Tan solo hace falta una lectura rápida a los principales medios autonómicos y nacionales o un repaso a la cronología de las redes sociales para alertar de la escasez de mujeres en puestos de decisión. Esta circunstancia no es para nada novedosa. De hecho, es una de las cuentas pendientes que tiene el feminismo el cual avanza paso a paso. Los grandes derechos de las mujeres se han conseguido progresivamente. Cada avance relativo a la igualdad de género abre paso a otro reto. Y ahora es un buen en momento para asumir el del liderazgo femenino.
Es momento de afrontar este desafío porque contamos con unos antecedentes en forma de derechos que lo facilitan. Gracias a distintos mecanismos como las listas cremallera, listas paritarias o las cuotas, las mujeres hemos ganado representación en la esfera política. Incluso podemos decir que se ha alcanzado la paridad en algunos órganos. Sin ir más lejos, el Gobierno de Pedro Sánchez es referente en cuanto a la presencia de mujeres. De 23 carteras ministeriales, 13 están ocupadas por mujeres. Un hito conseguido, como no podía ser de otra forma, por el Partido Socialista.
Aun así todavía hay cifras que evidencian que no existe todavía una igualdad plena en cuanto a la participación política de las mujeres. A nivel autonómico, tan solo podemos contabilizar cuatro presidentas de las cuales, tres son del PSOE. En el plano provincial y orgánico estos cuatro últimos años, de más de cincuenta direcciones tan solo 14, entre las que me incluyo, están a cargo de mujeres. En el ámbito municipal, de 8.131 alcaldías sólo 1.768 son lideradas por mujeres. Esta radiografía reveladora en términos de igualdad, pone de manifiesto la importancia de analizar la inclusión de las mujeres en todos los planos, no solo en el nacional y más mediático.
Las cifras, sin duda, arrojan la necesidad de iniciar un cambio nada fácil porque se trata de encajar a las mujeres en una estructura que tradicionalmente, está codificada como masculina. Esto último se hace plenamente visible a través del lenguaje periodístico. Todavía hoy se hace uso del término barón para referirse a los líderes de los partidos políticos. Un término, que por cierto, también acepta su forma en femenino pero que, obviamente, no se emplea. Un vocablo que supura machismo, dominación y refuerza el estereotipo de hombre vinculado al poder.
La desigualdad es patente y se amplía a otras muchas situaciones. El País publicaba en noviembre una entrevista donde la ministra Diana Morant señalaba textualmente que “hay reuniones a veces con hombres y miran a los de tu equipo y a ti no”. Este ejemplo escenifica el doble rasero al que se somete a las mujeres aún cuando ostentan puestos de poder. Visibiliza la severidad en cuanto exigencia así como ciertas actitudes de infravaloración. También durante el primer foro de Liderazgo Femenino celebrado en València se mencionó el complejo de Pitufina, aquel que sienten las mujeres cuando sus ideas o propuestas pasan desapercibidas mientras que las de los hombres son preaceptadas.
Todos estos aspectos nos invitan a asumir que, aunque hemos avanzado en cuanto presencia femenina en las instituciones, todavía existe un vacío relativo a ocupar puestos de mayor responsabilidad. Y sobre todo a que no sean los hombres los que deciden incluir o no a las mujeres. Es cierto que persisten reservas entre algunas mujeres por un sentido de competitividad que debemos desterrar, somos aliadas nunca contrincantes.
El concepto de empoderamiento se vuelve fundamental. Empoderar es pensar de forma colaborativa porque una sociedad en la que las mujeres también participan en las grandes decisiones será una sociedad más justa dado que reflejará la realidad de la sociedad en su conjunto. Y por supuesto, nuestra democracia saldrá fortalecida.
La presencia de mujeres en los cargos de responsabilidad es una cuestión de justicia social y quizás el primer paso para continuar la andadura es facilitar su acceso. La existencia de referentes tiene un poder multiplicador. Pero mientras haya escasez, la repetición de este esquema se verá afectado. Modificar el imaginario colectivo y tratar de que la imagen que surge automáticamente al pensar en liderazgo no sea la de un hombre es una cuestión de trabajo, de compromiso, de lucha, de hechos más que de palabras y de perseverancia. Y de todo esto, la lucha feminista entiende bastante.