“Preferir la destrucción del mundo a un rasguño en el dedo”
Así explicaba David Hume las razones de la pasión, que en gran medida determinan el comportamiento humano, y uno se pregunta si no habrá mucho de esto en las reacciones de apatía, o incluso rechazo, que excelentes noticias generan en buena parte de la población a tenor de algunas encuestas.
Que por primera vez en España haya más de 20 millones de cotizantes a la Seguridad Social o más de 2 millones en la Comunitat Valenciana, también por primera vez, es una buena noticia. Que el salario mínimo interprofesional se haya incrementado desde 2018 en más de un 40% y que ello no haya supuesto el “empleicidio” que se vaticinaba, sino todo lo contrario: “empleigenia”, es una buena noticia. Que los pensionistas españoles hayan recuperado la actualización de sus pensiones conforme a la inflación anual media, es una buena noticia. Que la reforma de la reforma laboral se lograra con el acuerdo de UGT, CCOO y la Patronal en el marco del diálogo social, es una buena noticia; y que a esta se le pueda imputar que los contratos indefinidos han aumentado exponencialmente, es una noticia aún mejor. Que los ERE durante la pandemia hayan hibernado empresas y sostenido rentas permitiendo que el tejido productivo y el empleo se hayan recuperado sin daño y con vigor, es otra buena noticia. Que los fondos europeos proporcionen recursos para una Europa que mutualiza deuda con el propósito de invertir y crecer con respeto al medio ambiente, es una buena noticia y que de su mano se instale en Sagunt una gigafactoría de baterías que dará empleo de calidad a más de 3000 personas directas y 12.000 indirectas, es una gran noticia.
Podríamos seguir con esta letanía de alabanzas e incorporar otras muchas en sentido contrario, porque no serán pocos los españoles que tendrán razones subjetivas para entender que su situación personal es peor, a pesar de los buenos datos macroeconómicos y la recuperación y extensión de derechos y libertades, de la que disfrutaban antes.
Es también cierto que la subida de los precios está perjudicando gravemente la capacidad de compra de la inmensa mayoría, y más la de aquellos que menos tienen. Este es un mal dato, tal vez el único, que enturbia la buena situación de todos aquellos que se han beneficiado de las referidas buenas noticias: el precio de los carburantes, por poner solo un ejemplo, afecta negativamente a pensionistas, trabajadores que han encontrado un empleo o han conseguido un contrato indefinido, a perceptores del SMI o del Ingreso Mínimo Vital (derecho del que antes carecíamos los españoles) en definitiva, a una inmensa mayoría.
Pero sería bueno reconocer que frente a una guerra provocada por la invasión Rusa de Ucrania el encarecimiento de los precios no es el peor de los males. Podríamos desentendernos de los ucranianos y no imponer sanciones al invasor, aunque la historia nos avise con dramatismo en sentido contrario, o involucrarnos directamente en la contienda asumiendo riesgos incalculables. Ninguna alternativa parece preferible. Sin embargo, sí es necesario recordar que la causa fundamental de ese desmesurado incremento de la inflación obedece a una guerra injusta que por razones morales, pero también prácticas, no podemos ignorar.
La razón de las pasiones, el rasguño de un dedo, justifican el enfado y su reacción; pero nublan el juicio. Hemos superado circunstancias muy adversas que han puesto en gran peligro la salud y la vida, el bienestar económico y, ahora con la guerra de Ucrania, la seguridad y la paz de todos. Debemos hacer el esfuerzo por contener la inflación y, en todo caso, equilibrar con justicia el reparto de sus costes; debemos aprovechar los fondos europeos para mejorar radicalmente nuestro modelo productivo; debemos acelerar la soberanía energética en renovables que nos proporciona nuestra situación privilegiada; debemos construir infraestructuras que mejoren la productividad y atraigan inversión; debemos aprovechar las oportunidades y lograr un Estado de bienestar más fuerte para poder superar mejor las dificultades, cuando estas vengan, y ofrecer oportunidades a todos los ciudadanos con independencia de su renta; debemos hacer muchas cosas juntos que el libre mercado nunca atenderá, porque su pasión es el egoísmo y este es disgregador.
Podemos poner el acento más que en lo logrado, si así se prefiere, en lo que nos falta, pero solo para alcanzarlo y con buen juicio actuar en consecuencia. Sería muy malo apuntarnos a aquellos cuyo único programa es azuzar las pasiones del descontento. No sé si la simpatía y su benevolencia es una pasión más poderosa que el egoísmo, pero creo como Hume que nos irá mucho mejor apostando por ella.
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