Siente a un italiano a su mesa

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Respeten la cola de salida. Igual que hacen los rusos que rechazan el llamamiento a filas, que no quieren enrolarse en un ejército invasor, pronto los italianos saturaran los aeropuertos, las estaciones de tren y los pasos fronterizos para largarse de su país. ¿Se puede huir impunemente de un país dónde tus propios gobernantes te dan grima? ¿Podemos ser los valencianos ahora acogedores de napolitanos y sicilianos después de tantos siglos transcurridos? Los resultados son fehacientes y no dejan dudas. La futura presidenta, la periodista romana “Melonia Trump” es la menos fan de Putin de sus otros camaradas de bancada extremista y Berlusconi, ya ves tú, el más europeísta de los tres. El triunvirato vencedor son unos políticos que con cuatro obviedades se han puesto al electorado en el bolsillo. ¡Enhorabuena!

Esta mañana en la panadería he intimado con cuatro señoras que podrían llegar a ser, si se lo propusieran en serio, futuras presidentas. Las cuatro eran madres, mujeres, cristianas y españolas. Por supuesto, he pagado yo la ronda de los cafés; no me gustaría que en el futuro me purguen por disidente, homosexual, escasamente católico o poco español de raza. Yo ya tengo preparado el sofá cama para albergar a los refugiados italianos que deseen extraditarse durante esta nueva legislatura surgida el pasado domingo de las urnas (Salvini les ha prometido cinco años de castigo bíblico).

Cuando lleguen háganles pasta al dente con “bajocons”, sintonicen Tele 5 en sus televisores -del imperio Mediaset- para que les resulte familiar, tarareen la Traviata en el baño en homenaje a la descarriada política que han encumbrado en los recientes comicios y sean comprensivos cuando en el mundial de Qatar no esté presente su selección. ¡No les provoquen! Seamos fraternos, nunca mejor dicho: además del ucraniano, aprendamos a chapurrear el italiano en las escuelas de idiomas. Sé que a muchos de ellos les gustaría recalar de acogida temporal en Formentera o en Ibiza, pero hay lo que hay, amigos azurros; también tenemos ciudades dormitorio, barrios cochambrosos, pueblos medio deshabitados y localidades degradadas. Esperemos que esos próximos exiliados transalpinos entiendan que aquí somos muy parecidos a ellos.

El nuevo gobierno de aquel extenso pedazo de mapa europeo será un anacronismo, una solemne majadería construida con los votos recaudados a los electores abducidos por una indignación fabricada a medida. Por un módico precio, la extrema derecha ha conseguido una ventajosa manipulación de la irritación y de la rabia que campa libremente; sobre todo si se atiborra de noticias envenenadas.

Ustedes, los italianos, votantes legítimos de esas opciones ultra, han conseguido poner a su país en los telediarios. Quizá nos hayan contagiado el cabreo y la indignación, pero al revés, quizá nos hayan abierto los ojos. La izquierda exquisita, el PSOE caoba -que diría un consultor de éxito-, los progres refinados como algunos los bautizan y los comunistas de salón que tanto repelús provocan a lo mejor se ponen las pilas al ver las barbas del vecino a remojo. Vuelve a Italia la moda retro (ellos saben mucho de alta costura), la sumisión femenina y el racismo inmisericorde.

Los valencianos no somos gente especial, ni derrochamos excesivas virtudes, pero aprendimos, quizá un poco tarde, de qué iban algunos políticos que desvalijaban la caja de caudales común. Los de ahora puede que sean torpes, ineficaces, relamidos, pero nada que ver con los que perpetraban los saqueos a plena luz del día con el DOGV en una mano y el pen de los presupuestos en otra. Tuvimos un acceso de lucidez repentino que nos alcanzó para independizarnos de una tropa que lo devoró todo con su bulimia corrupta. De momento podemos acoger a algunos refugiados italianos por razones de conciencia. Pero dense prisa, porque en nada hay elecciones por aquí y todo puede cambiar. Los contagios ideológicos se prodigan mucho y los móviles esparcen sesgos ideológicos que nos hacen votar lo que los domesticados algoritmos quieren.

Aunque tienen derecho a desertar y a solicitar asilo por razones ideológicas en Almassora, Sagunt o Elda, mejor quédense en su tierra y cuenten al mundo cómo les va con sus Le Pen o Abascal caseros. Las tropelías de sus nuevos gobernantes pueden ser nuestra ansiada vacuna contra la deriva ultra.