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CV Opinión cintillo

Elecciones inteligentes

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Aún recuerdo los días previos a las elecciones de mayo del 23. En aquellas convocatorias aún me debatía en la indecisión. Era un tipo inseguro y voluble. Con los años todo cambió de forma acelerada. Ahora dispongo de tres cyborgs a mi servicio. Ellos curran por mí. Soy muy afortunado. Dispongo de tres inteligencias artificiales que trabajan en mi nombre y yo cobro a final de mes el sueldo íntegro que ellos me reportan. Mi holgada situación económica me permite disponer de tres. Los hay que están mucho peor: solo disponen de uno y a algunos vecinos más parias, extranjeros y gente sin recursos, no les alcanza para adquirir ni siquiera uno de segunda mano. A ellos aún les toca a ir físicamente a currar a diario. Aunque también están los ricos de siempre que los tienen a cientos, lo que les hace ir de culo para programarlos y supervisar las tareas encomendadas, pero lo hacen encantados de la vida porque les hace sentirse importantes y ganar abultadas cantidades de dinero, aunque se quejan por vicio de los impuestos que les toca pagar.

Mis tres androides de última generación producen en la empresa dónde los contrataron por mí, me hacen ganar una pasta suficiente para permitirme algunos lujos. Incluso estoy barajando la posibilidad de comprarme uno usado de recambio, por si alguno de los titulares se avería. Cada mañana les preparo un bocata de tortilla de ajos tiernos, aunque uno de ellos lo prefiere de atún con aceitunas, y les mando para la oficina para que ejecuten sus procesos automáticos, con suma precisión, durante su extenuante jornada cibernética sin resquicio alguno para el error.

Recuerdo allá por el año 23 que se debatía, ¡oh!, la jornada de cuatro días. ¡Qué desfasados andaban los políticos de aquella época! Además, la pandemia del coronavirus había propiciado el teletrabajo en casa con babuchas y batín. Otros más sagaces proponían jornadas laborales de solo quince horas semanales. Todos aquellos avances quedaron superados con la nueva inteligencia artificial impuesta por unas grandes corporaciones. Aquello era otra historia. Toda aquella revolución laboral había quedado obsoleta en un santiamén, superada por los avances tecnológicos. Trabajan para mí y yo solo tengo que revisar por las noches, pura rutina, sus circuitos, descargar nuevos códigos, cambiar algunos chips gastados, repasar los transistores internos y actualizar los programas. Algunos días me dan una pena tremenda y les dejo ver un capítulo más de una serie cómica que les chifla sobre transhumanos. Mis ingresos se han multiplicado por tres y yo me doy la vida padre.

Los algoritmos míos que han recopilado hacen que no tengamos trifulcas caseras; los tres replicantes y yo pensamos lo mismo. Son mi tarjeta de visita en la empresa, mis dobles, mis clones más perfectos. Me conocen mejor que yo mismo. Compartimos gustos e ideología. Las decisiones las toman por mí. No tengo queja alguna. Incluso la de ejercer el voto cada cierto tiempo. En la campaña electoral les cargo el disco duro con los programas de los partidos políticos, los atiborro de sondeos, les pongo cara al televisor a ver debates electorales de los candidatos y les muestro los caretos de los cabezas de lista. Son tan astutos que incluso descubren aspectos de la comunicación no verbal que a mí se me escapan.

Este próximo domingo los vestiré de gala, les prepararé torrijas con miel para desayunar y se acercarán por mí a depositar los votos que me corresponden en la urna asignada. Espero que voten en conciencia (aunque sea artificial) lo que más nos convenga de veras. Confío en su sensatez. Ellos se juegan tanto como yo en estos comicios. Por la noche, mientras ellos resetean los datos, limpian la memoria interna, vacían la papelera y cargan sus baterías, yo aprovecharé para seguir el escrutinio por la televisión. Veré si ganan los míos, aunque reconozco que lo tengo difícil: solo dispongo de tres míseros votos (soy clase media media, dicen); uno de mi urbanización, el muy canalla, dispone del derecho a emitir 130 votos. Mi única preocupación estos días es que una cookie maliciosa introducida de forma interesada por un hacker a sueldo, saltándose los antivirus, convierta a mis autómatas en unos retrógrados y voten engañados por quiénes se la suda la sanidad universal de calidad, despotrican de la educación pública y gratuita y quieren arrebatarnos las conquistas sociales. Los tres tienen unos circuitos integrados muy solidarios y espero que no se dejen engatusar por proclamas desfasadas y anacrónicas.

En el 23 todavía votábamos a mano, haciendo colas religiosamente en los colegios electorales, con dudas sobre qué papeleta elegir. Ahora todo eso forma parte de un pasado remoto. El arreón de la IA virtual ha cambiado radicalmente nuestras vidas. Los que más acceso tienen a la inteligencia artificial, los más poderosos del planeta, siguen saliéndose con la suya. Nada nuevo. Al menos mis asalariados cibernéticos son fieles a su amo y no se desmoralizan fácilmente; el próximo primero de mayo pienso sacarlos de nuevo con pancartas a manifestarse por mis derechos.

En pocos días puede que al comprobar los resultados igual se depriman un poco como su dueño. ¿Qué se le va a hacer?

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