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CV Opinión cintillo

El 28M y la madre de Angelillo

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La madre de Angelillo tenía nombre, pero no lo recuerdo así que sigo llamándola de la misma manera que cuando era niña y nuestras casas se comunicaban a través del patio de luces. No recuerdo su nombre, pero sí su cara redonda, de generosas mejillas y labios prominentes, de grandes ojos aumentados por las voluminosas gafas de la época. Cuando mis recuerdos me devuelven allí, es una de las personas que recuerdo con más cariño. La veo pequeñita, pero rotunda. Con los tobillos hinchados, el pelo gris recogido tras una diadema, siempre despejada la pequeña frente y vestida de oscuro, protegida por un delantal.

Las citas electorales son uno de esos momentos en los que regreso al diminuto piso, donde reinaba la panzuda Telefunken PAL color que nos regaló mi abuelo. Sin redes sociales, sin internet, con tan solo dos canales de televisión. La vida bullía en las casas y en las calles. Las ventanas se asomaban a otras dimensiones. Sobre todo, una. La mía. La pequeña ventana de aluminio que se abría a aquel patio de luces y que se apoyaba sobre la escalera de madera por la que bajaba a pelar las almendras del generoso saco que Ramonet nos regalaba cada temporada.

Una ventana en la que me clavaba las guías en los brazos de la pasión con la que me asomaba a escuchar a la madre del entonces Angelillo (ahora Ángel). En cuanto comenzaban los anuncios electorales brincaba de la silla para abrir la ventana y asomarme ansiosa a la espera de que sacudiera la tranquilidad de un patio de luces íntimo y familiar que ella transformaba en una caja de resonancia, donde su enérgica voz retumbaba.

No repetiré aquí las frases cargadas de hiel de quien fue víctima de la dictadura. Los amargos insultos que le dedicaba a Manuel Fraga. Lo odiaba de una manera tan profunda y visceral que no podía entender cómo alguien podía sentir tanta rabia. Pregunté por qué se retorcía cuando salía Fraga en la pantalla y en cambio estallaba de alegría por Felipe. El miedo. El pánico a volver al pasado y a sufrir, a tener hambre, a ser golpeados. La esperanza. La confianza ciega en una socialdemocracia de la que se esperaba prosperidad, justicia e igualdad.

No sé si a Ángel le llegarán estas líneas. Si las lee quiero que sepa que su madre despertó en mi la curiosidad por la política aquel otoño de 1982, cuando una imberbe democracia española volvía a citarse en las urnas para elegir cambio, para mirar al futuro.

En los barrios, las ventanas ya no se abren. Nadie recuerda aquellas historias. Las cabezas no jalonan las fachadas, ni hay niñas y niños a los que reclamar desde ellas. Los móviles, con sus whastapp y sus redes sociales, nos han silenciado. La vida real se esconde y aparecen los bulos y las noticias falsas. Nadie contrasta y todo el mundo da veracidad a la viralidad. A la forma por encima del contenido. En realidad, es algo tan antiguo como Fukuyama.

Ganaron los del fin de la historia y nos quieren borrar la memoria, relativizarnos, subjetivizarnos. Por eso, aquellas vidas carecen de interés para los de la cultura del like. Les aburren. Pero yo no me rindo. Sé que la Historia volverá a vencer al relato y no me cansaré de recordarlas hasta que ese momento llegue.

Se acerca el 28M y vuelvo aquella ventana estrecha. La abro y me asomo por ella con la misma curiosidad que entonces. Cierro los ojos para escuchar a aquella buena mujer. Ella es mi oráculo particular. Como el señor Miquel para Salva Enguix, ella nunca falla. Advierte de que estamos en un momento crucial, en el que no podemos dar ni un paso atrás. Insiste en que defendamos el futuro como una trinchera. En apenas unas semanas decidiremos entre retroceder o avanzar. Entre perder o ganar. Como aquel 28 de octubre de 1982, vuelvo a escuchar a la madre de Angelillo alzar la voz.

PD. La madre de Angelillo se llamaba Manuela y su padre Eleuterio. Me lo contó Manolo cuando ya tenía escrito el artículo.

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