importante de los ciudadanos todo lo relativo al funcionamiento y actuación de la Unión. Los eurobarómetros han constatado de forma sucesiva esta desafección. El impulso y “optimismo” europeístas que durante los años 80 y 90 se extendió de forma más generalizada parece haberse desinflado bastante.
También el auge de los nacionalismos constituye un factor de tensión que afecta a la estabilidad, tanto de los movimientos nacionalistas de regiones de actuales Estados miembros (Escocia, Córcega, Irlanda del Norte, Flandes, Gales, Cataluña, “Padania” y Lombardía, País Vasco) como de los movimientos nacionalistas de los propios Estados, frente a otros y frente a la propia UE. Nuevamente el nacionalismo cobra protagonismo en una Europa comunitaria donde se ha logrado paz y prosperidad, una Europa regida por unos valores y unas instituciones comunes e inserta en un contexto de mundialización económica de intercambios cada vez más densos; y lo hace, por un lado, a través del “nuevo nacionalismo de Estado” y, por otro, de las demandas soberanistas de algunas regiones, reclamaciones separatistas y de autodeterminación, no exentas de tintes excluyentes, apoyadas en la defensa de singularidades pero que también en algunos casos enmascaran actitudes muy insolidarias en lo económico, culpabilizando al Estado al que pertenecen de gran parte de sus problemas y generadores de nuevas tensiones y de fragmentación. Y junto a los nacionalismos, el impacto de la crisis más reciente (2008) y de las políticas de austeridad impuestas desde la UE han causado todavía más desapego y enfrentamiento entre la ciudadanía, los Estados y la propia Unión y ha coadyuvado, y no poco, al renacer de los nacionalismos y populismos como alternativa equivocada, dando paso incluso a posturas de algunos Estados miembros contra el modelo comunitario en construcción. Por otra parte, los efectos de la crisis han afectado de forma muy desigual a unos y otros sectores de la sociedad (“recortes” y empobrecimiento de las clases medias) y aunque parece que se le ha hecho frente, el impacto real de la crisis sigue siendo negativo (explicándose, así, las protestas sociales generalizadas frente a las políticas de austeridad en un contexto donde, sin embargo, otros grupos sociales han seguido acumulando beneficios). El “Estado del Bienestar”, seña de identidad de Europa, ha quedado muy tocado.
Igualmente se ha ido vislumbrando un nuevo escenario difícil por la fuerte presión migratoria ejercida en varias de las puertas del espacio geográfico comunitario con la consiguiente entrada o llegada de migrantes pidiendo ayuda a los países de la UE, provocadas en buena medida por las expulsiones que han generado conflictos bélicos abiertos como el de Siria, precedidos por otros producidos tras las revoluciones de la “primavera árabe” norteafricanas y por los flujos irregulares de migrantes de zonas más periféricas como el Cáucaso. Es lo que se ha dado en llamar (aunque no se sabe si acertada o erróneamente) “crisis de los refugiados”, con distintas rutas y vías de penetración en el continente que han afectado sobre todo a países del centro-este, sur y sureste (España, Italia, Grecia, Serbia, Hungría, Austria). La Unión Europea se ha mostrado incapaz de solucionar este nuevo problema y reto, se ha visto carente de medios e instrumentos eficaces con los que de forma más racional poder hacer frente a todo esto. Todos los Estados miembros sin excepción han ido incumpliendo las cuotas que fueron establecidas y les fueron asignadas a cada uno de ellos dentro del acuerdo al que se llegó con Turquía (otra fórmula, por cierto, a revisar), puerta principal de los refugiados procedentes de la guerra de Siria. Una demostración más de hipocresía política, que incluso en algunos de los Estados más “contestatarios” del centro-este (Hungría) ha sido actitud abiertamente retadora y desafiante. El Consejo Europeo de finales de junio de 2018 logró un nuevo acuerdo para intentar encauzar estos flujos migratorios.
¿Qué puede hacer la Unión Europea y cómo ha de intervenir ante todos estos “frentes” abiertos? ¿Cuál ha sido su respuesta hasta ahora? Algunos de estos escenarios y problemas enunciados, y que tiene que abordar de forma ineludible, ya estaban advertidos en el informe que elaboró entre 2007 y 2010 el Grupo de Reflexión sobre el futuro de la UE en 2030, particularmente la renovación del modelo social y económico europeo, el desafío de la demografía, la seguridad interior y exterior o la mejora de la relación con los ciudadanos. Por otra parte, la propuesta de los cinco escenarios de futuro aventurados en el Libro Blanco sobre el futuro de Europa presentado en 2017 por la Comisión Europea es una alternativa necesaria pero no suficiente. Pese a todo, no cabe duda que ambos son dos puntos de partida básicos para hacer frente a la difícil situación de esta UE del siglo XXI que parece debatirse entre una posible refundación o un peligro de desintegración.
Se hace preciso recuperar los valores y principios políticos y sociales fundamentales en que se asentó la constitución y crecimiento de la Europa comunitaria (libertad, igualdad, solidaridad, derechos fundamentales) como principales activos que le otorgan fuerza y capacidad, así como establecer una nueva conexión con los ciudadanos y sus problemas reales: si se ha hablado tanto de “ciudadanía europea”, ha de demostrarse con la centralidad real que debe ocupar la “Europa social” en todo este proyecto. Y se hacen precisos “liderazgos políticos pro-europeistas” fuertes. Sin duda, todo ello ha de suponer un cambio de tendencia y un fortalecimiento de la UE que le permitirá retomar y coliderar el peso e influencia a escala mundial y abanderar un modelo de crecimiento solidario y sostenible.
*Francisco López Palomeque (Catedrático de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Barcelona) y Juan Ignacio Plaza Gutiérrez (Catedrático de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Salamanca) son editores-coordinadores y co-autores de la obra Geografía de Europa. Estructuras, procesos y dinámicas territoriales, editada por Tirant lo Blanch y Publicacions de la Universitat de València (PUV).
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