El odio

¿Tendría razón Empédocles de Agrigento al vislumbrar que el cosmos se rige por dos fuerzas antagónicas, la atracción y la repulsión, el amor que une y el odio que disgrega? ¿Será cierto que esas fuerzas luchan entre sí y marcan en el mundo una trayectoria pendular? También en Empédocles se apunta la idea del eterno retorno, la que Nietzsche diseccionó en el origen de la tragedia. El cosmos y también nuestro pequeño cosmos, la vida humana siempre arrastrada por un movimiento pendular entre la armonía que cohesiona y la disgregación que destruye. Entre el amor y el odio. La narración cósmica – y tal vez social- da cuenta hoy de la tensión entre la globalización y la aldea, entre el estado y la comunidad, entre el eros y el tanatos. Quizá también Heráclito el Oscuro acertaba al considerar que eso que llamamos realidad no es más que un espejismo, una quimera. ¿No es eso lo que cada día tratan de poner en práctica los fabricantes de quimeras? Aquellos filósofos de la naturaleza no hablaban de teorías sociológicas o sistemas cosmológicos; solo hablaban en clave de poesía cósmica.

Lo cierto es que hoy en Cataluña, en España, en Europa, en el mundo, las fuerzas centrífugas, el odio, la disgregación (la desigualdad, el desengaño de la democracia, el rechazo del otro) crecen, se refuerzan, se imponen. Es la lógica de lo sagrado frente a lo profano, los nuestros contra los otros, es la repulsión o el rechazo de la solidaridad como principio cósmico y humano. La bandera y el símbolo contra la dignidad humana.

La cohesión europea se deshace como un terrón de azúcar en la ciénaga. Disolver la idea de Europa (siquiera sea de esta Europa tan distorsionada, mejorable y raquítica), y hacerlo sin pesar ni remordimiento, despreciar una tradición cultural, política y social como la europea (sin olvidar todos sus lados oscuros), renunciar al proyecto político y cultural, es descabellado y suicida para Europa y para el orden mundial. Ojalá el eterno retorno nos devuelva a los filósofos antiguos, y con ellos la prudencia, la areté, un rayo de lucidez y esperanza.