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Cabezas de turco

Xavier Latorre

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El PP valenciano obedece ciegamente, sin rechistar, lo que le dicta Madrid. La valenciana, ha sido durante los últimos años, la autonomía más acusada por casos de corrupción. Incluso se ha erigido como la campeona en asuntos turbios, chantajes y facilidades para los más oscuros negocios, aunque algunos de esos sombríos eventos fueran protagonizados por elementos foráneos. Algunos analistas han dictaminado que hace un tiempo Génova dio por perdido, en términos electorales, su feudo valenciano y decidió instalar aquí todos los vertederos de podredumbre institucional. Este fue el lugar donde desembocaban todas las tramas. Aquí estuvimos acogiendo el dinero sucio y los casos deshonestos que en otros sitios rechazaban porque olían demasiado mal.

El caso Gürtel nos lo comimos casi entero. Aunque el epicentro estuviera radicado en Madrid: el PP de Esperanza Aguirre estaba situado demasiado cerca de los despachos reformados (de aquella manera) de Rajoy y su cuadrilla. La calle Quart estaba en la otra punta del mapa, en la periferia de España, lejos de la onda expansiva mediática. Nosotros éramos, como señaló hace un tiempo Enric Juliana, en La Vanguardia, el “chivo expiatorio” de los pecados acontecidos en la capital. Todos los asuntos turbios y malolientes tenían correlación entre Madrid y Valencia, pero algunos sólo estallaban aquí. Imagino que lo acontecido con EMARSA era una nimiedad respecto a los chanchullos que pudo propiciar el Canal de Isabel II -una poltrona que anheló el mismísimo Ignacio González-, que no se han conseguido descubrir. Justamente el expresidente madrileño también codició Caja Madrid antes de Rodrigo Rato. Allí había un buen botín de guerra. Bancaixa, adherida finalmente al grupo de saqueadores, era secundaria, era una pieza menor en aquella jornada de caza mayor.

En Valencia les dio igual que saltara por los aires Canal Nou; a Telemadrid, en cambio, la mantuvieron a flote de aquellas maneras caciquiles y sectarias. El caso Nóos se lo endosamos a los mallorquines, aunque también nos salpicó, porque tenían un juez con agallas que levantó la liebre. El Papá visitó Madrid y Valencia, pero sólo en esta última capital se mercadeo con el fervor de los fieles. Y lo hicieron a través de empresas pantalla que venían de Castilla y León, recomendadas por el alto mando popular. Nos debieron ocultar los negocios poco edificantes, si los hubo, de aquella visita pastoral del Pontífice a la capital de España. El PP, pues, llegaría a utilizar Valencia de zona para las maniobras de distracción masiva de la corrupción, de campo de tiro, pim, pam, de tramas indecentes. Cuando asomaba un caso escabroso en algún lugar de España se activaba un plan consistente en resucitar algún episodio negro de la corrupción política de Valencia para que los tertulianos de todas las cadenas desviaran la atención del electorado apuntándonos a nosotros. De los manejos en educación, descubiertos a raíz de la Operación Púnica, se desprende que el tal Marjaliza (secuaz del otro cabecilla Granados) pretendía exportar el modelo madrileño hasta Valencia y ya se habían llegado a planificar concursos de colegios privados en suelo público. Cuando surgió el escándalo, el PP valenciano pudo paralizarlo todo por los pelos.

Y en eso que llegaron las elecciones autonómicas del pasado año y, claro está, los populares perdieron Valencia, pero conservaron la Comunidad de Madrid. Y desde entonces, nuestra Comunidad es la cuna de toda la corrupción política, aunque la partida de nacimiento se encuentre en otros parajes. La mala gestión de lo público nos ha imputado como sociedad; nos hemos inmolado por otros que seguramente han sacado más tajada que nuestros “chorizos profesionales” de plantilla. Somos así de buena gente. Y cuando habíamos conseguido una reputación en todas partes va y llegan las últimas elecciones, las del otro día.

Los valencianos hemos indultado a nuestra manera a toda esa pandilla de personajes, a veces incluso grotescos, que deambulan de juzgado en juzgado. No ha habido castigo ejemplo; al contrario, han ganado. Los populares pensarán que se podrá, una vez saneadas las cuentas por el bipartito actual, recuperar en 2019 un feudo en el que, quizá piensen para sus adentros, se les fue la mano. El mayor estercolero de corrupción está a punto de ser sellado. ¿Todo el que a partir de ahora hable de casos de robo y de comisiones abusivas será un rencoroso que no acepta el juego democrático? En solo un año, estos populares, aparcados en el purgatorio de la oposición, han conseguido, nadie lo diría, la clemencia electoral. A este paso se rehabilitarán muy pronto. Nos pasamos de buenos. Parecemos Del Bosque.

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