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CV Opinión cintillo

Cenizos

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Los valencianos nos hemos inmolado por Pedro Sánchez. El resultado electoral valenciano en las autonómicas, unido a las prisas por sellar aquí un pacto urgente PP-Vox, según esgrimen politólogos de postín, provocó la reacción nuclear en cadena que frustró -por los pelos, eso sí- la consagración de Feijóo al frente de un gobierno que, según los sondeos, estaba predestinado a presidir. Lo ocurrido aquí obró en su contra. Son muchos los analistas que apuntan a esa hipótesis para achacar la falta de punch la noche electoral, la aciaga pérdida de 15 o más diputados populares por el camino, unos escaños que habían sido pronosticados de antemano y que desaparecieron por ensalmo. La euforia desatada por el PP y Vox valencianos arruinaron las expectativas de ellos mismos en el resto de España.

Un Carlos Mazón pletórico corrió exultante al poco de los comicios autonómicos a abrazarse al actual vicepresidente de la Generalitat, Vicente Barrera, sin disimulos ni gaitas. Mazón, moreno como Julio Iglesias en sus años mozos, y Barrera desbrozaron el camino del pacto con una cuartilla garabateada por un alumno repetidor de algo, para rubricar una alianza urgente a lo grande en una comunidad de peso. Para algunos analistas, una mayoría de ellos apacentados en la pradera madrileña, el estadista Mazón iba a ofrecer nuevas glorias a España. Sin embargo, unas cuantas portadas escandalizadas por lo que ocurría en Valencia y unas conexiones televisivas nocivas sobre ese acuerdo restó a las derechas un puñado de votos no solo aquí (el PSOE le recortó cuatro puntos porcentuales de siete al PP en solo dos meses, unos 100.000 votos), sino también en Cataluña, en Andalucía y en otros lugares poco proclives a las ententes facilonas y simples con los ultras. Muchas mujeres se sumaron a la indignación; los nuevos inquilinos de la Generalitat ejercieron sin quererlo de mal ejemplo.

Sinceramente creo que Pedro Sánchez y su nuevo gobierno de coalición debería recompensar a los valencianos por lo mucho que hemos hecho para que él pueda volver a ocupar “ilegítimamente”, como dice la derecha más retrógrada, la Moncloa y a subirse por el morro otra vez al dichoso Falcón. Los televidentes españoles observaban escandalizados de reojo nuestra Comunidad. Sánchez nos deberá en parte la poltrona. Debería ser generoso con nosotros al aprobar los presupuestos o al diseñar una nueva financiación autonómica. Él no es muy consciente, pero nuestro voto en las autonómicas y municipales de mayo contribuyó a voltear las encuestas, a invertir los vaticinios optimistas del oráculo de Génova, del sanedrín de sociólogos de campanillas de la sede popular. 

Mazón, ufano, fue investido el día 17 de julio, a pocas horas del juicio final del 23J y Vicente Barrera remató la faena desde el burladero de la vicepresidencia. Ambos consiguieron imprimir el giro a la izquierda en otros lugares del mapa patrio; ambos, junto a otro valenciano perspicaz, Narciso Michavila, que desde las páginas del ABC concedía diputados a espuertas al PP con sus apuestas demoscópicas. La batalla parecía perdida de antemano para el PSOE y sus acólitos. ¿Cómo iban a enturbiar los valencianos una goleada electoral? Parecía imposible, pero sí, la derecha rancia y seudofranquista de por aquí logró sin pretenderlo reflotar la nave a la deriva de la izquierda. El nuevo Consell rescató al náufrago Sánchez montado en la precaria patera del CIS. Nadie diría que trabajaban, sin ellos percibirlo, de topos, de infiltrados del gobierno socialcomunista.

Hay quienes apuntan a que se deberían haber retrasado algunos pactos como se hizo en Murcia, quienes anotan que censurar revistas, vetar obras de teatro, impugnar la memoria histórica y cambiar el nomenclátor de algunas calles podía haber sido pospuesto unos meses. Lo cierto es que a Sánchez la alegría desbordada de algunos políticos valencianos le pusieron en bandeja nuevamente la presidencia. Somos sibilinos y arteros: nos hemos sacrificado, nos hemos hecho el haraquiri, por los socialistas, por los recién llegados de Sumar y por la España periférica; o sea, por todos los que pueden gobernarnos dentro de unas semanas. 

Justo ahora que ya no hace falta Mazón y Barrera exponen un perfil bajo, se muestran recatados: ambos están estigmatizados y desolados. En Madrid han cogido fama de gafes. La faena es suya estos cuatro años para desembarazarse de la etiqueta de aguafiestas. 

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